Comentario
al Evangelio
V DOMINGO DESPUES DE
PENTECOSTÉS
Forma Extraordinaria
del Rito Romano
“Esta virtud nos es común con
Dios. De Él trae su principio, de Él se origina su excelencia y dignidad. La
grandeza de esta virtud procede de Dios como de su autor, y lo que Dios ama,
debe amarlo el hombre. La divina majestad recomienda el bien que ama. Si
tenemos a Dios, por Señor y Padre, imitemos la paciencia de nuestro Señor, y al
propio tiempo, Padre; porque es muy justo que los siervos sean obedientes, y
que los hijos no degeneren de sus padres.
Ve Dios la tierra llena de
ídolos y blasfemias y, sin embargo, continua haciendo salir el sol y
repartiendo las estaciones sobre buenos y malos. Puede castigar y esperar,
porque no quiere la muerte del pecador. San Pablo al recordarlo, nos amonesta: ¿desprecias la riqueza de su bondad,
paciencia y longanimidad, desconociendo que la bondad de Dios te atrae a
penitencia? (Rom. 2,4)… Para que mejor podamos comprender que la paciencia
es cosa de Dios y que todos los sufridos, pacientes y mansos imitan a Dios
Padre, el Señor, cuando en su Evangelio nos dio saludables preceptos y cuando instruía
a sus discípulos con sus divinas amonestaciones, dijo: (Mt. 5,43-48): Habéis oído que fue dicho: Amaras a tu
prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amada a vuestros enemigos
y orad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre, que está
en los cielos, el cual hace salir el sol sobre malos y buenos y llueve sobre
justos e injustos. Pues si amáis a los que os aman ¿Qué recompensa tendréis?¿No
hacen esto también los publicanos? Y si saludáis solamente a vuestros hermanos
¿Qué hacéis de más? ¿No hacen esto mismo los gentiles? Sed, pues, vosotros
perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial. Dijo, pues, y enseño
que para ser hijos perfectos de Dios, consumados y restaurados por la gracia
celestial, necesitamos que la paciencia de Dios Padre permanezca en nosotros y
que la imagen divina, que Adán perdió con su pecado, se manifieste y brille en
nuestros actos. ¡Qué gran gloria es semejarse a Dios y cuán grande felicidad
contar entre las virtudes una que pueda equipararse a las divinas alabanzas!”
San Cipriano
Por gentileza de Dña.
Ana María Galvez