lunes, 28 de enero de 2019

"ME ENCANTA MI HEREDAD". Homilía en la fiesta de santa Paula Romana



Homilía en la fiesta de Santa Paula Romana
Sábado 26 de enero de 2019
Convento de MM Jerónimas de Toledo
“El Señor es el lote de mi heredad y mi copa.”
Estas palabras del salmo 15, que hemos cantado, expresan el convencimiento del salmista que ha hallado en Dios la fuente de su alegría, felicidad y salvación.
Este salmo que la liturgia de santa Paula nos propone es la expresión orante del alma que convencida de la vaciedad y caducidad de los bienes de este mundo, sabe que sólo Dios permanece y que sólo en él puede encontrar su felicidad.  El salmista los expresa así: “Los dioses y señores de la tierra no me satisfacen.”
 “Sólo Dios basta” dice Santa Teresa en su poesía y añade el Papa Benedicto XVI: “Sólo él sacia el hambre profunda del hombre. Quien ha encontrado a Dios, lo ha encontrado todo. Las cosas finitas pueden dar la apariencia de satisfacción o de alegría, pero sólo lo Infinito puede llenar el corazón del hombre.”
Porque, queridos hermanos, ¿quién puede llenar nuestro corazón si no aquel mismo que lo ha creado?
¡No pensemos que la idolatría es cosa del pasado! El hombre no puede vivir sin Dios, y cuando se olvida, rechaza o desconoce al Dios verdadero, se fabrica sus propios dioses e ídolos. El hombre moderno, que se jacta de no creer en Dios, se ha fabricado nuevos dioses, que son ya viejos: dinero, sensualidad, fama… pero nada de eso le da la felicidad.
El salmista ha llegado a esa experiencia: “Solo Dios basta”; -como lo han hecho tantas almas santas, como santa Paula- y  por ello detesta y rechaza a los ídolos de este mundo y también a aquellos que se van tras ellos. Y por eso su corazón exulta y rebosa y exclama: “El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi suerte está en tu mano: me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad.”
¿Diríamos nosotros lo mismo? ¿Exultaríamos nosotros exclamando: El Señor es lote de mi heredad y mi copa?
¡Cuántas veces, a pesar de saberlo y ser conscientes de que “Solo Dios basta”, andamos ansiosos tras las felicidades falsas, caducas y pasajeras!
¡Cuántas veces ponemos nuestra felicidad -buscamos nuestra felicidad- en los bienes de este mundo, en la fama y la gloria mundana, en el placer y la sensualidad!
¡Tantas veces experimentamos lo que san Pablo dice en la carta a los romanos: “Según el hombre interior, me complazco en la ley de Dios; pero siento otra ley en mis miembros, que va luchando contra la ley de mi razón y me va encadenando a la ley del pecado que está en mis miembros.
¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? ¡Gracias a Dios, por Jesucristo, Señor nuestro, me veré libre!”

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa.
Los santos son los hombres y mujeres verdaderamente libres. Libres no solo de la esclavitud del pecado que encadena y destruye; sino libres de todo apego desordenado a las realidades creadas, a los bienes materiales o espirituales. Libres para la tarea del amor pues nada de este mundo les ata e impide amar a Dios sobre todas las cosas.
El salmista siente esa libertad: Solo Dios basta, solo Dios es su lote y su heredad y nada quiere saber ya de los dioses y señores de este mundo.
Santa Paula, a quien tenéis como madre de vuestra vida monástica, llegó también a esta experiencia de fe.
Nacida de familia noble y acomodada, bautizada en la fe cristiana es criada y educada entre las comodidades de su tiempo y de su clase social. Contrae matrimonio y es madre de 5 hijos. Ante todos sus conocidos es ejemplar en su vida cotidiana. Pero, sin percibirlo como malo, vive apegada a lo mundano. Enviuda con tan solo 33 años, y es a partir de aquí, de esta experiencia dolorosa, cuando la vida de Paula cambiará radicalmente.
El trato y amistad con santa Marcela, viuda romana que asombraba a todos los habitantes de Roma por el rigor de sus penitencias, hizo que santa Paula se decidiese a llevar una vida dedicada sólo a Dios.
Hay algo maravilloso siempre en la vida de los santos. Y son esos encuentros providentes entre ellos, que los impulsan hacia la entrega verdadera al amor.  ¡Los santos realizan la mejor evangelización que es la de la propia santidad que irradian y comunican a los otros! Una razón más para que recordemos la obligación de ser santos, porque nuestro mundo de hoy lo necesita. ¡Sí, tenemos un deber de ser santos! No solo por nosotros  sino para que muchos otros lo sean.  
Paula se hace todo un programa de vida: come sencillamente, duerme sobre saco, renuncia a las diversiones y a la vida social, reparte sus bienes entre los pobres y se aparta de todo aquello que pueda distraerla de Dios.
Y nuevamente otro encuentro providencial: conoce a San Jerónimo en Roma, al hospedar a san Epifanio de Salamis y a San Paulino de Antioquía. Paula queda prendada ante el ejemplo de su vida y la profundidad de su enseñanza.
Pero Dios le pedía más, le llamaba a una vocación más alta y ella así lo sabía.
Paula aprovecha la cercanía de san Jerónimo, asiste a sus enseñanzas, se deja guiar por este pastor de almas.
Pero el ambiente y la vida en Roma se hace cada vez más insoportable. 
San Jerónimo sufre el ataque de los envidiosos y la calumnia. Decide abandonar la ciudad y retirarse a Palestina para llevar una vida de penitencia, oración y estudio.
Paula siente la llamada de seguirle, y como un nuevo Abraham, abandona su casa, su parentela y se va hacia la Tierra Santa acompañada de su hija santa Eustoquio y otras mujeres piadosas.
Allí, en Belén, donde el Dios Omnipotente se hizo pequeño, Paula –la pequeña- comienza a imitar a su Dios.  Establece un monasterio llevando una vida reglada de servicio a Dios. Paula la gran dama de la ciudad de Roma se ha escondido a los ojos del mundo, para servir sólo a Dios.
Después de haber renunciado a la pomposidad del mundo, después de haber pasado por el trance doloroso de la muerte de su esposo y de alguna de sus hijas, después de vender su bienes, y abandonar su patria sin saber muy bien como saldrá aquella locura –vista así  por los hombres sin fe- puede exclamar desde los más profundo: El Señor el lote de mi heredad y mi copa. Me ha tocado un lote hermoso me encanta mi heredad.
Con san Pablo –como hemos escuchado en la segunda lectura- ella misma puede decir: “Todo lo que para mí era ganancia lo consideré pérdida comparado con Cristo; más aún, todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él. No es que ya haya conseguido el premio, o que ya esté en la meta: yo sigo corriendo a ver si lo obtengo, pues Cristo Jesús lo obtuvo para mí.”

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa.
Queridos hermanos: ¿Deseamos nosotros que estas palabras sean pronunciadas en verdad desde lo más íntimo de nosotros mismos? ¿Queremos que el Señor sea nuestro lote y nuestra copa?
En la primera lectura tenemos  una enseñanza importante si queremos llegar a esta experiencia de fe. Narra la vocación de Abrán. Ante la llamada de Dios, una llamada que implica una renuncia –sal de tu tierra y de la casa de tu padre- pero que conlleva una bendición incomparable –haré de ti un gran pueblo y te bendeciré-, Abrán obedece a la palabra de Dios.
Todo somos llamados:
Primero llamados a la vida
Segundo llamados a la fe,
Tercero llamados a vivir nuestra fe en una vocación concreta en el matrimonio o la vida consagrada.
Cuarta y última: llamados a la vida eterna.
Entre estas llamadas, hay muchas otras que Dios nos hace cada día… a través de la voz de su Iglesia y sus pastores, a través de su Palabra, a través de las mociones que el Espíritu Santo hace en cada alma… y ante cada una de estas llamadas, la respuesta ha de ser la obediencia a Dios, que se expresa en su Palabra, en sus mandamientos, y para vosotras queridas madres jerónimas en vuestras reglas y constituciones.
Palabra de Dios que se hace actual y viva por la acción del mismo Espíritu Santo que la inspiró.
Palabra de Dios dirigida a nosotros cuando se la acoge en la oración y es escuchada en la fe de la Iglesia. 
Palabra de Dios ante la cual no podemos  cerrar el oído. “Si hoy escucháis su voz, no endurezcáis el corazón.” –nos hace repetir la Iglesia cada día en el oficio divino.
Palabra de Dios que se hizo carne para hacerse pan en la Eucaristía y ser nuestro alimento y estar y morar a nuestro lado.
Aquel que es la Palabra del Padre, lejos de resonar a distancia, está aquí en nuestros sagrarios, vendrá aquí a nuestros altares.
Santa Paula como todos los otros santos, como se nos ponía de manifiesto ayer en la conversión de san Pablo, llega a la santidad porque se encuentra con Jesucristo vivo: él es tesoro escondido por el cual se vende todo, Jesucristo es la perla preciosa por la que vale la pena perderlo todo, incluso la propia vida como testifican con su sangre los mártires. 
Permitidme repetir esa cita del Papa Benedicto XVI en su primera encíclica Deus Caritas est: “No se comienza a ser cristiano –y por tanto no  comenzamos a ser santos- por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona y este es Jesucristo. Él da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.”
El encuentro con Cristo y el trato auténtico con él no puede dejarnos indiferentes. Si escuchamos su palabra, si los recibimos en los sacramentos –particularmente en la Eucaristía y la Penitencia-, si tratamos con él en la oración… nuestra vida no puede ser igual a la de los que no creen, a la de los que no le conocen. Nuestra vida y con ella todos sus aspectos se orienta a Jesucristo, se ilumina en Jesucristo, se ve transformada y modelada por Jesucristo.

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa.
Queridos todos:
Quiero en esta tarde decir con todos vosotros: “el Señor es el lote de mi heredad y mi copa: Me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad.”
Quiero decirlo agradeciendo el testimonio de los santos, de Santa Paula, su entrega, su valentía, su generosidad, su amor.
Quiero decir “el Señor es mi lote y mi heredad” agradeciendo el don de la vida, regalo del amor de Dios y con ella todo lo que Dios nos ha dado, muy especialmente nuestras familias y amigos, tantísimos bienes espirituales y materiales.
Quiero decir “me encanta mi heredad” agradeciendo el don de la fe: que nos abre el entendimiento a lo que ni hubiésemos podido sospechar, agradeciendo el don de la caridad que nos diviniza, agradeciendo el don de la esperanza que nos hace capaces de vivir confiados con nuestra mirada puesta en el cielo.
Queridas Madres Jerónimas de este monasterio de san Pablo de Toledo, queridos hermanos sacerdotes presentes, queridos fieles: quiero decir “Me ha tocado un lote hermoso” agradeciendo a Dios el don de mi vocación y el don de vuestra vocación y entrega: un signo del amor de Dios que elige a lo que no cuenta y lo que no sirve para que su Omnipotencia y su gloria resplandezca más grandemente descabalgando a los soberbios y sabios de este mundo. Todos nosotros podemos hacer nuestras las palabras de la Virgen Santísima: “El Señor ha hecho en mí maravillas.”
Quiero decir “me encanta, me encanta mi heredad” agradeciendo a Dios, el habernos hechos sus hijos adoptivos y concedernos por herencia el cielo.
¡Sí! Es verdad. “Me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad.”
Pido en esta tarde por intercesión de santa Paula que nos sea concedida la docilidad a la palabra de Dios, la virtud de la pronta y exacta obediencia, la perseverancia en el bien, la fuerza para huir de las ocasiones de pecar y ofender a nuestro Señor y sobre todo que se renueve en nosotros la virtud del amor a Jesucristo.
Así, como el salmista podremos decir:
“Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.
Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.
Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.
Amén.”