Homilía
de maitines
SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
FORMA EXTRAORDINARIA DEL
RITO ROMANO
Homilía de San Buenaventura, obispo
Libro del Árbol de la vida, num. 30
Para que del costado de Cristo
dormido en la cruz se formase la Iglesia y se cumpliese la Escritura que dice: Mirarán
a quien traspasaron, uno de los soldados lo hirió con una lanza y le abrió el
costado. Y fue permisión de la divina providencia, a fin de que, brotando de la
herida sangre y agua, se derramase el precio de nuestra salud, el cual, manando
de la fuente arcana del corazón, diese a los sacramentos de la Iglesia la
virtud de conferir la vida de la gracia, y fuese para los que viven en Cristo
como una copa llenada en la fuente viva, que brota para comunicar vida eterna. Levántate,
pues, alma amiga de Cristo, no dejes de estar alerta; aplica a ella tus labios
para que bebas el agua de las fuentes del Salvador.
De la Vid mística, cap. 3
Ya que una vez nos hemos
acercado al Corazón dulcísimo de nuestro Señor Jesucristo y tan grato nos es
estar aquí, no nos dejemos separar fácilmente de él. ¡Oh cuán dulce, cuán
agradable es habitar en este Corazón! Vuestro Corazón, oh Buen Jesús, es un
rico tesoro, una perla preciosa, que encontramos en el campo cavado de vuestro
cuerpo. ¿Quién despreciaría esta perla preciosa? Por mi parte, yo daré por
ellas todas las demás perlas; trocaré, para comprarla, mis pensamientos y
afectos; arrojando todas mis preocupaciones en el Corazón del buen Jesús, el
cual me alimentará sin defraudarme en nada. Y como quiera que he hallado
vuestro Corazón, que es también mío, oh dulcísimo Jesús, os ruego, a vos que
sois mi Dios: recibid mis preces en este santuario donde dais audiencia, o más
bien, atraedme todo entero a vuestro Corazón.
Para esto, cabalmente, fue
abierto vuestro costado, para franquearnos la entrada. Para esto fue llagado
vuestro Corazón, para que pudiéramos morar en él al abrigo de las perturbaciones
del exterior. Y, lo que es más, fue
también llagado, para que la herida visible nos revelara la herida invisible
del amor. ¿Podía manifestarnos más evidentemente este ardiente amor que
dejándose atravesar por la lanza no sólo en su cuerpo sino en su mismo Corazón?
La herida corporal pone al descubierto, de esta suerte, la herida espiritual.
Siendo así, ¿Quién no amará a aquel corazón
herido tan en lo profundo? ¿Quién no pagará con amor a quién tanto nos
ama? ¿Quién no abrazará a tan casto amante? Por esto nosotros, aun mientras
vivimos en el cuerpo, devolvamos, según la medida de nuestras fuerzas, amor por
amor, abracemos al que vemos llagado por nosotros, a aquel cuyas manos y pies,
cuyo costado y corazón horadaron unos viñadores crueles, y pidámosle se digne
encadenar con los vínculos de su amor y herir con su dardo a este nuestro
corazón, tan duro aún y tan impenitente.