Triduo
del Padre Pio 2018
La
santa misa del Padre Pío (2). Segundo día
Queridos hermanos,
Es muy conocido el testimonio de un sacerdote, el
P. Juan Derobert, acerca de cómo el Padre
Pío vivía la santa misa: “Él me había explicado –dice este sacerdote- poco
después de mi ordenación sacerdotal que celebrando la Eucaristía había que
poner en paralelo la cronología de la Misa y la de la Pasión. Se trataba de
comprender y de darse cuenta, en primer lugar, de que el sacerdote en el Altar
es Jesucristo. Desde ese momento Jesús en su Sacerdote, revive indefinidamente
la Pasión.”
Nuestro Señor Jesucristo se hace presente
sacramentalmente a través del Sacerdote, por la cual actúa in persona Christi.
Cuando el sacerdote bautiza, es Cristo quien bautiza; cuando consagra es Cristo
quien consagra, cuando perdona es Cristo quien perdona.
El sacerdote es signo sensible de Jesucristo Buen
Pastor y Sacerdote Eterno en medio del pueblo de Dios.
¡Que grandeza la del sacerdocio! San Juan María
Vianney, el santo cura de Ars decía: “Si yo me encontrase a un sacerdote y a un
ángel, saludaría al sacerdote antes de saludar al ángel. El ángel es amigo de
Dios, pero el sacerdote ocupa su lugar”.
Nos equivocamos al considerar el sacerdocio como
una profesión o como un status social, o como una forma de adquirir relevancia
en la sociedad. El sacerdocio es ante todo una llamada de Jesucristo que “elige
a hombres de en medio de su pueblo, para que, por la imposición de las manos,
participen de su sagrada misión.”
La misión de Cristo fue redimir almas, y lo hizo
ofreciendo en la cruz como Sacerdote, Víctima y Altar. Esta es la vida del
sacerdote: configurarse a Cristo Sacerdote, Víctima y altar como hostia santa,
pura, agradable a Dios. Y esto, muy
especialmente en la santa misa.
Comprendemos lo grande e imprescindible que es el
sacerdocio, la necesidad de rezar por las vocaciones sacerdotales y por la
santificación del Clero, el respeto, piedad y honor que le debemos a cada
sacerdote…
Los escándalos que de vez en cuando saltan no han
desanimarnos en esto, todo lo contrario, sino que nos invitan a una oración y
sacrificio más grandes por ellos. ¡Danos, Señor, por intercesión del Padre Pío,
muchos y santos sacerdotes!
“El sacerdote en el Altar es Jesucristo.” –dijo el
padre Pío a este sacerdote. ¡Con qué temblor y temor tenemos que acercarnos los
sacerdotes a altar de Dios! ¡Con qué pureza y disposiciones interiores y
exteriores hemos de celebrar! ¡Qué ejercicio y esfuerzo hemos de hacer para no
perder la atención de los sentidos en cuanto estamos realizando!
Pero esto mismo, hemos de hacer los fieles que
asistimos a la santa misa. Cada bautizado es configurado a Cristo Sacerdote,
Profeta y Rey. El bautizado, como miembro del cuerpo de Cristo, participa de su
sacerdocio haciendo de su propia vida una ofrenda, un sacrificio… Esta misma
tensión espiritual, pureza de vida, temor y temblor ha de llenar el corazón de
cada uno de nosotros cada vez que nos acerquemos al altar de Dios.
El P. Juan
Derobert nos dice lo que el Padre Pío vivía en la primera parte de la
misa: “Desde la señal de la cruz inicial hasta el ofertorio es necesario
reunirse con Jesús en Getsemaní, hay que seguir a Jesús en su agonía, sufriendo
ante esta "marea negra" de pecado. Hay que unirse a él en el dolor de
ver que la Palabra del Padre, que él había venido a traernos, no sería recibida
o sería recibida muy mal por los hombres. Y desde esta óptica había que
escuchar las lecturas de la misa como estando dirigidas personalmente a
nosotros.”
Hemos de comenzar la santa misa acompañando a
Jesús en Getsemaní, en el monte de los olivos. Antes de su oración en el huerto, había
anticipado su sacrificio redentor en la cruz en la última cena bajo las
apariencias sacramentales del pan y del vino, el traidor se había ido para entregarlo y
Jesús dirige su largo discurso sacerdotal de despedida. Terminado salen hacia el
huerto de los Olivos.
Huerto de oración: donde Cristo busca la intimidad
del Padre, donde se recoge ante su mirada, como tantas veces hizo durante su
vida terrena.
Huerto del pecado: pues el primer pecado se
cometió en el huerto del Paraíso. Jesús contempla su Pasión, con toda su
crudeza, pesa sobre sí el pecado de la humanidad, pasado, presente y futura, la
historia completa… Aterroriza la visión que Cristo tiene en este momento… allí
también estaban mis pecados…
Huerto de debilidad: donde su humanidad
experimenta la flaqueza ante el dolor y la Pasión: “Padre, si puedes aparta de
mi este cáliz…” donde asume también
nuestras debilidades, las de la humanidad entera, todo lo nuestro cargado sobre
sí.
Huerto de tentación: donde el Maligno acecha para
hacerle sucumbir.
Huerto de fortaleza: donde su voluntad humana se une a su voluntad divina, y a la voluntad
de su Padre: “pero no se haga lo que yo quiero sino lo que tú quieres.” Aquí se
une el cielo y la tierra.
En aquel huerto, Cristo busca corredentores. “Velad
y orad para no caer en la tentación.” Y ellos duermen: no entienden, están,
pero solo presentes de cuerpo.
Es acompañando a Cristo en el huerto de los olivos
como hemos de asistir a la santa misa en su primera parte.
1.-buscando en ella nuestra unión con Dios, la
intimidad divina, el diálogo amoroso que continúa y emprende nuestra continua
oración.
2.-haciendo la confesión de nuestros pecados y el
pecado de la humanidad entera que fueron la causa de su Pasión y son la causa
de la necesidad de celebrar la santa misa cada día.
3.-ofreciendo las llagas de nuestras debilidades
para ser sanadas por su gracia y su Palabra
4.-alimentado nuestra inteligencia para resistir
las embestidas del maligno
5.-uniendo nuestra voluntad a la suya, renovando
la fe, la esperanza, la caridad, todos buenos deseos, para hacer siempre y en
todo su voluntad.
Es así, el mejor modo de comenzar la santa misa:
“teniendo en nosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús” en su Pasión.
Es así también el mejor modo de reparar y consolar
a Cristo como los ángeles lo consolaron en esta hora.
Que P. Pío, por su intercesión, nos conceda esta
gracia de unión de afectos y sentimientos.