miércoles, 26 de septiembre de 2018

La santa misa del Padre Pío(3).Tercer día



Triduo del Padre Pio 2018
La santa misa del Padre Pío(3).Tercer día
Queridos hermanos,
Para vivir el misterio de la santa misa hemos de seguir el consejo del Padre Pío a su hijo espiritual, el P. Juan  Derobert,  de “poner en paralelo la cronología de la Misa y la de la Pasión.”
Quizás nos cueste hacer este ejercicio por la influencia que tenemos del neo-protestantismo, donde se ha querido olvidar o por lo menos relegar a un plano muy lejano la verdad acerca de que la santa misa es la renovación incruenta del sacrificio de la cruz.
Hemos de situarnos ante el altar como en el Calvario, hemos de ver en el sacerdote al mismo Cristo que se ofrece, hemos de oír la santa misa con el espíritu de la Pasión del Señor.
Siguiendo la enseñanza del Padre Pío, introduciéndonos en la santa misa con Jesús en Getsemaní, avivando en nosotros los mismos sentimientos y afectos que inundaban su corazón de amor al Padre y de amor a los hombres, hemos de continuar la santa misa. Cada momento podemos relacionarlo con la Pasión.
El Ofertorio, -donde son presentados y ofrecidos a Dios el pan y el vino que se convertirán en el cuerpo y la sangre del Señor-, guarda su paralelo con el arresto de Jesús cuando Judas llega con las tropas del templo para llevárselo.  Así como el pan y vino separados de su uso común son ofrecidos a Dios, quedando ya listos irremediablemente para la oblación; así Jesucristo es apresado para sufrir la cruz.
Se ofrece libremente: manso y humilde de corazón. “¿Como contra un ladrón habéis salido con espadas y con palos para prenderme? Cada día me sentaba con vosotros enseñando en el templo, y no me prendisteis.  Mas todo esto sucede, para que se cumplan las Escrituras de los profetas.”
Se ofrece voluntariamente: nadie me quita la vida, yo la entrego voluntariamente.
Se ofrece sólo el, pues los discípulos le abandonan.
Ofertorio al que hemos de unirnos. La gota de agua derramada sobre el vino, representa la humanidad de Cristo, pero nos representa también a nosotros. Ofrecernos libre y voluntariamente, como acto de amor a Dios que nos ha amado primero.
Con razón Jesús exclama al término de su oración en Getsemaní: La Hora ha llegado... Hora amarga de la Pasión, hora grande de la redención y salvación.  El canto del Prefacio, es el canto de alabanza y de agradecimiento que el mismo Jesús dirige al Padre que le ha permitido llegar a esta "Hora": “Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a todos: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo.”
Es necesario, levantar nuestro corazón y ponerlo en el Señor, para con él dar gracias a Dios nuestro Señor justa y dignamente; pues dice el apóstol “la mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el Espíritu es vida y paz.”
Y, ¿por qué hemos de dar gracias?
Acción de gracias por Jesucristo. Él es el motivo principal de nuestra acción de gracias porque el Padre habiéndonos dado a su Hijo Amado nos lo ha dado todo…
Acción de gracias por la redención, por su misericordia y su historia de salvación…
Acción de gracias por todos los beneficios y bienes que nos ha dado…
Acción de gracias también como Jesús en su pasión en medio de la cruz, el sufrimiento y la prueba.
Acción de gracias esta que se hace más hermosa y meritoria a los ojos de Dios.  
La parte central de la santa misa llamada Canon Romano nos lleva al milagro de la transubstanciación donde el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre del Señor.  “Nos encontramos ¡rápidamente! con Jesús en la prisión, en su atroz flagelación, su coronación de espinas y su camino de la cruz por las callejuelas de Jerusalén teniendo presente en el "momento" a todos los que están allí y a todos aquellos por los que pedimos especialmente.”
¿Cómo no adorar? ¿Cómo no caer de rodillas ante el Hijo de Dios? Sin duda, arrodillarse ante Dios no nos quita nada de nuestra dignidad, sino todo lo contrario, nos hace aceptables y agradables a él. El que se humille, será enaltecido. 
Jesucristo se ofrece al Padre en sacrificio expiatorio por todos y cada uno de los hombres. No se ofrece solo de una forma generalísima, sino que por su conocimiento divino tiene presente a cada uno de nosotros. Es importante, cada vez que asistimos a la santa misa tener presentes también concretamente a aquellos por los que tenemos obligación y debemos orar… con sus nombres, problemas, necesidades… vivos y difuntos, amigos y enemigos, cercanos y lejanos….
“La Consagración es místicamente, la crucifixión del Señor.”  Padre Pío sufría atrozmente interna y externamente en este momento. No permitas que nada te distraiga de la contemplación de este misterio. Permanece junto a la cruz de Cristo como el discípulo amado al lado de María Santísima. Nos dirá Padre Pio: “No te alejes del altar sin derramar lágrimas de dolor y de amor a Jesús, crucificado por tu salvación. La Virgen Dolorosa te acompañará y será tu dulce inspiración.”
La fórmula con la que concluye  el Canon de la misa antes del Padre Nuestro: “Por Cristo, con él y en él a ti Dios Padre omnipotente en la unidad del Espíritu Santo todo honor y toda gloria” es el grito de Jesús: "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu". El Sacrificio está consumado y es aceptado por el Padre. La redención se ha realizado. El Viejo Testamento da paso al nuevo.  Los hombres han sido reconciliados con Dios, la enemistad del paraíso da lugar a la condición de hijos de Dios; por ello, ahora, podemos recitar el Padre Nuestro: la oración de los hijos de Dios.
El sacerdote partirá la Sagrada Hostia. Es la muerte de Jesús. Unirá una pequeña partícula con la Sangre. Es la resurrección de Jesús. El sacerdote dirá: la paz del Señor esté con vosotros, porque verdaderamente Cristo Resucitado es nuestra paz.
Paz que se nos dará en la Sagrada Comunión definida por el padre Pío como “toda una misericordia interior y exterior, todo un abrazo.” ¡Dios dentro de mí, Dios conmigo y yo en él! Acerquémonos a recibir a Cristo, con pureza de conciencia, dignamente preparados. Lleguémonos humildes y deseosos, puros, limpios y sin pecado, porque Jesús en la comunión quiere “deleitarse en su criatura”. “Mi delicia es habitar entre los hombres.” Dispongamos nuestro cuerpo y nuestra alma, para recibir al que es el Amor de los amores.
Marcados con la señal de la cruz porque Cristo nos redimió en ella salimos de la iglesia renovados y con nuevas fuerzas para ser sal y luz de la tierra. Esta misma señal de la cruz será nuestro escudo protector. Estamos en el mundo, enemigo de Dios, es una lucha. La santa cruz nos protege contra las astucias del Maligno, que siempre buscará apartarnos de Dios.
Concluyo con las mismas palabras de Padre Pío y que él –por su intercesión- nos conceda saber poner en su justo puesto la celebración de la santa misa y vivirla como debemos: “Cada santa misa escuchada con atención y devoción produce en nuestra alma efectos maravillosos, abundantes gracias espirituales y materiales, que ni nosotros mismos conocemos.  El mundo podría subsistir incluso sin el sol, pero no podría existir sin la santa misa.” Amén.