"Fue devotísima del Santísimo Sacramento. Nunca estaba satisfecha de las pláticas que de esto trataban. Todas las veces que salía su Majestad fuera (en procesión) u oía la señal que para esto se hacía, era singular la devoción, la alegría y el gusto que mostraba. Cuando lo nombraban u oía nombrar, humillaba la cabeza y cuerpo con humillación profunda. Le ofendía cualquier desacato que en su presencia divina se hiciese. Su consuelo estaba en asistir en su presencia, principalmente cuando estaba descubierto (expuesto). Decía que, cuando a su Majestad así lo veía, eran inenarrables los júbilos de su alma. Todos los años que podía, asistía desde el Jueves, que se encerraba el Señor hasta el Viernes (Santo) sin comer ni beber. Y los viernes, de rodillas, sin moverse ni acudir a otra acción cualquier del cuerpo; lo cual notaban sus confesores y, admirados, decían cómo era posible que un cuerpo pudiese estar así como incorruptible.
Hacía flores y adornaba andas para el día del Corpus Christi y Jueves Santo… Comulgaba muy a menudo. Domingo y jueves (al principio), después le dieron licencia para que comulgase más veces. Los días de comunión no comía, porque era tal la presencia del Señor que no le daba lugar a comer hasta la noche y, entonces, se desayunaba con un poco de acemita. Para comulgar, se confesaba primero con muchísimas lagrimas… Esos días, sentía una hartura divina y una suavidad de dulzura tal que no había acá cosa a qué compararlo. Y, cuando venía al templo y podía, oía con particular gusto todas las misas que salían y con esto decía que recibía su alma singular gusto."