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CORONACIÓN DE ESPINAS
MEDITACIONES
SOBRE LAS VERDADES ETERNAS
Y LA PASIÓN DEL SEÑOR
PARA PEDIR EL AMOR DE DIOS
San Pedro de Alcántara
ORACIÓN PARA COMENZAR
TODOS LOS DÍAS:
Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Poniéndonos en la presencia de Dios, adoremos su majestad infinita, y digamos con humildad:
“Omnipotente Dios y Señor y Padre mío amorosísimo, yo creo que por razón de tu inmensidad estás aquí presente en todo lugar, que estás aquí, dentro de mí, en medio de mi corazón, viendo los más ocultos pensamientos y afectos de mi alma, sin poder esconderme de tus divinos ojos.
Te adoro con la más profunda humildad y reverencia, desde el abismo de mi miseria y de mi nada, y os pido perdón de todos mis pecados que detesto con toda mi alma, y os pido gracias para hacer con provecho esta meditación que ofrezco a vuestra mayor gloria… ¡Oh Padre eterno! Por Jesús, por María, por José y todos los santos enseñadme a orar para conocerme y conoceros, para amaros siempre y haceros siempre amar. Amén.”
Se meditan los puntos dispuestos para cada día.
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CORONACIÓN DE ESPINAS
Del tratado de la oración y meditación
de san Pedro de Alcántara
Este día se ha de pensar en la Coronación de espinas y Ecce-Homo, y cómo el Salvador llevó la Cruz a cuestas. A la consideración de estos pasos tan dolorosos nos convida la Esposa en el libro de los Cantares, por estas palabras (Cant.3,11): Salid, hijas de Sión, y mirad al rey Salomón con la corona que le coronó su madre en el día de su desposorio, y en el día de la alegría de su corazón. Oh ánima mía, ¡qué haces! Oh corazón mío, ¡qué piensas! Lengua mía, ¡cómo has enmudecido! Oh muy dulcísimo Salvador mío, cuando yo abro los ojos y miro este retablo tan doloroso que aquí se me pone delante, el corazón se me parte de dolor. ¿Pues, cómo, Señor, no bastaban ya los azotes pasados, y la muerte venidera, y tanta sangre derramada, sino que por fuerza habían de sacar las espinas la sangre de la cabeza a quien los azotes perdonaron? Pues para que sientas algo, ánima mía, de este paso tan doloroso, pon primero ante tus ojos la imagen antigua de este Señor, y la gran excelencia de sus virtudes, y luego vuelve a mirar de la manera que aquí está. Mira la grandeza de su hermosura, la mesura de sus ojos, la dulzura de sus palabras, su autoridad, su mansedumbre, su serenidad, y aquel aspecto suyo de tanta veneración.
Y después que así le hubieres mirado, y deleitado de ver una tan acabada figura, vuelve los ojos a mirarlo tal cual aquí lo ves, cubierto con aquella púrpura de escarnio, la caña por cetro real en la mano, y aquella horrible diadema en la cabeza, aquellos ojos mortales, aquel rostro difunto y aquella figura toda borrada con la sangre y afeada por las salivas, que por todo el rostro estaban tendidas. Míralo todo de dentro y fuera, el corazón atravesado con dolores, el cuerpo lleno de llagas, desamparado de sus discípulos, perseguido de los judíos, escarnecido de los soldados, despreciado de los pontífices, desechado del rey inicuo, acusado injustamente y desamparado de todo favor humano. Y no pienses esto como cosa ya pasada, sino como presente; no como dolor ajeno, sino como tuyo propio. Ponte tú mismo en el lugar del que padece, y mira lo que sentirías si en una parte tan sensible como es la cabeza te hincasen muchas y muy agudas espinas que penetrasen hasta los huesos; ¿y qué digo espinas?, una sola punzada de un alfiler que fuese apenas lo podrías sufrir. ¿Pues qué sentiría aquella delicadísima cabeza con este linaje de tormentos?
Acabada la coronación y escarnios del Salvador, tomólo el juez por la mano, así como estaba tan mal tratado, y sacándole a vista del pueblo furioso, díjolesl; Ecce Homo. Como si dijera: Si por envidia le procurabais la muerte, veislo aquí tal que no está para tenerle envidia, sino lástima. Temíais no se hiciese Rey, veislo aquí tan desfigurado, que apenas parece hombre. De estas manos atadas, ¿qué os teméis? A este hombre azotado, ¿qué más le demandáis?
Por aquí puedes entender, ánima mía, qué tal saldría entonces el Salvador, pues el juez creyó que bastaba la figura que allí traía para quebrantar el corazón de tales enemigos. En lo cual puedes bien entender cuán mal caso sea no tener un cristiano compasión de los dolores de Cristo, pues ellos eran tales, que bastaban (según el juez creyó) para ablandar unos tan fieros corazones.
ORACIÓN PARA FINALIZAR
TODOS LOS DÍAS: