viernes, 30 de mayo de 2025

31 DE MAYO. LA BIENAVENTURADA MARÍA REINA

 


31 DE MAYO

LA BIENAVENTURADA MARÍA REINA

DESDE los primeros siglos de la Iglesia Católica, el pueblo cristiano ha elevado oraciones de súplica e himnos de alabanza y devoción a la Reina del cielo en toda clase de coyunturas, alegres o angustiosas. Nunca decayó la esperanza puesta en la Madre del Divino Rey ni languideció la fe que nos enseña que la Madre de Dios preside en todo el universo con maternal Corazón».

Con estas palabras comienza su bellísima encíclica Ad cæli Reginam el papa Pío XII. Encíclica memorable en que proclama e instituye la fiesta de «María Reina».

En la fúlgida corona de las festividades mariales, faltaba una que conmemorase este hermoso título dado a María. Su Santidad Pío XII, devotísimo de las glorias de la celestial Madre, quiso subsanar esta falta instituyendo dicha festividad.

El primero de noviembre —áureo broche y culmen apoteósico del memorable «Año Mariano»— el Papa proclamó solemnemente la festividad litúrgica de la «Realeza de María», en el mismo escenario —la grandiosa plaza de San Pedro— donde cuatro años antes, y en la misma efeméride, había proclamado la definición dogmática de la Asunción gloriosa de la Virgen en cuerpo y alma a los cielos. Con la instauración de dicha fiesta coronó el Padre Santo a la Madonna, la Virgen Salus Pópuli Romani, que constituyó uno de los actos más gloriosos de su glorioso Pontificado. Cerca de treinta Cardenales y alrededor de cuatrocientos Arzobispos y Obispos, que representaban al Episcopado de la Iglesia Universal, y una multitud inmensa de fieles, llegados de todo el mundo, se asoció al magno acontecimiento. El mundo católico unió su himno jubiloso al entonado por los felices testigos del grandioso y solemnísimo acto celebrado en la plaza de San Pedro. El corazón del mundo creyente se estremeció de gozo al recibir el mensaje del Papa, por el cual fijaba la nueva fiesta en honor de «María, Reina del Universo», para el 31 de mayo.

La proclamación oficial de la Realeza de María por el Sumo Pontífice, fue el refrendo —como lo fuera la proclamación de los dogmas concepcionista y asuncionista— de una verdad profesada desde los primeros siglos de la Iglesia Católica; verdad cuya más bella fórmula la hallamos en la Salve —rosa fragante brotada acaso en tierras hispanas — «Dios te salve, Reina y Madre de misericordia»..., que de niños aprendimos de los labios maternos y hemos recitado a lo largo de nuestra vida.

Con la instauración de la nueva festividad, el Papa confirmaba la devoción multisecular que el mundo creyente ha profesado a la Madre de Dios, como Reina de cielos y tierra. Es el mismo Pontífice quien declara en la citada Encíclica, cómo la nueva festividad no es una nueva verdad propuesta al pueblo cristiano, sino una confirmación de esa verdad tan entrañada en la Iglesia de considerar a María como Soberana del Universo, merced a sus divinos privilegios: Maternidad divina, etc.

La Realeza de María es una verdad sólidamente fundada en la Revelación y en la Liturgia. En el Antiguo Testamento encontramos algunos pasajes y figuras de la Realeza de María. Así, en el salmo XLIV, el Real Profeta canta jubilosamente a la «reina sentada a la diestra del rey vestida de oro de Ofir». La hermosa Ester, reina clemente y magnánima, junto al rey Asuero, es otra figura insigne de María, a quien son aplicables las palabras del capítu10 XXIV del Eclesiástico. Y si abrimos el Nuevo Testamento nos encontramos con el pasaje de la Anunciación, donde el mismo Dios por boca de su mensajero Gabriel, declara implícitamente la «Realeza de María» al anunciarle el ángel que será la Madre de Jesús, cuyo reino no tendrá fin. San Juan, finalmente, en el Apocalipsis, nos habla alegóricamente del «poderío y realeza de María» cuando nos la describe vestida del sol, calzada de la luna, coronada de doce estrellas, deslumbrante de majestad y soberana grandeza.

En el fluir de los siglos, los santos Padres, tanto de la Iglesia oriental como de la occidental han cantado en encendidas frases el título de Reina que damos a María. Recojamos algunos testimonios: «Reina de todas las cosas», la llama San Efrén; «Reina más gloriosa que todos los reyes de la tierra», la proclama San Germán; «Reina de todo el género humano», le dice San Andrés de Creta; «Reina, Soberana, Señora», le canta una y mil veces el devotísimo San Juan Damasceno. Y por contera citemos las palabras de San Alfonso María de Ligorio: «Ya que la Virgen María fue exaltada a ser Madre del Rey de Reyes, con justa razón la Iglesia la honra con el título de Reina».

La Liturgia, a lo largo del año, la envuelve cariñosamente, como en lluvia de requiebros, prodigándole el título de Reina en el Ave, Regina cælorum, en el jubiloso Regina cæli, en el Gloriosa Regina mundi, en la popular Salve, Regina, en himnos, antífonas y graduales que así la aclaman como con título legítimo. Reina y Señora la contempla la Cristiandad alborozada en el rezo del quinto misterio glorioso del Rosario. Doce veces se la llama Reina en las letanías lauretanas, y Reina y Madre la proclaman a porfía todos los Institutos y Órdenes religiosas.

La liturgia mozárabe canta también la realeza de María: «Bienaventurada eres tú oh Reina, que naces como la luz», dice una de sus antífonas.