domingo, 2 de octubre de 2016

LA FE Y LOS MILAGROS. Santo Tomás de Villanueva




COMENTARIO AL EVANGELIO
 
XX DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS


Forma Extraordinaria del Rito Romano

Si no viereis señales y prodigios, no creéis (Io. 4,48). Santo Tomas (cf. Com. In Ep. Ad hebr. C.11 lect. 1 y 5) dice que la fe es una luz del espíritu mediante la cual la inteligencia se adhiere a una verdad invisible. No me digáis que esto se opone a nuestra naturaleza, porque para darle luz suficiente están los milagros.
Entonces, ¿por qué se reprocha a los judíos que no creen si no ven milagros? Os podría responder diciendo que la fe se fundamenta en las verdades infalibles conocidas por la revelación y que nos han enseñado los Profetas,  los Apóstoles, y la Iglesia de Jesucristo. Ahora bien, a nosotros no nos hace falta ver los milagros, porque si con una fe natural creemos a los hombres en tantas cosas, admitiendo por ejemplo, que Roma existe bajo su palabra, ¿por qué no hemos de creer a los santos, que han visto tales maravillas y nos las han contado?
Hay quienes tienen fe porque han nacido de padres cristianos, sin pensar nunca en nada, y esa es una fe puramente hereditaria, fe vacía. Otros creen pidiendo que Dios confirme su palabra con milagros, lo cual también es ofensivo para el mismo Dios, que merece ser creído sin más prueba que su veracidad. Existen igualmente los que pretenden llegar a la fe por la razón, como los griegos querían (1 Cor. 1,22), y los que exigen un testimonio interior en su propia alma. Más la verdadera fe se contenta con los testimonios que ofrece la Iglesia, y cree en Dios por ser El quien es. María creyó sin exigir pruebas, y los judíos las piden una y otra vez. He aquí porque son reprendidos. No obstante, no hay mayor insensatez que creer y no practicar la fe, aprobar una verdad y no amarla.
 Santo Tomas de Villanueva