¿QUIÉN NOS SEPARARÁ DE LA CARIDAD DE CRISTO? San Agustín
Homilía de San Agustín, Obispo.
Del Libro I sobre el Sermón de la Montaña.
En el grado 3º, en el que se encuentra la ciencia, retenida el alma por los bienes inferiores, llora la ausencia del sumo bien. En el grado 4º hallamos el trabajo: pugna el alma para librarse de la esclavitud de los bajos placeres. Tiene, pues, hambre y sed de justicia, y necesita de gran fortaleza, ya que no se deja sin dolor aquello cuya posesión causa placer. Se da en el grado 5º un consejo a los que están bajo el peso de sus trabajos, para que consigan librarse ellos. Y como nadie es capaz de sustraerse, sin una ayuda superior a tan graves miserias, se aconseja, muy justamente por cierto, a los que aspiran a la ayuda del más poderoso, que ayuden ellos mismos, en la medida de sus fuerzas, a los más débiles. Bienaventurados, pues, los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Vemos en el grado 6º la pureza de corazón, que saca de la conciencia de sus buenas obras las fuerzas necesarias para contemplar el sumo bien, visible sólo a un entendimiento puro y sin mancha. Tenemos, por último, la sabiduría: aquella contemplación de la verdad que, purificando al hombre entero, le hace semejante a Dios; que es lo que se expresa en estas palabras: Bienaventurados los pacíficos; porque serán llamados hijos de Dios. La 8ª bienaventuranza nos retrotrae al principio de las mismas, cuya consumación y perfección manifiesta y demuestra. Así vemos que el reino de los cielos es mencionado en ella y en la primera. En la 1ª: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos; y en la 8ª: Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Aquí cabe decir: ¿Quién nos separará de la caridad de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada? Siete son, pues, las cosas que conducen a la perfección; en la octava, glorifícase en ella lo que ya es perfecto, y manifiesta, como si, partiendo de la primera, hiciera participantes de su perfección a las demás. Parece que a estas máximas pueden reducirse las siete operaciones del Espíritu Santo de que habla Isaías, pero según un orden distinto; porque su enumeración comienza por lo más excelente, mientras que aquí por lo menos elevado. Así, el Profeta comienza por la sabiduría, que tiene por objeto a Dios, y termina por el temor de Dios; ahora bien: El temor de Dios es el principio de la sabiduría.