DÍA DECIMOQUINTO
LA SANGRE DE JESÚS SE NOS DA DE BEBIDA EN LA COMUNIÓN
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
ORACIÓN INCIAL PARA TODOS LOS DIAS
¡Oh Sangre Preciosísima de vida eterna!, precio y rescate de todo el universo, bebida y salud de nuestras almas, que protegéis continuamente la causa de los hombres ante el trono de la suprema misericordia, yo os adoro profundamente y quisiera compensar, en cuanto me fuese posible, las injurias y ultrajes que de continuo estáis recibiendo de las creaturas humanas y con especialidad de las que se atreven temerariamente a blasfemar de Vos. ¡Oh! ¿Quién no bendecirá esa Sangre de infinito valor? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor a Jesús que la ha derramado? ¿Qué sería de mí si no hubiera sido rescatado con esa Sangre divina? ¿Quién la ha sacado de las venas de mi Señor Jesucristo hasta la última gota? ¡Ah! Nadie podía ser sino el amor. ¡Oh amor inmenso, que nos ha dado este bálsamo tan saludable! ¡Oh bálsamo inestimable, salido de la fuente de un amor inmenso! Haced que todos los corazones y todas las lenguas puedan alabaros, ensalzaros y daros gracias ahora, por siempre y por toda la eternidad. Amén.
DÍA DECIMOQUINTO
CONSIDERACIÓN:
LA SANGRE DE JESÚS SE NOS DA DE BEBIDA EN LA COMUNIÓN
I. Al mismo tiempo que los hombres trataban de prender a Jesús para condenarlo
a muerte, éste, abrasado de amor, nos daba en la última cena su Cuerpo y Sangre
con la Eucaristía. Bien preveía que algunos lo recibirían sacrílegamente, que
otros despreciarían y aún herirían la Hostia consagrada, y otros negarían su
Presencia real en ella; y sin embargo no se abstuvo de quedarse en el Santísimo
Sacramento por amor nuestro. ¡Y tantos dejan pasar días enteros y aun semanas,
sin visitar a Jesús sacramentado! Alma devota, al menos tú ven con frecuencia a
hacer compañía al amante Señor, que día y noche está encerrado en el
tabernáculo por nuestro amor.
II. La sierva de Dios, Dominga Narduci del Paraíso, pequeña todavía, pedía la
gracia de poder comulgar, y Jesús para consolarla, le destiló en la lengua una
gota de su Sangre (Domingo María Marchese OP, Diario Dominicano, Vida
de la Sierva de Dios, 5 de agosto). A nosotros, el amante Señor nos quiere
dar no solamente su Sangre en bebida, sino también su cuerpo en comida, y nos
invita, diciendo: «Venid, comed mi pan, bebed el vino que os he preparado»
(Proverbios IX, 5); y sin embargo ¡cuán pocos se acercan a esta mesa celestial!
La mayor parte de los cristianos, por un vil respeto humano, para evitar una
pequeña molestia, o por otra frívola causa, omiten comulgar; y muchos, por no
dejar el pecado, dejan la comunión, y se contentan con estar unidos al demonio
y no a Dios, ¡que execrable iniquidad!, ¡qué monstruosa ingratitud! Ea,
siquiera nosotros comulguemos a menudo, contentemos a Jesús, que declara
«hallar sus delicias en estar con los hijos de los hombres» (Proverbios VIII,
31).
III. La planta que no es regada, se seca; y el alma que no es alimentada por la
Sangre Preciosa, se pierde (San Juan VI, 54). Pues esta Sangre divina, recibida
en la comunión, borra los defectos que se cometen por fragilidad, preserva de
caer en culpas mortales, da la victoria contra los enemigos espirituales
(«Mediante la Sangre de Cristo bebida, se vencen los enemigos espirituales… La Sangre
de Cristo destruye el ardor de la concupiscencia y de la ira». San
Buenaventura, De la Eucaristía, Sermón 30), y haciéndonos vivir
santamente, nos conduce al paraíso. Por tanto, si queremos salvarnos con
seguridad, debemos embriagarnos con la Sangre Preciosa, recibiéndola a menudo,
con pureza de corazón; en la Santa Comunión.
EJEMPLO
Santa Liduvina, siendo hermosa, aunque pobre, fue pedida para esposa por un
hombre rico. Mas ella, deseando pertenecer a Jesús y no a los hombres, rogó al
Señor que la librara de aquel paso; y lo obtuvo mediante una enfermedad que la
volvió pálida y macilenta. Todavía más, apenas curada de esa, le sobrevino otra
enfermedad que la convirtió en una asquerosa llaga de pies a cabeza. Exhortada
por un sacerdote a meditar en Jesús crucificado para animarla a sufrir con
paciencia, respondió que no podía hacerlo por agudeza de sus dolores. Entonces
llevóle aquél la Santa Comunión, la cual, apenas recibida por la sierva de
Dios, le infundió tal afecto hacia la divina Pasión, que desde entonces ella no
supo hacer otra cosa que meditarla con la más tierna compasión. Jesús para
encender todavía más tal devoción en ella, la llevó a ver los Santos Lugares,
donde Él derramó por nosotros su Sangre Preciosa, la dio a besar sus divinas Llagas,
y se le apareció crucificado, derramando Sangre, en medio de una partícula de
luz. Su padre, al ver que salía una gran claridad de la habitación donde ella
estaba enferma, entró, y atónito ante tal prodigio llamó a los demás y mandó en
busca del párroco; llegado el cual, tomó aquella milagrosa partícula y la
consumió. Continuando aquella en el ejercicio de meditar la Pasión de Jesús y
comulgando a menudo, venció muchas tentaciones, y sufrió con paciencia, durante
treinta y ocho años, su dolorosa enfermedad, y después voló al cielo (Lorenzo
Surio, Historia de los Santos, 14 de Abril, Apendice). Imita, ánima mía,
a esta santa, recibiendo a menudo la Sangre de Jesús en la comunión, y
meditando con frecuencia como fue derramada en la pasión, y con tan fácil medio
saldrás victoriosa de las tentaciones, obtendrás paciencia para las
tribulaciones de esta vida, y la eterna gloria en la otra.
Se medita y se pide lo que se desea conseguir.
OBSEQUIO: Recibid la Comunión lo más pronto que podáis, en honor de la Preciosísima Sangre.
JACULATORIA: Sangre dulcísima del Redentor, riega a menudo mi corazón.
ORACIÓN PARA ESTE DÍA
¡Oh Jesús mío, qué incomprensible es vuestro amor hacia mí! ¡No contento con haber derramado vuestra Sangre para salvarme, me la habéis dejado también como bebida en la Comunión! ¡Un Dios viene a unirse a una miserable criatura, y a habitar en un alma que tantas veces lo ha ultrajado! ¿Y cómo, Jesús mío, podré yo quejarme de mi debilidad y de las fuerzas de mis tentaciones, si Vos, que sois la omnipotencia y la fuerza misma, estáis pronto a venir a mí cada vez que yo quiera comulgar? ¡Oh Sangre Preciosísima, vida, sostén y victoria mía!, quiero recibiros a menudo en mi corazón; porque unido a Vos triunfaré ciertamente de toda tentación, y me conservaré siempre en vuestra gracia. Amén