domingo, 23 de mayo de 2021

TODA NUESTRA SANTIFICACIÓN CONSISTE EN CONFORMARNOS CON LA VOLUNTAD DE DIOS San Alfonso María de Ligorio


DE LA CONFORMIDAD CON LA VOLUNTAD DE DIOS

 SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

«Sicut mandatum dedit mihi Pater, sic facio».

Cumplo con lo que me ha mandado el Padre.

(Joann XIV, 31)

Dios nos envió a Jesucristo, no solamente como Salvador, sino también como nuestro maestro; y por consiguiente, vino principalmente al mundo, para enseñarnos con sus palabras y con su ejemplo el modo con que debemos amar a Dios nuestro sumo bien. Por esto dijo un día a sus discípulos, como se lee en el presente Evangelio: «Para que conozca el mundo -dice Jesucristo- que Yo amo al Padre, y que cumplo con lo que me ha mandado». Y en otro lugar: «He descendido del Cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de Aquél que me ha enviado. (Joann. VI, 38). Si amáis, pues, almas devotas, a Dios Nuestro Señor, y queréis santificaros, debéis cumplir su santa voluntad. Escribiendo san Pablo a los Romanos, dice: que el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que se nos ha dado. Si queremos, pues, el tesoro del amor divino, debemos suplicar incesantemente al Espíritu Santo, que nos de a conocer la voluntad divina, y pedirle siempre la luz necesaria para conocerla y ejecutarla. Digo esto, porque hay muchos que quieren amar a Dios, y no quieren después cumplir con su voluntad divina, sino la suya propia. Por esto quiero demostraros hoy:

Punto 1º: Que toda nuestra satisfacción consiste en conformarnos con la voluntad de Dios.

Punto 2º: En que cosas y como debemos conformarnos de ella prácticamente.

Punto 1

TODA NUESTRA SANTIFICACIÓN CONSISTE EN CONFORMARNOS CON LA VOLUNTAD DE DIOS

1. Es cosa cierta, que nuestra salvación consiste en amar a Dios; porque el alma que no le ama, queda en la muerte, como nos la asegura el evangelista san Juan:  «Qui non diligit manet in morte». (Joann. III, 14) La  perfección, pues, del amor, consiste en conformar nuestra voluntad con la de Dios: «Et vita in voluntate ejus». (Psal. XXIX, 6). Por eso san Pablo, en su epístola a los Colonenses (III, 14), les exhorta a mantener el amor, el cual es el vínculo de la perfección. San Dionosio Areopagita dice, que el efecto principal del amor es, querer el que ama lo que quiere la persona amada; de suerte, que no tengan ambas personas sino un solo corazón y una sola voluntad; porque si fuesen contrarias a ella, ya no serían virtuosas, sino defectuosas y dignas de castigo.

2. Estando predicando Jesucristo un día en su casa, le dijeron que sus hermanos y su madre le esperaban fuera; y El les respondió: Cualquiera que hiciera la voluntad de mi Padre, que está en los Cielos, ese es mi hermano, y mi harmana y mi madre. (Matth. XII, 50). Con estas palabras quiso manifestarnos, que tenía por parientes y amigos solamente a aquellos que cumplían con la voluntad de Dios.

3. Los santos en el Cielo aman perfectamente a Dios. Pero pregunto: ¿en que consiste la perfección de su amor? En conformarse enteramente con la voluntad divina. Por esto Jesucristo nos enseño a pedir la gracia de hacer su voluntad en este mundo, como la hacen los bienaventurados en el Cielo. Y santa Teresa decía por la misma razón: «Todo lo que debe procurar el que se ejercita en la oración, es: conformarse con la divina voluntad»; y añade más adelante: «En esto consiste la mayor perfección; el que la practique mejor, recibirá de Dios mayores dones, y hará mayores progresos en la virtud». Este es el único fin que los Santos propusieron en la práctica todas las virtudes, a saber: cumplir con la voluntad de Dios. El venerable Enrique Susón solía decir: «Que más quería ser el gusano mas vil de la tierra, cumpliendo con la voluntad de Dios, que un serafín haciendo la suya propia».

4. Un acto perfecto de la conformidad con la voluntad de Dios, es suficiente para hacer a un hombre santo. Mientras san Pablo se ocupaba de perseguir a la Iglesia, se le apareció Jesucristo, y al punto se convirtió. ¿Que hizo entonces el santo? Ofreció a Dios su propia voluntad para que dispusiese de ella a su gusto. «Señor -le dice- ¿que quieres que haga?» (Act. IX, 6) ¡Y repentinamente el Señor reveló a Ananías, que le había hecho vaso de elección y Apóstol de los gentiles: Vas electionis est mihi iste, ut portet nomen meum coram gentibus (Act. IX. 15). Quien pone en las manos de Dios su propia voluntad, le da cuanto tiene. El que se mortifica por Dios con ayunos y penitencias, el que hace limosnas y otras obras buenas, da a Dios parte de sus bienes; pero el que da su voluntad, se lo da todo, y por lo mismo puede decir con verdad: Señor habiéndoos dado mi voluntad, ya no me queda que daros, puesto que todo os lo he dado. Y esto es aquel todo que nos pide Dios cuando nos pide el corazón, es decir, la voluntad. Hijo mío, dice en los Proverbios (XXIII, 26), dame tu corazón. Si Dios, pues, agradece tanto que le sacrifiquemos nuestra propia voluntad, decía el abad san Nilo, no debemos pedirle en nuestras oraciones que haga  lo que nosotros queremos, sino que nos de la gracia para que nosotros hagamos siempre lo que Él quiere. Ninguno ignora esta verdad, a saber: que todo nuestro bien consiste en cumplir con la voluntad de Dios: pero la dificultad esta en ejecutarla. Esto lo veréis en el segundo punto, donde tengo que deciros muchas cosas útiles y necesarias.

Punto 2

COMO Y EN QUE CASO DEBEMOS CONFORMARNOS EN LA PRÁCTICA CON LA VOLUNTAD DE DIOS

5. Para estar dispuestos a ejecutar la voluntad de Dios, debemos ofrecernos, anticipadamente, a recibir con paz y resignación todo aquello que el Señor dispone y exige de nosotros. Así lo practicaba el rey David, cuando decía: «Señor, dispuesto está mi corazón». (Psal. CVII, 2) Con estas palabras solamente le pedía, que le enseñase a cumplir con su voluntad, como dice claramente el mismo real Profeta (Psal. CXLII, 10): Doce me facere voluntatem tuam. De este modo mereció que el Señor le llamase hombre hecho a medida de su corazón: «He hallado en hombre conforme a mi corazón, que cumplirá en todo mi voluntad». (Act. XIII, 22) Y ¿por que? Porque  el santo Rey estaba siempre aparejado a ejecutar la voluntad de Dios.

6. Santa Teresa se ofrecía a Dios cincuenta veces al día, para que dispusiese de ella al gusto, porque estaba pronta a abrazar cuanto al Señor pluguiese mandarle, bien próspero, bien adverso. Y este es el modo con que debemos estar dispuestos siempre a hacer la voluntad divina. Todos los cristianos están prontos con la voluntad de Dios en las cosas prósperas; la perfección, empero consiste en conformarse también en las adversas. Dios quiere que le demos gracias en los lances prósperos; pero se complace más cuando sufrimos con paz y tranquilidad los adversos. Decía el P. M. Ávila: «Más vale un bendito sea Dios en la adversidad, que seis mil acciones de gracias en la prosperidad».

7. Los cristianos debemos conformarnos con la voluntad divina, no solamente en aquellas adversidades que nos vienen directamente de la mano de Dios, como son las enfermedades, la pérdida de bienes, la privación de los padres, de los deudos o de los amigos; sino también en aquellas que, aunque Dios las tolera, porque cuanto sucede en el mundo todo está dispuesto por Dios, sin embargo, nos vienen de Dios indirectamente, esto es, por medio de los hombres, como las injusticias, las calumnias, las injurias, los hurtos y las persecuciones. Más ¿cómo es eso, me diréis? ¿Quiere acaso Dios, que pequen los otros ofendiéndonos en los bienes o en el honor? No, oyentes míos, no: entended bien lo que digo: Dios no quiere que pequen los que nos ofenden; peri si quiere que nosotros suframos aquella pérdida o aquella humillación: y quiere también que, en semejantes casos, nos conformemos con su divina voluntad.

8. Todos los bienes , como las riquezas y los honores y todos los males, como las enfermedades y las persecuciones, vienen de la mano de Dios: Bona et mala… a Deo sunt (Eccl. XI, 14) Pero tened presente, que la Escritura los llama males, porque nosotros, que nos conformamos poco con  la voluntad divina, solemos llamarlos males y desgracias; más en realidad, si los recibiéramos con resignación que debemos, y como venidos de la mano de Dios, serían para nosotros no males, sino bienes. Las joyas que hacen más rica y esplendente la corona de los santos en el cielo, son las tribulaciones sufridas  por Dios con paciencia y resignación pensando que todas ellas vienen  de sus divinas manos. Cuando al santo Job le dieron la noticia de que los Sabeos le habían arrebatado sus riquezas, ¿que respondió? Dominus dedit. Dominus absulit: «El Señor me lo dio todo, el Señor me lo ha quitado: bendito sea el nombre del Señor». (Job. I, 21).

9. El alma que ama  a Dios, no se turba jamás, aunque le suceda cualquier trabajo, por grande que sea. Por eso nos dice en los Proverbios (XII, 21) Non contristabit justum quidquid ei acciderit: «Ningún acontecimiento podrá contristar al justo». Refiere Cesáreo (Lib. 10 cap. 6), que cierto monje obraba muchos milagros, aunque no llevaba una vida más austera que los demás. Maravillado de esto el abad, le preguntó un día , cuáles eran las obras santas que practicaba. El monje le respondió que él era el más imperfecto de sus hermanos; pero que ponía toda su atención en conformar su voluntad con la de Dios. El abad le replicó: ¿Y no tenéis algún resentimiento contra ese enemigo que nos ha perjudicado tanto en nuestros intereses estos días pasados? Ninguno, -replicó el monje- , antes he dado gracias al Señor, que todo lo hace o lo permite por nuestro bien. Por estas palabras conoció el abad la santidad de ese buen religioso. Lo mismo debemos decir nosotros también en todas las cosas adversas que nos sucedan. Siempre debemos exclamar: Señor, si así lo queréis, cúmplase vuestra divina voluntad.

10. El que obra de esta manera, goza la paz que en el nacimiento de Jesucristo anunciaron los ángeles a los hombres de buena voluntad, esto es, a los que conforman la suya con la de Dios. Estos tales gozan aquella paz que, como dice el Apóstol, sobrepuja a todos los placeres de los sentidos. Paz grande, paz duradera, que no está sujeta a vicisitudes humanas. El hombre necio se muda como la luna, más el justo persevera en la sabiduría como el sol. Como si dijera: el necio se ríe hoy de su necedad, mañana llora de desesperación; hoy está humilde y tranquilo, mañana soberbio y furibundo; en suma, el pecador se muda como se mudan las cosas prósperas o adversas que le suceden; empero el justo persevera como el sol, siempre igual, siempre sereno, siempre el mismo, ocurra lo que ocurriere. Cierto que no podrá dejar de sentir como hombre alguna displicencia, cuando experimenta ciertas contrariedades, pero, mientras conforme su voluntad con la de Dios, ninguno podrá privarle de aquella alegría espiritual que no está sujeta a las mudanzas de la vida presente.

11. El que descansa en la voluntad divina, es semejante al hombre que se halla colocado en un punto elevado sobre las nubes; desde él ve los relámpagos, los truenos y las tempestades que se enfurecen debajo de sus pies; más no le ofenden ni le turban. ¿Y cómo puede turbarse sucediéndole siempre lo que quiere? Quien no desea otra cosa que lo que Dios dispone, logra siempre lo que desea, por lo mismo que no desea más que lo que Dios quiere que suceda. Las personas que resignan su voluntad en la divina, dice Salviano, si son de humilde condición, se resignan en serlo; si sufren la pobreza, quieren ser pobres; en fin, están siempre satisfechas, porque siempre quieren lo que Dios quiere: y, por lo mismo son felices y deben ser tenidos por tales. Llega el frío, el calor, la lluvia, el viento; y el que se conforma con la voluntad de Dios, dice: quiero este frío, quiero este calor, quiero que llueve y haga viento, porque así lo quiere Dios. ¿Y que mayor contento puede tener una persona  que desea complacer a Dios, que abrazar con ánimo sereno aquella cruz que el Señor le envía, sabiendo que abrazándola con paz, da a Dios el mayor gusto que pueda darle? Era tan extraordinaria la alegría que experimentaba en su interior santa María Magdalena de Pazis, con sólo oír nombrar la voluntad de Dios, que salía fuera de sí y se extasiaba de placer.

12. Por el contrario; ¡que necedad tan grande es la de aquellos que se oponen a la voluntad del Señor, y en lugar de recibir las tribulaciones con paciencia, se irritan y enfurecen contra Dios, tratándole de injusto y de cruel! ¿Piensan, acaso, que oponiéndose a su divina voluntad no ha de suceder lo que Dios quiere? ¡Desventurados! ¿Ignoran, por ventura que nadie puede resistir a la voluntad divina, como dice san Pablo en su epístola a los Romanos (IX, 19) por estas palabras Voluntati ejus quis resistet? ¿Acaso con su impaciencia hace más llevaderos los trabajos que Dios les envía? No, antes los hacen más pesados y aumentan su pena. Resignémonos, pues, nosotros a la voluntad de Dios, así haremos más ligera la cruz que pesa sobre nuestros hombros, y alcanzaremos grandes méritos para la vida eterna; porque lo que Dios se propone cuando nos envía tribulaciones, es, hacernos santos, como dice san Pablo (I, Thess. IV, 3). «No nos envía Dios los trabajos porque nos quiera mal, sino porque nos quiere bien, y sabe que ellos sirven para nuestra santificación». Aún los mismos castigos no nos vienen de Dios, para nuestra perdición, sino para nuestra salud, es decir, para enmienda nuestra. Nos ama tanto el Señor, que no solamente desea nuestro bien, sino que lo que desea con ansiedad, como decía David: Dominus solicitus est mei (Psal. XXXIX, 18).

13. Pongámonos, pues, siempre en las manos de aquél Dios que tanto desea nuestra salvación y tanto cuidado tiene de ella, como dice san Pedro: El que vive entregado a las manos de Dios, tendrá una vida alegre y una muerte santa. El que muere enteramente resignado en la divina voluntad, muere santo: pero el que durante su vida no se haya conformado con la voluntad de Dios, no se conformará tampoco  en la muerte y por consiguiente no se salvará. A este fin debemos dirigir todos nuestros pensamientos en el tiempo de vida que nos resta, a saber: a hacer la voluntad de Dios. A este fin debemos dirigir todas nuestras devociones, meditaciones, comuniones, visitas al santísimo Sacramento y todas nuestras súplicas; porque siempre debemos pedirle que nos enseñe a hacer  y se haga en todo su santa voluntad, como le pedía el santo rey David por estas palabras: Doce me facere voluntatem tuam. (Psalm. CXLII, 10) Ofrezcámosle también, que aceptaremos con gusto cuanto disponga hacer de nosotros, diciéndole con el apóstol san Pablo: Señor ¿que quieres que haga? ¿Domine quid me vis facere? (Act. VI, 6) Y en cualquier cosa que nos acontezca, bien sea próspera, bien adversa, repitamos siempre aquellas palabras de la Oración dominical: Fiat voluntas tua: Hágase tu divina voluntad. Más no debemos hacerle ésta súplica fríamente, sino de corazón y muchas veces al día. ¡Felices de nosotros si vivimos confiados en la voluntad divina, y terminamos esta miserable vida, anteponiendo la voluntad de Dios a la nuestra, y repitiendo a la hora de la muerte: ¡Hágase, Señor, tu divina voluntad! Así manifestaremos, que hemos amado a Dios durante nuestra peregrinación de este triste valle de lágrimas, y conseguiremos gozar de su divina presencia por los siglos en la vida eterna.

 SERMÓN COMPLETO