14 de noviembre. San Josafat, obispo y mártir
Josafat Koncewicz nació de nobles y católicos padres en Vadimir, Volinia. Siendo muy niño, y estando escuchando ante una imagen de Jesús crucificado una explicación de su madre sobre la Pasión de Jesucristo, un dardo salido del lado del Salvador vino a herirle en el corazón. Abrasado en el amor de Dios, se consagró con fervor a la oración y a otros ejercicios de piedad, siendo un modelo para los mayores que él. Ingresó en el claustro a los 20 años, abrazó la vida monástica entre los religiosos de la Orden de S. Basilio, y progresó mucho en la perfección evangélica. Andaba descalzo a pesar del invierno en aquellas comarcas; no probaba nunca la carne y sólo por obediencia bebía vino; castigó su cuerpo hasta el fin de su vida, con un aspérrimo cilicio. Mantuvo intacta la flor de la virginidad, habiéndose obligado con voto ofrecido en su adolescencia a la Virgen Madre de Dios. No tardando en extenderse la fama de su ciencia y virtud encargósele, siendo muy joven, la dirección del monasterio de Bythen; poco después llegó a ser Archimandrita de Vilna y luego, a pesar suyo, pero a instancias de los católicos, fue arzobispo de Folotsk.
Con esta dignidad, Josafat no cambió el modo de vida que antes llevaba y tomó a pecho sólo favorecer el culto divino y la salvación del rebaño a él confiado. Defensor de la verdad de la unidad católica, procuró el retorno de los cismáticos y herejes a la comunión con la cátedra de San Pedro. Respecto al Papa y a la plenitud de su autoridad, siempre tomó su defensa contra las calumnias y los errores de los impíos, ya en discursos, o en escritos llenos de piedad y doctrina. Reivindicó la jurisdicción episcopal y los bienes de la Iglesia que los laicos habían usurpado. Un gran número de herejes fueron atraídos por él al seno maternal de la Iglesia, y respecto a la unión de la Iglesia griega con la latina, las declaraciones de los Papas atestiguan que Josafat fue uno de sus principales promotores. Para este fin, como para el esplendor debido a los edificios sagrados, y para edificar casas para las vírgenes consagradas a Dios, y para sostener otras obras pías, dio las rentas de su mesa episcopal. Su liberalidad para con los indigentes fue tanta, que, cierto día, no encontrando nada para aliviar la miseria de una pobre viuda, empeñó su manto episcopal.
El incremento que se siguió de la fe católica excitó el odio de hombres corrompidos, que conspiraron para asesinar a este atleta de Cristo. En un sermón predijo a su pueblo lo que estaba a punto de suceder. Mientras se dirigía a Vitebsk en una visita pastoral, estos enemigos irrumpieron en el palacio episcopal, hiriendo y asesinando a los que encontraron. Josafat, con admirable dulzura se presentó ante los que le buscaban, y en tono amical les dijo: Amados hijos, ¿por qué maltratáis a mis servidores? Si me buscáis a mí, aquí me tenéis. Los asesinos se precipitaron sobre él, le abrumaron a golpes y le atravesaron con sus armas; tras darle muerte de un hachazo arrojaron su cadáver al río. Sucedió esto el doce de noviembre del año 1623, teniendo Josafat 43 años. Su cuerpo, que despedía un fulgor maravilloso, fue sacado del fondo del río. Los asesinos del Mártir fueron los primeros en sentir los efectos saludables de su sangriento martirio, pues, condenados a muerte, abjuraron el cisma, y reconocieron la enormidad de su crimen. Y como el santo obispo se hiciera célebre por numerosos milagros, el Papa Urbano VIII le beatificó. Pío IX, tres días antes de las calendas de julio del año 1867, con ocasión de las fiestas solemnes de los centenarios de los Príncipes de los Apóstoles, en presencia del colegio de cardenales, y de unos 500 más patriarcas, metropolitanos y obispos de todos los ritos de todas partes del mundo, reunido en la basílica del Vaticano con todos ellos, canonizó al primer cristiano oriental para mantener la unidad de la Iglesia. El Sumo Pontífice, León XIII, extendió su Misa y Oficio a toda la Iglesia.
Oremos.
Te rogamos, Señor, excites en tu Iglesia aquel Espíritu, del cual, lleno tu Mártir y Pontífice San Josafat, dio su vida por sus ovejas; para que, por su intercesión, movidos y alentados también nosotros de ese mismo Espíritu, no nos avergoncemos de dar nuestra vida por los hermanos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del mismo Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. R. Amén.