Fiesta del Padre Pio 2018
Queridos hermanos:
Hace 50 años, un 23 de
septiembre de 1968, en torno a las dos y media de la mañana, con los nombres de
Jesús y de María en sus labios, Padre Pío de Pietrelcina entregaba su alma a
Dios. Llegaba al término de su vida terrena y entraba en la eternidad de Dios
para siempre.
Bien podía haber repetido las
palabras del apóstol: “He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta,
he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor,
juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que
tienen amor a su venida.”
Celebramos a los santos en el
día de su muerte y le llamamos a este día: dies natalis –día del nacimiento-,
porque “el cristiano que muere en Cristo alcanza, al final de su existencia
terrena, el cumplimiento de la nueva vida iniciada con el Bautismo, reforzada
con la Confirmación y alimentada en la Eucaristía, anticipo del banquete celestial.”
La muerte es desde la fe nuestro último y definitivo nacimiento, y por tanto en
el cielo día de gozo y alegría.
¡Qué distinta esta mirada para
aquellos que no tienen fe! ¡Qué distinta para aquellos que no creen en Dios y
en la eternidad!
A estos, el libro de la Sabiduría les llama impíos e insensatos: a
sus ojos, los justos –los santos- “parecían muertos; su partida de este mundo
fue considerada una desgracia y su alejamiento de nosotros, una completa
destrucción; pero ellos están en paz. A los ojos de los hombres, ellos fueron
castigados, pero su esperanza estaba colmada de inmortalidad. Por una leve
corrección, recibirán grandes beneficios, porque Dios los puso a prueba y los
encontró dignos de él.”
Nuestra vida eterna comienza en
nuestro bautismo: somos injertados en Cristo, en su muerte y su resurrección.
Muerte al pecado, resurrección a la gracia. Don del bautismo que estamos
llamados a vivir a lo largo de nuestra vida, inserción en la muerte y
resurrección de Cristo a la que estamos llamados a unirnos desterrando de
nosotros todo pecado, purificando nuestras almas de toda imperfección, viviendo
la vida nueva según Cristo por la práctica de las virtudes y las buenas obras.
La muerte del cristiano se
entiende en el misterio de la Pascua de Cristo: “si creemos que Jesús murió y
resucitó, de igual modo Dios nos llevará con él, por medio de Jesús: así
estaremos siempre con el Señor.”
Padre Pío fue fiel a su
bautismo, a los talentos que el Señor en su providencia le había entregado. “Ha
muerto el Padre Pío, ha muerto un santo” fue uno de los titulares de periódico
del día siguiente. De los labios de Jesucristo bien pudo escuchar aquellas
palabras: “Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de
lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.
Hoy es su dies natalis, y lo
celebramos con gozo en esta feliz coincidencia de ser domingo: día en que los
cristianos hacemos memoria del triunfo redentor de Cristo. En Padre Pío como en
la innumerable cantidad de santos que jalonan nuestro calendario se manifiesta
la gloria de Dios y se pone de manifiesto en sus méritos la misma obra divina
de la redención. Parafraseando el salmo referido a la creación como testimonio
elocuente del Creador, pues por la obra conocemos al autor, así podemos decir
que: los santos proclaman la gloria de Dios, pregonan la obra de su gracia.
La santidad del Padre Pío –obra
del Espíritu Santo y no propia- fue conocida y admirada manifiestamente en vida
por muchos; pero fue puesto a prueba desde su más tierna infancia, pruebas
difíciles de las que resultó vencedor: el demonio lo acosó durante toda sus
vida, llegando a maltratarlo físicamente,
sufrió la persecución por parte de sus superiores eclesiásticos y de su
orden, siéndole impuestas penas eclesiásticas del todo injustas, tuvo que
sufrir la calumnia y humillaciones de todo orden, soportar que utilizaran su
nombre y su fama de santidad para fines de lucro. Y más que estas pruebas
externas, lo que más le hizo sufrir fueron todas las tentaciones interiores.
Viéndose acechado continuamente con la idea de la condenación, por no ser buen religioso ni sacerdote.
“Dios lo puso a prueba y lo encontró digno de
él.” Hoy, Padre Pío brilla con una santidad del todo admirable en nuestro
tiempo pero también en toda la historia de la Iglesia. Y brilla porque Dios lo
ha querido así.
Una vez más en la historia de
la humanidad, se hace verdad aquello por lo que Jesús da gracias al Padre: “has
escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la
gente sencilla” pues, “de los pequeños es el reino de los cielos.”
El padre Pío decía “Sólo quiero
ser un pobre fraile que reza”.
¡Qué grandeza la aspiración de
un santo que nada quiere de este mundo, coincidiendo con la bienaventuranza del
Salvador: Dichosos los pobres en el espíritu porque de ellos será el reino de
los cielos!
¡Qué grandeza la de aquel que
ama de verdad dándolo todo y entregándose plenamente sin buscar su propio
interés, como la del joven que salió al encuentro de Jesús y dijo: Te seguiré
donde quiera que vayas, sin poner condición alguna!
¡Qué grandeza la de este verdadero
hombre de Dios que como san Pablo puede decir: Dios me libre de gloriarme si no
es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado
para mí, y yo para el mundo!
¡Qué amor al prójimo en el
desarrollo de su ministerio sacerdotal muy particularmente en el sacramento de
la confesión, sin buscar el agradecimiento y la recompensa, confortando y aliviando el sufrimiento de los
enfermos en sus almas y en sus cuerpos! Todo ello, por amor a Jesucristo: “tuve
hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y
me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en
la cárcel y vinisteis a verme”.
Hoy, en el díes natalis del
Padre Pío, resuena en el cielo “Ven, bendito de mi Padre; hereda el Reino
preparado para ti desde la creación del mundo.”
¡Qué amor a la sencillez, a la discreción,
al retiro, a la oración tenía el Padre Pío, porque puso su mira en las cosas de
arriba, no en las de la tierra. “Porque habéis muerto, y vuestra vida está
escondida con Cristo en Dios.”
Queridos hermanos:
Hace apenas unos días, se
cumplía también el centenario de un acontecimiento que marcó la vida del padre
Pío durante 50 años y que fue uno de los elementos más contradictorios en su
vida: la impresión de los estigmas de Jesucristo crucificado.
Padre Pío fue marcado con los
signos sensibles de la Pasión, las llagas santas del Redentor. En sus manos, en sus pies y en su costado se
le abrieron las mismas heridas del Crucificado emanando sangre. Un don que duró
50 años hasta el día de su muerte. Un
don acompañado de dolor que desde el jueves hasta el sábado se hacía más agudo.
Un don sobrenatural que lo identificó de una manera única con el Maestro;
pudiendo decir las palabras del Apóstol: “Yo estoy crucificado para el mundo y
el mundo para mí.”
Un don externo en el cuerpo que
nos recuerda a cada uno de nosotros la señal de la cruz con la que fuimos
marcados en nuestro bautismo, y que nos ha configurado como discípulos del
Crucificado. Una marca como aquella de la noche de Pascua en las jambas de las
puertas de los israelitas los libró del ángel exterminador. Una señal, la de la
Cruz, que cuando se hace presente en nuestra vida es la mejor garantía del amor
de Dios por nosotros.
El Padre Pío cerró los ojos a
este mundo bendiciendo con su mano herida por los estigmas, su vida fue
predicación y evangelio vivo de un Dios que es Dios de vivos y no de muertos.
Como devotos de Padre Pío,
contemplamos su ejemplo, acudimos a su intercesión.
Aspiremos como él a la santidad
y a la unión con el Jesucristo pues él es la meta hacia la que corremos.
Aceptemos nuestra cruz –cada
uno tal y como se hace presente en nuestra vida, sin quejas, sin reproches- y
ofreciéndosela al Señor sigamos su pasos.
Subamos al Monte Calvario
sabiendo seguros que después habrá Resurrección.
Seamos hoy y siempre en toda
nuestra vida, con nuestras palabras y con nuestras obras,
testimonio del amor de
Jesucristo por toda la humanidad.
Presentémosle nuestras
necesidades y peticiones, sabiendo su poder de intercesión ante la Misericordia
Divina.
Agradecer a todos su presencia,
particularmente la de los hermanos sacerdotes.
Agradecer también el trabajo y
la dedicación de todos los que han colaborado en el desarrollo y celebración de
la santa misa y de esta fiesta del Padre Pío.
Glorioso Padre Pío de
Pietrelcina, a ti acudimos, bendícenos desde el cielo, intercede por nosotros
ante el trono de Dios. Así sea.