sábado, 22 de noviembre de 2025

23 DE NOVIEMBRE.- SAN CLEMENTE I PAPA Y MÁRTIR (HACIA EL 99)

 


23 DE NOVIEMBRE

SAN CLEMENTE I

PAPA Y MÁRTIR (HACIA EL 99)

EL calendario nos recuerda hoy el nombre venerado de un Padre Apostólico que acaso sea la figura cumbre de toda la Antigüedad cristiana, y a quien el historiador Eusebio menciona siempre a la par de San Ignacio de Antioquía: se trata del papa San Clemente Romano, tercer sucesor de San Pedro. «A Lino -sucede Anacleto — escribe San Ireneo — y después de éste hereda el episcopado Clemente, el cual había visto y tratado a los Apóstoles, y conservaba todavía aposentada en sus oídos la predicación de ellos y tenía su tradición ante los ojos».

Este hombre de prestigio secular tiene una biografía oscura. Oscura aun después de los formidables trabajos de crítica que desde el siglo segundo hasta nuestros días ha promovido el eco de su preclara memoria. La antigua leyenda —sustentada modernamente por Hilgenfeld— lo ha emparentado con la imperial familia de los Flavios, y hasta se ha tratado de identificarle con el cónsul mártir Tito Flavio Clemente, primo del torvo Domiciano. Probablemente se trata sólo de un liberto o hijo de liberto, de la casa consular que le da nombre. En todo caso, él nunca intentará cimentar su gloria sobre humanas genealogías, sino en la caridad y en la divina filiación: «Todas las generaciones —escribe — desde Adán hasta el presente, han pasado; más los que fueron perfectos en la caridad, según la gracia de Dios, ocupan el lugar de los piadosos». Por lo que a su nacimiento se refiere, una tradición reflejada en el Liber Pontificalis lo hace originario de Roma, fijando su cuna al pie del Monte Celio, en fecha desconocida. La relación, en cambio, de San Clemente con los Apóstoles Pedro y Pablo parece cosa más probada. De manos del primero —afirman San Ireneo y Tertuliano— recibe el diaconado, el sacerdocio y la consagración episcopal. Con el segundo colabora -entusiasta y activamente en la fundación de la célebre Iglesia de Filipos, según testimonio de Orígenes.

El año 95 hallamos a Clemente a la cabeza de la Comunidad romana, como sucesor del papa San Anacleto. El éxito extraordinario de su obra nos da la clave de una gran personalidad. En el Liber Pontificalis se han conservado en breves palabras las características de este fecundo pontificado, ennoblecido como ninguno con la sangre de numerosos mártires —ingens multitudo— «Clemente gobernó la Iglesia durante nueve años, dos meses y diez días... Reorganizó la Comunidad de Roma, dividió la Ciudad en siete sectores, que encomendó a sendos diáconos, auxiliares de los sacerdotes y del obispo. Designó además siete notarios o escribanos, encargados de redactar por menor, de un modo auténtico y fidedigno, las Actas de los Mártires». Pero el hecho más notable de su gobierno, el que más alta veneración le ha merecido, es la pacificación de la Iglesia de Corinto, desgarrada por la discordia, a la que dirige su celebérrima carta Prima Clementis, llamada «primera epifanía del Primado Romano» e «introducción a la historia antigua de la Iglesia», y venerada por el obispo Dionisio de Corinto «casi al par de la Escritura». Este solo documento es suficiente para justificar el título de «varón apostólico» y «apóstol de la unidad» con que se designa a su autor, así como para revelarnos las líneas esenciales de la fisonomía moral del hombre que «supo hacerse grato a los judíos, a los gentiles y a todo el pueblo cristiano, como dice su Passio. Toda su alma se trasparenta en esta epístola con matices de artística vidriera: su idea de la jerarquía, de la disciplina y de la liturgia; su amor a la paz y a la unidad —al sacramentum unitatis, que diría San Cipriano— su genuino espíritu católico, bebido en las fuentes más puras y entrañado en la humildad, en la caridad y en la oración; su cultura y solidez teológica, y hasta su romanismo natural o asimilado. San Clemente es el primero en lanzar el grito de la unidad: «¿Para qué las iras, y banderías, y escisiones, y guerras entre nosotros? ¿O es que no tenemos un solo Dios, y un solo Cristo, y un solo Espíritu de gracia, que se ha derramado sobre todos? ¿No es uno solo nuestro llamamiento en Cristo?». Exhorta al cumplimiento del deber: «Cada uno procure agradar a Dios en su propio orden en buena concordia». Propone a Cristo por modelo de restauración — «centro de la grandeza de Dios» da su fórmula rígida, exacta, eterna: «El que tenga la caridad del Señor, que cumpla sus mandamientos». Entonces, «en santidad de alma», podrá levantar hacia Él sus manos puras e incontaminadas». Para San Clemente, los mártires son «una gran muchedumbre de elegidos»; la Iglesia, «el número exacto de los predestinados»; Dios, «Dueño soberano y Padre misericordioso»; Jesucristo, «siervo suyo amado» y «sumo sacerdote, protector de nuestras almas». ¿No es esta Carta la revelación de un alma excelsa y transparente, de una doctrina prístina y pura?

Volvamos a la oscuridad biográfica. ¿Cómo muere San Clemente? No se puede hoy determinar. El argumento ex siléntio de San Ireneo, Eusebio y San Jerónimo tiene mucha fuerza. La tradición que lo hace mártir fabuloso en el Quersoneso —arrojado al mar con un ancla al cuello— no se remonta más allá del siglo IV. Pero si la Historia no recogió sus últimos momentos, el mundo guardó su memoria como un tesoro y Dios escribió su nombre en el libro de la vida, donde ahora «ocupa el lugar de los piadosos».