Meditación Jesús
crecía en sabiduría y en edad
MEDITACIONES DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
MEDITACIONES DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
Para los días de la octava de la epifanía
Meditación VII
Jesús crecía en sabiduría y en edad
El evangelista san
Lucas hablando de la permanencia de Jesús en Nazaret dice: Y Jesús crecía en
sabiduría y en edad, y en gracia delante de Dios y de los hombres. Lc. 2, 52
Así como Jesús iba
creciendo en edad, así crecía en sabiduría; no porque con los años fuese
adquiriendo mayor conocimiento de las cosas, como nos sucede a nosotros, pues
que desde el primer momento de su vida Jesús estuvo lleno de toda la ciencia y
sabiduría divina, “estando escondidos en él todos los tesoros de la sabiduría y
de la ciencia, según San Pablo”,
Pero se dice que
crecía, porque iba con la edad siempre manifestando más su sublime sabiduría.
Del mismo modo se entiende también que Jesucristo crecía en gracia delante de
Dios y de los hombres; pues en cuanto Dios, aunque todas sus acciones divinas
no le hiciesen más santo, ni le aumentasen mérito, estando desde el principio
en su plenitud; no obstante las operaciones del Redentor eran por sí todas
suficientes para acrecentarle la gracia y el mérito. Crecía además en la gracia
delante de los hombres, aumentándose su hermosura y amabilidad.
¡Oh, y como se
mostraba siempre más precioso Jesús y más amable en su juventud, haciendo
conocer de cada día más las bellas cualidades por las que debía ser amado! ¡Con
qué alegría el santo jovencito obedecía a María y a José! ¡Con qué recogimiento
de espíritu trabajaba! ¡Con qué parsimonia y modestia se alimentaba! ¡Con qué
compostura hablaba! ¡Con qué dulzura y afabilidad conversaba con todos! ¡Con qué
devoción oraba!
En suma, toda
acción, toda palabra, todo movimiento de Jesucristo enamoraba y hería el
corazón de cuantos le contemplaban, y especialmente de María y de José que
tuvieron la dicha de tenerle siempre al lado.
¡Oh, u cómo estaban
los santos Esposos siempre atentos a contemplar y admirar todas las
operaciones, las palabras y los gestos de aquel Hombre Dios!
Afectos y súplicas
Creced, pues, amado
Jesús, creced por mí. Creced para enseñarme con vuestros divinos ejemplos todas
las virtudes. Creced para consumar el gran sacrificio sobre la cruz, del cual
depende mi salvación eterna.
¡Ah! Haced, o mi
Señor, que yo también crezca siempre en vuestro amor y en vuestra gracia.
¡Miserable de mí, que hasta aquí he crecido siempre en ingratitud hacia Vos, que
tanto me habéis amado! En adelante haced que suceda todo lo contrario; Vos
sabéis mi debilidad y habéis de darme luz y fuerza. Hacedme conocer las bellas
prendas que tenéis para ser amado. Sois un Dios de infinita hermosura y bondad,
que no habéis reusado bajar a esta tierra y haceros hombre por nosotros,
llevando una vida humilde y penosa, terminándola después con una muerte cruel.
Y ¿Dónde podíamos
encontrar un objeto más amable y más amante que Vos? ¡Insensato! En el tiempo
pasado no he querido conoceros, y por esto os he perdido. De ello os pido
perdón, lo detesto con toda el alma, y resuelvo ser todo vuestro.
Pero Vos ayudadme;
recordadme siempre la vida trabajosa y la muerte amarga que habéis sufrido por
mi amor.
Dadme, pues, luz y
dadme fuerza. Cuando el demonio me presente algún fruto vedado, hacedme fuerte
para despreciarlo; no permitáis que por cualquier vil y momentáneo interés os
pierda yo, bien infinito.
Os amo, Jesús mío,
muerto por mí; os amo, bondad infinita; os amo, enamorado de mi alma. María,
Vos sois mi esperanza; por vuestra intercesión confío amar de hoy en adelante
para siempre a mi Dios, y de no amar a otro que a Dios.