lunes, 24 de abril de 2017

MARÍA, MADRE DE MISERICORDIA. Homilía tercer día del triduo.




MARÍA, MADRE DE MISERICORDIA.
Sábado in albis. Tercer día del triduo
Nos encontramos en vísperas de celebrar la Fiesta de la Misericordia Divina: fiesta que el Señor pidió a través de santa Faustina que fuese instituida en toda la Iglesia para el domingo de la octava de Pascua y que el Papa Juan Pablo II así hizo.
Si todos los sábados lo hacemos, como hoy no vamos a detenernos a contemplar a la Virgen María. Como la aurora, da lugar al día, como la luna da paso al sol, como el sábado dio paso al domingo…  así al fijar hoy nuestra mirada en ella, guiados de su mano, acogidos bajo su protección podremos contemplar, acoger y celebrar con verdadero fruto la fiesta de la Misericordia de Dios.
A ella, la invocamos como Reina y Madre de Misericordia. Y lo es verdaderamente:
1º Porque la existencia de la Virgen, como la nuestra pero superándola a un grado inalcanzable para nosotros y que solo es para ella, es fruto de la misericordia de Dios que la amó con amor del todo singular, habiéndola predestinado a ser Madre de su Hijo, por lo cual, adelantó en ella la obra redentora de la cruz, librándola del pecado original. María, tan humana como nosotros, menos en el pecado, es la obra perfecta de la misericordia divina: llena de gracia, toda santa, toda pura, toda inmaculada.  
Y esto es lo que la misericordia divina, el amor de Dios por nosotros, quiere realizar en cada uno de nosotros a través de su gracia: y lo hace en primer lugar en nuestro bautismo. ¡Qué bien lo expresa la imagen que el apóstol san Pedro utiliza en su carta! Los cristianos, los bautizados son  “como niños recién nacidos” sin malicia, sin engaño, sin fingimientos ni hipocresías,  sin envidias, sin murmuraciones…  siendo como un nuevo orden de sacerdotes santos, para ofrecer víctimas espirituales, que sean agradables a Dios por Jesucristo.
Cada Pascua, nosotros que renovamos nuestro bautismo, tendríamos que ser como niños recién nacidos… Y en cambio, que pronto sale y se manifiesta nuestro hombre viejo con sus obras de pecado… Ante nuestro pecado, podemos preguntar como Nicodemo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?
“Es necesario nacer de nuevo”, porque “Si no hacéis como niños, no entraréis en Reino de los cielos.” Esto imposible para nosotros, pero no para Dios. Su misericordia nos hace nacer de nuevo a la vida de la gracia.  
Con la Virgen confesamos y exultamos al mismo tiempo sabiendo que nunca nos faltará el auxilio divino: “Proclama mi alma la grandeza del Señor porque su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”.
2º La Virgen es Reina y  Madre de Misericordia, porque por medio de ella vino a nosotros Aquel que es la misma Misericordia: Jesucristo.  
El Papa San Juan Pablo II decía: “María es “Madre de la misericordia” porque es la Madre de Jesús, en el que Dios reveló al mundo su “corazón” rebosante de amor. La compasión de Dios por el hombre se comunicó al mundo precisamente mediante la maternidad de la Virgen María.
La Virgen María ha sido el camino, el canal, la mediación por quien Dios quiso darnos su Misericordia… pudo aparecer el por su propia cuenta, de una forma distinta, pero quiso escoger a la Virgen, contar con su colaboración. Así también él quiere derramar sobre el mundo su misericordia a través de nosotros. Dios quiere que cada uno de nosotros seamos canales en mundo de su misericordia: porque todo aquello que hagamos a nuestros humildes hermanos a él se lo hacemos.
Como la Virgen María estamos llamados a ser misericordiosos con nuestros prójimos, con todos aquellos que están a nuestro lado: acogiendo, escuchando, ayudando, amando…  Así podremos ser coronados también y oír de los labios de Jesús aquellas palabras reservadas para las almas misericordiosas: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el Reino preparada para vosotros.”
3º La Virgen es Reina y  Madre de Misericordia, porque al pie de la cruz, se convirtió en Madre de los discípulos de Cristo, Madre de la Iglesia y Madre de toda la humanidad.
Ella como su Hijo, manifiesta su amor por la humanidad en la obediencia y en sufrimiento de la cruz; al pie de la cruz se ofrece junto con su Hijo por la salvación de los hombres ofreciendo el verdadero sacrificio que agrada al Padre. Junto con su Hijo, intercede por nosotros, pobres pecadores; uniéndose a la oración de Jesús: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen.
“María, pues, es la que conoce más a fondo el misterio de la misericordia divina. Sabe su precio y sabe cuán alto es.” –decía el Papa Juan Pablo II; pues el precio de la misericordia ha sido la sangre de su Hijo, su Pasión de la que ella participó íntimamente.
Como María, también nosotros estamos llamados a estar al pie de la cruz, ofreciéndonos junto con Jesús por la salvación del mundo. Nuestros sufrimientos, nuestras pruebas y dificultades, nuestros trabajos, todo por Jesús y María, todo con Jesús y María, todo para Jesús y María para la salvación del mundo, para la salvación de los pobres pecadores.
Reunidos en oración con María, Reina y Madre de Misericordia, imploremos  el don del Espíritu Santo que renueva nuestras vidas. Siendo dóciles a su acción en nosotros, guiados por la Madre y la Maestra más excelente,  dejemos que el Espíritu Santo que renueva la faz de la tierra realice en nosotros el milagro de la misericordia divina: haciendo siempre lo que es bueno, noble, bello, grato a Dios y conforme a su voluntad,  libres ya de la esclavitud del mal y del pecado.