sábado, 29 de julio de 2023

DÍA 30. LA DEVOCIÓN A LA SANGRE DE JESÚS CONDUCE AL PARAÍSO

  DÍA TRIGÉSIMO

LA DEVOCIÓN A LA SANGRE DE JESÚS CONDUCE AL PARAÍSO

 

En el nombre del Padre, y del Hijo , y del Espíritu Santo. Amén.

 

ORACIÓN INCIAL PARA TODOS LOS DIAS

¡Oh Sangre Preciosísima de vida eterna!, precio y rescate de todo el universo, bebida y salud de nuestras almas, que protegéis continuamente la causa de los hombres ante el trono de la suprema misericordia, yo os adoro profundamente y quisiera compensar, en cuanto me fuese posible, las injurias y ultrajes que de continuo estáis recibiendo de las creaturas humanas y con especialidad de las que se atreven temerariamente a blasfemar de Vos. ¡Oh! ¿Quién no bendecirá esa Sangre de infinito valor? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor a Jesús que la ha derramado? ¿Qué sería de mí si no hubiera sido rescatado con esa Sangre divina? ¿Quién la ha sacado de las venas de mi Señor Jesucristo hasta la última gota? ¡Ah! Nadie podía ser sino el amor. ¡Oh amor inmenso, que nos ha dado este bálsamo tan saludable! ¡Oh bálsamo inestimable, salido de la fuente de un amor inmenso! Haced que todos los corazones y todas las lenguas puedan alabaros, ensalzaros y daros gracias ahora, por siempre y por toda la eternidad. Amén.

 

DÍA TRIGÉSIMO

 

CONSIDERACIÓN:

LA DEVOCIÓN A LA SANGRE DE JESÚS CONDUCE AL PARAÍSO

 

I. ¿Nos salvaremos o nos condenaremos? Este pensamiento no pocas veces perturba el corazón del cristiano. Para alejar de nosotros tal perturbación es menester que sigamos el consejo de San Pablo: «Hermanos míos, dice, tened confianza en la Sangre de Jesús, en que por ella entraréis al reino de los bienaventurados». Pongamos toda nuestra esperanza en la Sangre Preciosa, seamos verdaderos devotos suyos, y tendremos segura entrada al paraíso.


II. Toda gracia, como nos asegura San Alfonso, y la misma perseverancia final, no se obtiene sino con la oración; y para que ésta sea eficaz, dice el Beato Simón de Casia, debe ir rociada de la Sangre Preciosa. Además, «a fin de detestar el pecado, es medio eficacísimo la meditación, especialmente la de la Pasión, dice el ya citado doctor San Alfonso; pues “al pensar, escribe Santo Tomás, que un Dios ha muerto por amor a nosotros y que para redimirnos de la culpa ha derramado su Sangre, no puede menos que empujarnos a odiar aquella y amar a quien tanto nos ha amado”». Por consiguiente, la devoción a la Preciosa Sangre, haciéndonos dejar el pecado y perseverar en la divina gracia, nos conducirá seguramente a la salud eterna.


III. Al beato Enrique Susón se le apareció el alma de su madre, coronada de gloria celestial. Después de haber ella meditado por treinta años continuamente la Pasión de Jesús, un día mientras consideraba su deposición de la Cruz, enfermó de puro dolor, y el Viernes Santo murió mártir de compasión hacia su Señor. En efecto, la devoción a la Preciosa Sangre es la vía segura que conduce al Cielo. San Juan lo dice claro: «Bienaventurados los que se lavan con la Sangre del Cordero divino: las puertas del Paraíso les están abiertas a fin de que libremente entren». Todos los que están en el Paraíso, allí han llegado por haberse lavado y purificado con la Sangre Preciosa. Nutramos también nosotros una tierna devoción a la Preciosa Sangre, amemos el precio de nuestra Redención, bañémonos en ella, frecuentando los Sacramentos y meditando cada día el amor con que Jesús entre duras penas la derramó; y de esa manera seguramente llegaremos al puerto de la eterna salvación.

  
EJEMPLO
Santa Teresa, siendo de niña muy buena y piadosa, con la lectura de novelas y la conversación frecuente con una jovencita que siempre le hablaba de amoríos y vanidades, empezó a aficionarse a ellas. Pero mientras un día estaba en entretenida conversación con una persona a la cual tenía afecto, se le apareció Jesús, como cuando fue azotado, chorreando Sangre de todos lados; y ella, aunque quedó conmovida del todo ante aquella vista, sin embargo, no supo arrancar de su corazón aquel mundano afecto. Pero después contemplando una imagen de Jesús, todo llagado y ensangrentado, se sintió totalmente compungida; y meditando de continuo la Pasión de Jesús, no sólo comenzó a vivir virtuosamente, sino que llegó a muy sublimo estado de perfección. Jesús se le apareció muchas veces, especialmente en la hostia consagrada, ora, crucificado, ora coronado de espinas, ora manando Sangre, ora, habiendo ella comulgado, le hizo sentir la boca y la persona rociada de la Sangre Preciosa. Por lo cual, el divino amor tanto penetró en ella que, Él mismo, más bien que la enfermedad, la privó de la vida; y su alma, saliendo del cuerpo bajo la forma de una cándida paloma, junto con Jesús allí presente, voló al Cielo. Y sin embargo, en una visión que tuvo, le fue mostrado a Teresa un puesto preparado para ella en el Infierno. ¿Cómo entonces se libró de él? Recibiendo a menudo la Sangre Preciosa sacramentalmente en la comunión y místicamente en la meditación. Durante todo lo que nos queda de vida, honremos de esa manera también nosotros a la Sangre de Jesús; y con tal devoción viviremos santamente, y tendremos nosotros también la suerte de pasar de este mundo al paraíso para gozar eternamente de aquella incomprensible felicidad que Jesús nos ha merecido con la efusión de su Preciosísima Sangre.

 

Se medita y se pide lo que se desea conseguir.

 

OBSEQUIO: Pedid perdón a Jesús de las negligencias cometidas en este mes, y en compensación ofreced el corazón a quien os ha dado la Sangre.

 

JACULATORIA: Sangre Preciosa del Hombre Dios, a ti consagro mi corazón.

 

 

ORACIÓN PARA ESTE DÍA

Dios mío y Salvador mío querido, ¿tendré yo la suerte feliz de ir al Paraíso a ver Vuestra hermosa Faz y a gozar de Vos por toda la eternidad? ¡Ah! Con este fin me habéis criado, y con este fin habéis derramado toda Vuestra Sangre; pero yo me he vuelto indigno con tantos pecados. ¡Ea! Jesús mío, suplid Vos mi indignidad con Vuestra Sangre; por ella os ruego que ablandéis el corazón, me hagáis llorar y detestar mis culpas, me deis la perseverancia final, y me encendáis todo de Vuestro santo amor. No, no quiero ir al Infierno a blasfemar de Vos, sino que quiero ir al Cielo a bendeciros. Ya que me habéis dado vuestra Sangre; ¡ea! No me neguéis el Paraíso. Sangre Preciosísima, vos me habéis conquistado la gloria celestial; luego ella es mía. Yo la quiero, y por eso prometo con vuestra ayuda no más perderla con el maldito pecado. Quiero ser vuestro tierno devoto y entrañable amante. Quiero teneros siempre impresa en mi corazón y en mi mente, para que de vos rociado obtenga libre entrada en el bienaventurado reino; y así, después de haberos amado y bendecido en la tierra, pueda amaros y bendeciros eternamente en el Cielo. Amén.