COMENTARIO AL EVANGELIO
XX DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
Forma Extraordinaria del Rito Romano
Si no
viereis señales y prodigios, no creéis (Io. 4,48). Santo Tomas (cf. Com. In Ep. Ad hebr. C.11 lect. 1 y 5) dice que la fe es una luz del espíritu
mediante la cual la inteligencia se adhiere a una verdad invisible. No me
digáis que esto se opone a nuestra naturaleza, porque para darle luz suficiente
están los milagros.
Entonces,
¿por qué se reprocha a los judíos que no creen si no ven milagros? Os podría
responder diciendo que la fe se fundamenta en las verdades infalibles conocidas
por la revelación y que nos han enseñado los Profetas, los Apóstoles, y la Iglesia de Jesucristo.
Ahora bien, a nosotros no nos hace falta ver los milagros, porque si con una fe
natural creemos a los hombres en tantas cosas, admitiendo por ejemplo, que Roma
existe bajo su palabra, ¿por qué no hemos de creer a los santos, que han visto
tales maravillas y nos las han contado?
Hay
quienes tienen fe porque han nacido de padres cristianos, sin pensar nunca en
nada, y esa es una fe puramente hereditaria, fe vacía. Otros creen pidiendo que
Dios confirme su palabra con milagros, lo cual también es ofensivo para el
mismo Dios, que merece ser creído sin más prueba que su veracidad. Existen
igualmente los que pretenden llegar a la fe por la razón, como los griegos
querían (1 Cor. 1,22), y los que exigen un testimonio interior en su propia
alma. Más la verdadera fe se contenta con los testimonios que ofrece la
Iglesia, y cree en Dios por ser El quien es. María creyó sin exigir pruebas, y
los judíos las piden una y otra vez. He aquí porque son reprendidos. No
obstante, no hay mayor insensatez que creer y no practicar la fe, aprobar una
verdad y no amarla.
Santo Tomas de Villanueva