Santo Rosario.
Por la señal...
Monición inicial:
Se hace hoy memoria de san Agustín, obispo y doctor eximio de la Iglesia,
el cual, después de una adolescencia inquieta por cuestiones doctrinales y
libres costumbres, se convirtió a la fe católica y fue bautizado por san
Ambrosio de Milán. Vuelto a su patria, llevó con algunos amigos una vida
ascética y entregada al estudio de las Sagradas Escrituras. Elegido después
obispo de Hipona, en África, siendo modelo de su grey, la instruyó con
abundantes sermones y escritos, con los que también combatió valientemente
contra los errores de su tiempo e iluminó con sabiduría la recta fe (430).
En una de sus exhortaciones decía: «Aquella,
pues, cuyos pasos seguís, ni para concebir
tuvo concurso de varón ni para dar a luz dejó de permanecer virgen. Imitadla en
cuanto os es posible... Lo que os admira en la carne de María, obradlo en lo
íntimo de vuestras almas. Pues el que profesa una fe que justifica, concibe a Cristo; y el que confiesa con su
boca para salvarse (Rom 10,10), da a luz
a Cristo»
Con sus mismas oraciones tomadas del Libro de las Confesiones meditamos
los misterios luminosos del Santo Rosario.
Señor mío
Jesucristo...
MISTERIOS
LUMINOSOS
1.-El Bautismo del Señor en el Jordán
“¡Oh
Señor!, siervo tuyo soy e hijo de tu sierva. Rompiste mis ataduras, yo te ofreceré
un sacrificio de alabanza. Que te alabe mi corazón y mi lengua y que todos mis
huesos digan: Señor, ¿quién semejante a ti? Que lo digan, y que tú respondas y
digas a mi alma: Yo soy tu salvación.
¿Quién
fui yo y qué tal fui? ¡Qué no hubo de malo en mis obras, o si no en mis obras,
en mis palabras, o si no en mis palabras, en mis deseos! Pero tú, Señor, te
mostraste bueno y misericordioso, poniendo los ojos en la profundidad de mi
muerte y agotando con tu diestra el abismo de corrupción del fondo de mi alma.
Todo ello consistía en no querer lo que yo quería y en querer lo que tú
querías. Pero ¿dónde estaba durante aquellos años mi libre albedrío y de qué
bajo y profundo arcano no fue en un momento evocado para que yo sujetase la
cerviz a tu yugo suave y el hombro a tu carga ligera, ¡oh Cristo Jesús!,
ayudador mío y redentor mío? ¡ ¡Oh, qué dulce fue para mí carecer de repente
de las dulzuras de aquellas bagatelas, las cuales cuanto temía entonces
perderlas, tanto gustaba ahora de dejarlas! Porque tú las arrojabas de mí, ¡oh
verdadera y sana dulzura!, tú las arrojabas, y en su lugar entrabas tú, más
dulce que todo deleite, aunque no a la carne y a la sangre; más claro que toda
luz, pero al mismo tiempo más interior que todo secreto; más sublime que todos
los honores, aunque no para los que se subliman sobre sí. Libre estaba ya mi
alma de los devoradores cuidados del ambicionar, adquirir y revolcarse en el
cieno de los placeres y rascarse la sarna de sus apetitos carnales, y hablaba
mucho ante ti, ¡oh Dios y Señor mío!, claridad mía, riqueza mía y mi salvación.”
2.-El Milagro de las Bodas de Cana
“Nuestra
Vida verdadera bajó acá y tomó nuestra muerte, y la mató con la abundancia de
su vida, y dio voces como de trueno, clamando que retornemos a él en aquel lugar
secreto desde donde salió para nosotros, pasando primero por el seno virginal
de María, en el que se desposó con la naturaleza humana, la carne mortal, para
que no sea siempre mortal. Y de allí, tal como el esposo que sale de su tálamo
exultó como un gigante para correr su camino. Porque no se retardó, sino que
corrió dando voces con sus palabras, con sus obras, con su muerte, con su vida,
con su descendimiento y su ascensión, clamando que nos volvamos a él, pues si
partió de nuestra vista fue para que entremos en nuestro corazón y allí le
hallemos; porque si partió, aún está con nosotros. No quiso estar mucho tiempo con
nosotros, pero no nos abandonó. Se retiró de donde nunca se apartó, porque él hizo
el mundo, y estaba en el mundo, y vino al mundo a salvar a los pecadores. Y a
él se confiesa mi alma y él la sana de las ofensas que le ha hecho.”
3.- El anuncio del Reino invitando a la conversión.
“Hijos
de los hombres, ¿hasta cuándo seréis duros de corazón? ¿Es posible que, después
de haber bajado la Vida a vosotros, no queráis subir y vivir? Mas ¿adónde
subisteis cuando estuvisteis en alto y
pusisteis en el cielo vuestra boca? Bajad, a fin de que podáis subir hasta
Dios, ya que caísteis ascendiendo contra él”
4.-La Transfiguración del Señor
“¿Quién
me concederá descansar en ti? ¿Quién me concederá que, vengas a mi corazón y le
embriagues, para que olvide mis maldades y me abrace contigo, único bien mío?
¿Qué es lo que eres para mí? Apiádate de mí para que te lo pueda decir. ¿Y qué
soy yo para ti, para que me mandes que te ame y si no lo hago te aíres contra
mí y me amenaces con ingentes miserias?
¿Acaso es ya pequeña la misma miseria de no amarte? ¡Ay de mí! Dime, por tus
misericordias, Señor y Dios mío, qué eres para mí. Di a mi alma: «Yo soy
tu salvación». Que yo corra tras esta
voz y te dé alcance. No quieras esconderme tu rostro. Muera yo para que no
muera y para que lo vea.”
5.- La institución de la Eucaristía
“Tarde
te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí que tú estabas
dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba
sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo
estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en
ti, no serian. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y
resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro
por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed,
me tocaste, y abráseme en tu paz.”