De la devoción a María reina del cenáculo
La devoción a la santísima e inmaculada virgen María es consecuencia rigurosa de
la fe en Jesucristo nuestro Salvador. El culto de María fluye del amor a Jesús,
su divino hijo.
Porque
¿cómo adorar a Jesucristo sin honrar a quien nos le ha dado? ¿Cómo amar a Jesús
sin amar a María, divina y cariñosísima madre suya, a la que tanto amó Él
mismo?
La
devoción a María es, por tanto, deber filial de todo cristiano.
Grande
y universal es su culto en la Iglesia. Cada uno de los misterios de su vida
cuenta con una familia que la honra, cada una de sus virtudes tiene discípulos
que de ella hacen regla y felicidad de su vida.
Pero
entre los misterios de la vida de María hay uno que los resume todos, lo mismo
en cuanto a sus enseñanzas que en cuanto a su santidad: es la vida de María en
el cenáculo, honrando la vida eucarística de Jesús.
María
se quedó en la tierra por espacio de veinticuatro años después de la ascensión
de Jesús. El cenáculo donde Jesucristo instituyó la divina Eucaristía y donde
fijó su primer sagrario fue su vivienda.
La
ocupación habitual de María consistía en adorar a su divino hijo debajo de los
velos eucarísticos, en ensalzarle por este don supremo de su amor, en unirse
con Él en su estado de anonadamiento y de sacrificio, en orar por la extensión
de su reino y por los hijos que tanto le costaron en el Calvario.
Por
eso los adoradores deben honrar con un culto especial y hacer que todos honren
la vida de adoración de María.
Necesitan
un modelo y una madre en el ejercicio de su sublime vocación. Pues la santísima
virgen María es su modelo perfecto. Ella fue en la tierra la primera y más
perfecta adoradora de Jesús, y con sus adoraciones le dio más gloria que la que
le puedan dar todos los ángeles y santos juntos
La
divina madre de Jesús, tal es la madre de los adoradores. Jesús crucificado les
ha cedido los propios derechos y el propio puesto sobre su corazón maternal tan
bueno. El oficio de María es educar a los hijos del calvario, formarles según
Jesús su Salvador, hacerles dignos de su amor y trocarles en perfectos
adoradores de su adorable persona en el santísimo Sacramento del altar.
Estudien,
pues, los adoradores la vida de María en el cenáculo, honren y sirvan a Jesús
junto a María, y no tardarán en ser verdaderos y perfectos adoradores.
En
el cenáculo la santísima Virgen se ocupa incesantemente en adorar a la sagrada
Eucaristía, vive de la vida eucarística de Jesús, y se consagra a la gloria de
Jesús y a su reinado eucarístico. Estudiemos estos tres aspectos de la vida de
nuestra Madre a los pies del santísimo Sacramento.