25 de julio
SANTIAGO APÓSTOL
Dom Gueranger
UN ÍNTIMO AMIGO DEL SEÑOR. — Santiago es uno de los doce. Se le llama el “Mayor” para distinguirle de Santiago, primo de Jesús. Era hermano de Juan el Evangelista, ambos hijos del Zebedeo. Sabemos cómo el Señor, en cierta ocasión, apodó a los dos hermanos “hijos del trueno”, a causa de su temperamento ardiente y, sin duda, también porque un día le habían de pedir bajase fuego del cielo sobre una ciudad inhospitalaria.
Santiago pertenecía a una familia de Pescadores del lago de Tiberiades que poseía barcas propias y criados. Los evangelios nos relatan de talladamente su vocación. Zebedeo, sus hijos y sus servidores, se disponían a reparar sus redes junto a la ribera del mar, cuando, pasando el Señor cerca de aquel lugar, llamó a sí a los dos hermanos. Inmediatamente ellos abandonaron todo para seguirle, dejando redes, barcas y a su propio padre. Esta gran generosidad nunca se desmentirá, y Jesús sentirá hacia Santiago y Juan el mismo afecto privilegiado que tuvo para con Pedro. Serán los tres íntimos confidentes de sus pensamientos, y sólo ellos asistirán a la resurrección de la hija de Jairo, a la Transfiguración y a la agonía del huerto de los olivos.
Después de Pentecostés, Santiago el Mayor predicó el Evangelio en Judea y Samaría. Mas su apostolado fué de corta duración, y mientras que su hermano Juan debía ser el último de los apóstoles en abandonar este mundo, él fué el primero de todos ellos en derramar su sangre por el Señor: Herodes Agripa I hízole decapitar. Clemente de Alejandría refiere que su constancia y su caridad convirtieron a su verdugo, que imploró su perdón mientras le arrastraban al suplicio. Santiago, conmovido, abrazóle diciendo: “¡La paz sea contigo!” Y el verdugo murió también decapitado, y mártir de Cristo.
LA MUERTE PRECIOSA. — No pensemos que esta muerte prematura acaecida antes del año 44, pudo haber desconcertado el plan del Altísimo sobre el apostolado al que tenía destinado a Santiago. La vida de los santos jamás queda a medias; su muerte, siempre preciosa, lo es más aún cuando semeja adelantarse a su hora por la causa de Dios. Entonces es cuando puede decirse verdaderamente que les acompañan sus obras, puesto que el honor de Dios exige que no falte nada a su plenitud: “Juzgarán a las naciones, dominarán los pueblos, y el Señor reinará por ellos eternamente”, decía ya el Libro de la Sabiduría. Este oráculo debía realizarse en el Apóstol que fué elegido para ser jefe de una cruzada y protector de una nación.
PATRONO DE ESPAÑA. — Santiago es el Patrono y Protector de España. A él se le invocó constantemente durante la época de la Reconquista hasta obtener su liberación del yugo de los infieles. Al grito de ¡Santiago! ¡Santiago! ¡Santiago! ¡Y cierra España!, los españoles durante ocho siglos hicieron guerra sin cuartel a los secuaces de Mahoma, inpidieron con su valor y su sangre que Europa fuera devorada por ellos, y, por fin, acabaron por arrojar a los musulmanes a Africa. Fué una cruzada larga y heroica, y llevada a cabo con sus solas fuerzas y cuyos frutos fueron más provechosos y duraderos que los obtenidos por las cruzadas más espectaculares cuyo teatro fué Oriente.
Esta lucha constante dió un temple especial a la fe de los españoles, de la que Dios habia de servirse para ser un muro contra Lutero y sus huestes en Europa, y sobre todo, para implanter la fe al Nuevo Mundo por ellos descubierto. En los Anales de la Propagación de la Fe y la Colonización no ha habido obra comparable a la realizada por España y sus Reyes en sus posesiones de América y Asia. Los descubridores como Cristóbal Colón, Vasco de Gama, Alburquerque, y los grandes conquistadores como Hernán Cortés, Pizarro, Balboa, Valdivia, etc., se acordaron de celebrar al Santo Apóstol, y en honra y memoria suya impusieron su nombre bandito a muchos pueblos y ciudades por ellos descubiertos o conquistados.
ORACIÓN POR ESPAÑA. — Patrón de España, no olvides a nuestro pueblo que te debe a la vez su nobleza en los cielos y su prosperidad en este undo. Consérvale ese espíritu valiente de cruzado que ha conservado hasta estos últimos años en su lucha contra el comunismo; que siempre pueda gozarse de ser gobernado por hombres de Estado genuinamente católicos; que este pueblo tuyo siga siendo uno de los más sólidos pilares de la verdadera fe, el más intrépido defensor de la Santa Sede y de la Iglesia Católica.
ATRACTIVO DE SANTIAGO. — Mas al mismo tiempo acuérdate, Santo Apóstol, del culto especial con que la Iglesia entera te honra. ¿Dónde están aquellos siglos, grandes por tu fuerza de expansion al exterior, que fueron superados con todo eso por el maravilloso poder de atraerlo todo a tique el Señor te habla comunicado? ¿Quién podrá contar la muchedumbre de Santos, reyes, penitentes, guerreros, desconocidos de toda condición, multitudes infinitas, sin cesar renovadas gravitando en torno de tu santuario, como bajo la influencia de esas leyes que regulan el orden del firmamento que se eleva por encima de nuestras cabezas, sino aquel que enumera los astros del cielo? Inmenso ejército continuamente en marcha hacia ese campo de la estrella desde donde irradiaban sus fulgores a todo el mundo. ¿No es este el sentido de la misteriosa mission atribuida, en nuestras antiguas leyendas, al gran emperador por quien fué fundada la Europa Cristiana cuando, en el atardecer de un día de labor, contemplaba desde las orillas del mar de Frisia esa larga zona estrellada que, atravensando el cielo de parte a parte semeja pasar por entre las Galias, Alemania e Italia para, desde allá, cruzando la Gascuña, País Vasco y Navarra, alcanzar las tierras de la lejana Galicia? Se narra que tú mismo te apareciste entonces a Carlos diciéndole: “Ese camino estrellado marca la ruta que se ofrece para rescatar mi sepulcro, y que después de ti seguirán todos los pueblos.”
LOS DOS SEPULCROS. — Mas cuando pasamos a considerar que fueron dos sepulcros, en extremos opuestos, los polos queridos por Dios de este movimiento del todo incomparable en la historia de las naciones, uno en el que el mismo Dios descansó como en lecho de muerte, y el otro, oh hijo del Zebedeo, el que conserva en Compostela tu memoria, ¿cómo no prorrumpiremos presas de admiración en la exclamación del Salmista: “¡Oh Dios, sumamente honrados han sido tus amigos!”. Ojalá que la inspiración de lo alto, cuyo retorno a las grandes peregrinaciones católicas es uno de los más felices augurios de nuestros tiempos, condujera de nuevo hacia Compostela a los hijos de los peregrinos de antaño. Nosotros, por nuestra parte, repetiremos con San Luis la colecta de tu fiesta, que con labios moribundos balbuceaba frente a Túnez: “Dígnate, Señor, ser el guardián y santiflcador de tu pueblo, para que, protegido con la asistencia de tu Santo Apóstol Santiago, te agrade con sus obras y te sirva fielmente”.