Triduo
del Padre Pio 2018
La
santa misa del Padre Pío(3).Tercer día
Queridos hermanos,
Para vivir el misterio de la
santa misa hemos de seguir el consejo del Padre Pío a su hijo espiritual, el P.
Juan Derobert, de “poner en paralelo la cronología de la
Misa y la de la Pasión.”
Quizás nos cueste hacer este
ejercicio por la influencia que tenemos del neo-protestantismo, donde se ha
querido olvidar o por lo menos relegar a un plano muy lejano la verdad acerca
de que la santa misa es la renovación incruenta del sacrificio de la cruz.
Hemos de situarnos ante el
altar como en el Calvario, hemos de ver en el sacerdote al mismo Cristo que se
ofrece, hemos de oír la santa misa con el espíritu de la Pasión del Señor.
Siguiendo la enseñanza del
Padre Pío, introduciéndonos en la santa misa con Jesús en Getsemaní, avivando
en nosotros los mismos sentimientos y afectos que inundaban su corazón de amor
al Padre y de amor a los hombres, hemos de continuar la santa misa. Cada
momento podemos relacionarlo con la Pasión.
El Ofertorio, -donde son
presentados y ofrecidos a Dios el pan y el vino que se convertirán en el cuerpo
y la sangre del Señor-, guarda su paralelo con el arresto de Jesús cuando Judas
llega con las tropas del templo para llevárselo. Así como el pan y vino separados de su uso
común son ofrecidos a Dios, quedando ya listos irremediablemente para la
oblación; así Jesucristo es apresado para sufrir la cruz.
Se ofrece libremente: manso y
humilde de corazón. “¿Como contra un ladrón habéis salido con espadas y con
palos para prenderme? Cada día me sentaba con vosotros enseñando en el templo,
y no me prendisteis. Mas todo esto
sucede, para que se cumplan las Escrituras de los profetas.”
Se ofrece voluntariamente: nadie
me quita la vida, yo la entrego voluntariamente.
Se ofrece sólo el, pues los
discípulos le abandonan.
Ofertorio al que hemos de
unirnos. La gota de agua derramada sobre el vino, representa la humanidad de
Cristo, pero nos representa también a nosotros. Ofrecernos libre y
voluntariamente, como acto de amor a Dios que nos ha amado primero.
Con razón Jesús exclama al
término de su oración en Getsemaní: La Hora ha llegado... Hora amarga de la
Pasión, hora grande de la redención y salvación. El canto del Prefacio, es el canto de
alabanza y de agradecimiento que el mismo Jesús dirige al Padre que le ha permitido
llegar a esta "Hora": “Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu
Hijo, para que tu Hijo te glorifique y, por el poder que tú le has dado sobre
toda carne, dé la vida eterna a todos: que te conozcan a ti, único Dios
verdadero, y a tu enviado, Jesucristo.”
Es necesario, levantar nuestro
corazón y ponerlo en el Señor, para con él dar gracias a Dios nuestro Señor
justa y dignamente; pues dice el apóstol “la mente puesta en la carne es
muerte, pero la mente puesta en el Espíritu es vida y paz.”
Y, ¿por qué hemos de dar
gracias?
Acción de gracias por
Jesucristo. Él es el motivo principal de nuestra acción de gracias porque el
Padre habiéndonos dado a su Hijo Amado nos lo ha dado todo…
Acción de gracias por la redención,
por su misericordia y su historia de salvación…
Acción de gracias por todos los
beneficios y bienes que nos ha dado…
Acción de gracias también como
Jesús en su pasión en medio de la cruz, el sufrimiento y la prueba.
Acción de gracias esta que se
hace más hermosa y meritoria a los ojos de Dios.
La parte central de la santa
misa llamada Canon Romano nos lleva al milagro de la transubstanciación donde
el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre del Señor. “Nos encontramos ¡rápidamente! con Jesús en
la prisión, en su atroz flagelación, su coronación de espinas y su camino de la
cruz por las callejuelas de Jerusalén teniendo presente en el
"momento" a todos los que están allí y a todos aquellos por los que
pedimos especialmente.”
¿Cómo no adorar? ¿Cómo no caer
de rodillas ante el Hijo de Dios? Sin duda, arrodillarse ante Dios no nos quita
nada de nuestra dignidad, sino todo lo contrario, nos hace aceptables y
agradables a él. El que se humille, será enaltecido.
Jesucristo se ofrece al Padre
en sacrificio expiatorio por todos y cada uno de los hombres. No se ofrece solo
de una forma generalísima, sino que por su conocimiento divino tiene presente a
cada uno de nosotros. Es importante, cada vez que asistimos a la santa misa
tener presentes también concretamente a aquellos por los que tenemos obligación
y debemos orar… con sus nombres, problemas, necesidades… vivos y difuntos,
amigos y enemigos, cercanos y lejanos….
“La Consagración es
místicamente, la crucifixión del Señor.”
Padre Pío sufría atrozmente interna y externamente en este momento. No
permitas que nada te distraiga de la contemplación de este misterio. Permanece
junto a la cruz de Cristo como el discípulo amado al lado de María Santísima.
Nos dirá Padre Pio: “No te alejes del altar sin derramar lágrimas de dolor y de
amor a Jesús, crucificado por tu salvación. La Virgen Dolorosa te acompañará y
será tu dulce inspiración.”
La fórmula con la que
concluye el Canon de la misa antes del
Padre Nuestro: “Por Cristo, con él y en él a ti Dios Padre omnipotente en la
unidad del Espíritu Santo todo honor y toda gloria” es el grito de Jesús:
"Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu". El Sacrificio está
consumado y es aceptado por el Padre. La redención se ha realizado. El Viejo
Testamento da paso al nuevo. Los hombres
han sido reconciliados con Dios, la enemistad del paraíso da lugar a la
condición de hijos de Dios; por ello, ahora, podemos recitar el Padre Nuestro:
la oración de los hijos de Dios.
El sacerdote partirá la Sagrada
Hostia. Es la muerte de Jesús. Unirá una pequeña partícula con la Sangre. Es la
resurrección de Jesús. El sacerdote dirá: la paz del Señor esté con vosotros,
porque verdaderamente Cristo Resucitado es nuestra paz.
Paz que se nos dará en la
Sagrada Comunión definida por el padre Pío como “toda una misericordia interior
y exterior, todo un abrazo.” ¡Dios dentro de mí, Dios conmigo y yo en él!
Acerquémonos a recibir a Cristo, con pureza de conciencia, dignamente
preparados. Lleguémonos humildes y deseosos, puros, limpios y sin pecado,
porque Jesús en la comunión quiere “deleitarse en su criatura”. “Mi delicia es
habitar entre los hombres.” Dispongamos nuestro cuerpo y nuestra alma, para
recibir al que es el Amor de los amores.
Marcados con la señal de la
cruz porque Cristo nos redimió en ella salimos de la iglesia renovados y con
nuevas fuerzas para ser sal y luz de la tierra. Esta misma señal de la cruz será
nuestro escudo protector. Estamos en el mundo, enemigo de Dios, es una lucha.
La santa cruz nos protege contra las astucias del Maligno, que siempre buscará
apartarnos de Dios.
Concluyo con las mismas palabras de Padre Pío y que él
–por su intercesión- nos conceda saber poner en su justo puesto la celebración
de la santa misa y vivirla como debemos: “Cada santa misa escuchada con
atención y devoción produce en nuestra alma efectos maravillosos, abundantes
gracias espirituales y materiales, que ni nosotros mismos conocemos. El mundo podría subsistir incluso sin el sol,
pero no podría existir sin la santa misa.” Amén.