27 DE NOVIEMBRE
SANTOS FACUNDO Y PRIMITIVO
MÁRTIRES (+143)
DESPUÉS de dieciocho centurias, la estrenua pasión de los santos hermanos Facundo y Primitivo pone todavía vibración magnética en nuestras almas. Y es que estos dos héroes hispanos brillan con gloria estelar entre la pléyade invicta de nuestros mártires del siglo II, por su carácter recio, por su voluntad indomable, por su fe roquera...
Fue su triunfo bajo Antonino Pío, siendo Gobernador de León y sus tierras Tito Claudio Ático Herodes, cónsul en el año 143 y preceptor de Marco Aurelio. Las circunstancias y pormenores del mismo son bastante inciertas. Mas, aunque no figuren sus nombres en el Parvum martirológium Romanum, sus fiestas y lecciones — según nota Flórez en la España Sagrada — se hallan incluidas en los Breviarios y Santorales antiguos, con tal consonancia, que puede afirmarse haber sido tomadas las noticias de unos mismos dõcumentos. Un viejo códice leonés del siglo XI sitúa el lugar de este martirio en las riberas del río Cea, donde se asienta actualmente la villa de Sahagún. ¿Las causas? Una sola. Ático ordena ofrecer sacrificios a Febo, muy venerado en esta región. Pero en medio de la multitud sumisa y prevaricadora, Facundo y Primitivo alzan su voz de protesta, confesando sin tapujos su fe cristiana. El Gobernador, airado, manda llevarlos en seguida a su presencia. Los dos jóvenes comparecen ante él aherrojados de pies y manos. Y se entabla el emocionante y confortador diálogo que reproducimos a hilo de las Actas.
— ¿De dónde sois?
— De esta misma tierra leonesa.
— ¿Qué religión seguís?
— Confesamos a Jesucristo, Dios verdadero, Criador de cielos y tierra.
— ¿Ignoráis, acaso, las órdenes imperiales, que mandan castigar a los que, como vosotros, blasonan de cristianos?
— Las conocemos y las despreciamos, porque son injustas y blasfemas.
— Bien. Pues esas órdenes siguen en vigor y son irrevocables. Sacrificad a los dioses inmortales, si en algo estimáis vuestras vidas.
— Nosotros, oh Juez, ofrecemos todos los días sacrificio al gran Rey y Señor Jesucristo, Dios inmortal.
— ¿Sois, por ventura, sacerdotes?
— No tenemos esa honra; pero la bondad del Señor nos ha levantado a una alta gracia. Los siervos de Dios son como vides plantadas por su mano, las cuales crecen y dan fruto a su tiempo. Los racimos que producen son vendimiados y pisados por los hombres en el lagar de este siglo, más el vino que de ellos sale es en el futuro una bebida que se presenta en la mesa celestial. Henos aquí a los dos: racimos somos en tu presencia, y ya sólo esperamos ser cortados y pisados, para que, gustando la muerte temporal, seamos ofrecidos en el convite de los cielos...
— Luego, ¿preferís morir a vivir?
— Lo que tú llamas muerte nos dará la vida eterna.
Ático, humillado, hecho una hiena, da orden de someterlos a la tortura legal. Las Actas se eternizan en el recuento y pintura de los suplicios. Sin embargo, no resultan tan horripilantes como en otras ocasiones. Parece como si un cálido soplo de esperanza y de fe dilatara nuestras almas, a vista de la contumacia de estos Mártires en el dolor más acre y de los prodigios con que el Cielo ilustra su triunfo.
Primero les quiebran los dedos y les retuercen violentamente las piernas. Luego los encierran en un antro inmundo. Allí les presentan alimentos envenenados. Facundo y Primitivo los bendicen antes de tomarlos, y la ponzoña resulta ineficaz. Los arrojan a un horno encendido, del cual salen al cabo de tres días totalmente ilesos. El «león de fauces rojas» los ha respetado, como respetara en otro tiempo a los tres jóvenes hebreos, Ananías, Azarías y Misael. Después desgarran sus nervios con garfios de hierro, echan aceite hirviendo en las heridas y les hacen tragar cal viva mezclada con hiel y vinagre. Dios trueca en miel el horrendo brebaje. Entonces, el tirano ordena que les saquen los ojos y que, colgados boca abajo, los dejen así hasta expirar. Mas, al cabo de tres días, no solo no han muerto, sino que se hallan enteramente curados de sus heridas y con los ojos restituidos. Todos estos prodigios, que convierten a muchos gentiles, son como echar aceite al fuego y abrasar el corazón impío de Ático. El sañoso Juez manda desollar vivos a los Mártires. Mientras se cumple la sentencia con atroz lentitud, sucede otra gran maravilla, pues uno de los presentes comienza a proclamar en alta voz que está viendo a dos ángeles, portadores de sendas coronas para los Santos. A lo que el Gobernador contesta con diabólico sarcasmo: «Pues cortadles las cabezas, para que vayan a su encuentro».
Así consumaron su glorioso triunfo Facundo y Primitivo, el día 27 de noviembre del 143. De sus cuellos cercenados brotó sangre y leche: Éxiit colli eorum lac et sanguis —dicen textualmente las Actas.
Los cristianos sepultaron sus cuerpos en aquel mismo lugar, llamado Strata o Calciata. En tiempos de Constantino el Grande se edificó allí un pequeño santuario —Domnos Sanctos— que dio origen y nombre a la villa de Sanct Facund, San Fagunt, Safagun o Sahagún. Más tarde, Alfonso III mandó edificar el Real Monasterio de San Benito —miræ magnitúdinis ornato—, que fue el más poderoso e influyente de España durante los siglos XI al XV.