lunes, 24 de julio de 2017

SOMOS PROFETAS POR EL BAUTISMO. Homilía




SOMOS PROFETAS POR EL BAUTISMO.
Homilía del VII domingo después de Pentecostés
23 de julio de 2017
La creación y toda la naturaleza es un libro abierto que todo hombre está llamado a contemplar y que nos muestra con su misma existencia una gran cantidad de lecciones para nuestra vida.
La primera de ellas, es que la creación habla del Creador: por medio de ella conocemos a Dios, Creador de todas las cosas. Así como la obra de arte, sin decir nada, nos habla del artista; por medio de la creación, el hombre puede conocer con el uso de la razón a su Creador. Este es el conocimiento natural y racional de Dios, definido por el Concilio Vaticano I como dogma de fe ante aquellos que negaban la existencia de Dios o la imposibilidad de la razón de conocer a Dios. Así lo afirma san Pablo en la Carta a los Romanos: “lo que de Dios puede conocerse les resulta manifiesto, pues Dios mismo se lo manifestó. Pues lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son perceptibles para la inteligencia a partir de la creación del mundo a través de sus obras.”
La segunda de ellas, es el conocimiento de sí mismo que el hombre tiene al encontrarse como parte y en medio de la creación: el hombre cae en la cuenta de su pequeñez y al mismo tiempo de su grandeza. Es lo que expresa el salmo 8: “Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado. ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano, para mirar por él? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad; le diste el mando sobre las obras de tus manos. Todo lo sometiste bajo sus pies.  ¡Señor, Dios nuestro, que admirable es tu nombre en toda la tierra!
Podríamos seguir desengranando enseñanzas: pero centremos nuestra atención en el Evangelio de este domingo:
“¿Acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Así, todo árbol sano da frutos buenos; pero el árbol dañado da frutos malos.”
En muchas ocasiones la sagrada Escritura refiere las actitudes y comportamientos de los hombres comparándolas con diversos elementos de la naturaleza; tanto en positivo como en negativo: la vida del justo se compara al cedro, a la palmera… a “un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón  y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin.” Salmo 1
Nuestro Señor para hablar de los falsos profetas toma el ejemplo de los árboles.
¿Quiénes son los falsos profetas?
Profeta es aquel a quien Dios elige y envía para hablar en su nombre. Dios los elige, no sólo para transmitir un mensaje con su predicación, sino que asistido por su gracia, su misma vida se convierte en anuncio, denuncia, predicación, profecía.
Los falsos profetas son aquellos que se otorgan a sí mismos la autoridad divina. Dicen y creen hablar en nombre de Dios. Su intención no es recta: buscan su beneficio, el ser reconocidos y considerados, quiere el aplauso de la masa… No hablan en  nombre de Dios, sino que dicen aquello que agrada a los oyentes, llegando a tergiversar, ocultar o cambiar la Verdad.
Los falsos profetas –propio de todos los tiempos- son aquellos de los que San Pablo advierte en la 2 Carta a Timoteo: “vendrá un tiempo en que no soportarán la sana doctrina, sino que se rodearán de maestros a la medida de sus propios deseos y de lo que les gusta oír; y, apartando el oído de la verdad, se volverán a las fábulas.”
Falsos profetas son aquellos que con sus palabras dicen una cosa y con sus obras otras, son aquellos que se disfrazan de apariencias de virtud pero su intención y corazón son torcidos, son  aquellos que aparentan vivir la virtud pero son sepulcros blanqueados.
Quizás, al escuchar estas palabras, hayamos sentido la tentación de aplicarlas a personas concretas que conocemos. Pero no caigamos tampoco nosotros en el error de ver la paja del ojo ajeno y no caer en la cuenta de la viga que hay en nosotros.
“Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos.”
Soy cristiano, por el bautismo he sido injertado en Cristo. Por la unción del santo crisma participo de la condición sacerdotal, real y profética de Cristo; condición profética que nos es confiada nuevamente en el Sacramento de la Confirmación por las que se nos renueva el mandato de Cristo a sus discípulos: Id al mundo entero y enseñad a todas las gentes.
Es cierto, que según los ministerios y funciones de cada uno en la Iglesia, no todos tienen la misma responsabilidad: pero todos desde el Papa hasta el último de los bautizados tenemos la obligación de vivir esta vocación profética con radicalidad: sí, radicalidad evangélica, autenticidad… porque así lo exige Jesucristo, así lo exige la aquel que es la misma Verdad.
Somos profetas y por tanto hemos de anunciar la verdad y denunciar el error. Anunciar con nuestras palabras: pero no sólo, pues muchas veces experimentamos la contradicción que existe entre ellas y nuestras obras. Somos   profetas y nuestras palabras han de salir de una vida según la voluntad de Dios: “No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.”
Voluntad de Dios que se concreta en los mandamientos y en las obligaciones de estado que cada uno tenemos. Voluntad de Dios a la que hemos de conformar nuestras palabras, nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y afectos, nuestras actitudes y disposiciones, en definitiva: nuestra vida.
“Por sus frutos los conoceréis.” Somos falsos profetas cuando nuestros frutos no corresponden a nuestra condición de cristianos e hijos de Dios, cuando nuestras obras contradicen nuestras palabras, cuando teniendo que vivir las virtudes y la vida de la gracia, vivimos enfangados en el pecado y en nuestras pasiones, somos falsos profetas cuando nuestra vida cotidiana con nuestras comportamientos y formas niegan nuestra condición.
Vivir como profetas además en nuestro tiempo tan necesitado de la coherencia y de la radicalidad. Que nadie tenga nada que decir de vosotros, más que bien. Nuestras incoherencias son muchas veces ocasión de escándalos para los débiles y los incrédulos. Tenemos pues una mayor responsabilidad en dar testimonio verdadero.
La Virgen María es árbol de fruto bueno: escucho la palabra de Dios, cumplió su voluntad y nos dio el fruto bendito de su vientre: Jesús. Nosotros acudamos a ella y que nos dé la gracia también de ser buenos árboles y dar frutos buenos y abundantes: hacer resplandecer a Cristo en el mundo. Sí, dejemos resplandecer a Cristo en nuestras vidas, él es la única Verdad que salva.