PARA EL DIA DE LA FIESTA DE LA ADORACION DE LOS REYES
(6
de enero)
San Juan Bautista de la Salle
Nunca
nos cansaremos de admirar la fe de los santos Magos; pues no se halló en Israel
fe que se parezca a la de estos admirables gentiles, según dice san Bernardo.
Descubren
una estrella nueva y extraordinaria y, a su sola vista, parten de una región
remota en busca de Aquel que, ni ellos conocen ni es conocido siquiera en su
propio país.
Alumbrados
por su luz y, más aún, por la de la fe, se ponen en camino para anunciar un
nuevo Sol de justicia, en el lugar en que ha nacido, y dejan atónitos a sus
habitantes con el ruido de semejante nueva. Ellos, en cambio, no se maravillan,
porque siguen los destellos de la Luz verdadera, y porque " sólo la fe
conduce a Jesucristo ", en expresión de san Pablo (1).
La
estrella no se les muestra en vano: su aparición llevó consigo la gracia de
Dios; y aquel día se trueca para ellos en día de salud, por haberse mostrado
fidelísimos a las inspiraciones divinas.
¿Prestamos
atención nosotros a las iluminaciones que de Dios recibimos? ¿Somos tan
diligentes en seguirlas, como lo fueron los santos Magos en dejarse conducir por
la estrella que los guiaba?
De
esa pronta fidelidad a la gracia depende muchas veces la salvación y felicidad
de un alma. Dios dispensó a Samuel el favor de hablarle, porque se presentó
tres veces consecutivas para oírle, tan pronto como sintió su llamamiento. Y
san Pablo mereció la gracia de su total conversión, porque se mostró primero
fiel a la voz de Jesucristo que le hablaba.
Eso
debéis hacer vosotros con tanta diligencia como ellos.
Luego
que llegaron a Jerusalén, y dentro del palacio de Herodes, los Reyes Magos
preguntan: ¿Dónde ha nacido el Rey de los judíos? (2).
¡Qué
pregunta para hecha en el palacio mismo del príncipe! Es cierto, dice san
Agustín, que varios reyes habían nacido en Judea, y que el propio Herodes -
allí reinante tenía varios hijos; pero a ninguno de ellos venían a adorar y
reconocer los Magos como Rey, por que el Cielo no los había enviado en su
busca.
Verdad
es también, según cuenta san Fulgencio, que poco antes le nació a Herodes un
hijo en su palacio; el cual reposaba en cuna de plata, y era respetado de toda
la Judea. Con todo, aquellos Reyes ni hacen caso de él ni le mientan siquiera
en el palacio real.
¡Oh
santa osadía la de nuestros Magos! ¡Entrar así en la capital y llegarse hasta
el trono de Herodes! Nada temían porque la fe que los animaba y la grandeza del
que venían buscando les urgía a olvidar y a tener en menos toda clase de
consideraciones humanas; por eso consideran a Herodes, con quien están
hablando, como infinitamente menor que Aquel que les había anunciado la
estrella.
No
es posible admirar debidamente que gentiles educados en los errores del
paganismo poseyeran fe tan viva y se mostrasen tan fieles en seguir sus luces.
Esta
fe se aumentó y fortaleció sobremanera cuando, congregados todos los
príncipes de los sacerdotes y los escribas del pueblo, indagó de ellos Herodes
el lugar en que había de nacer el Cristo. En Belén, le respondieron (3); a lo
que agregó el rey dirigiéndose a los Magos: Cuando encontréis a ese Niño que
buscáis, yo mismo iré a adorarle (4). Mas ellos, salidos del palacio, no
volvieron a ocuparse del rey Herodes.
Así
debe apremiaros la fe a despreciar todo cuanto el mundo estima.
Dejada
la ciudad de Jerusalén, se dirigieron los Magos a la humilde aldehuela de
Belén, para encontrar allí al Rey que buscaban. Iban conducidos por la
estrella, que caminaba delante de ellos, hasta que, llegados al lugar adonde
yacía el Niño, se paró (5). Entrando entonces en el establo, " vieron
los Magos a un niñito envuelto en pobres pañales, acompañado de María su
Madre ".
¿Cómo
no temieron los Magos, a tal visión, ser víctimas de algún engaño? ¿Son
éstas, insignias de rey? ¿Dónde está su palacio?; ¿dónde su trono?;
¿dónde su corte?: exclama san Bernardo.
Y
prosigue: su palacio es el establo; un pesebre le sirve de trono; la compañía
de la Santísima Virgen y san José forman su corte.
No
tienen por despreciable el lugar; los pobres pañales no les causan extrañeza,
ni los maravilla ver a un débil niño amamantado por su madre. Se prosternan
delante de Él, dice el Evangelio (6); le reverencian como a su Rey y le adoran
como a su Dios. Ved lo que les impulsó a obrar la fe, de cuyo espíritu estaban
vivamente penetrados.
Reconoced
a Jesucristo bajo los pobres harapos de los niños que instruís; adoradle en
ellos; amad la pobreza y honrad a los pobres, a ejemplo de los Magos. Porque la
pobreza ha de seros amable a vosotros, encargados de educar a los pobres.
Muévaos la fe a hacerlo con amor y celo, puesto que ellos son los miembros de
Jesucristo (7).
Ése
será el medio para que el divino Salvador se complazca entre vosotros, y de que
vosotros le halléis; ya que Él amó siempre la pobreza y a los pobres.