VII DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
LOS DISCÍPULOS DE LA SABIDURÍA. — “Los conoceréis
por sus frutos”, dice el Evangelio; y la historia confirma la palabra del
Señor. Bajo la piel de oveja con que quieren engañar a los sencillos, los
apóstoles del error exhalaban siempre un hedor letal. Sus palabras habilidosas,
sus lisonjas interesadas no pueden disimular el vacío de sus obras. No tengáis
nada común con ellos. Los frutos podridos e impuros de las tinieblas y los
árboles de otoño y dos veces muertos que los sostienen en sus ramas secas, tendrán
el fuego por herencia. Si habéis sido también vosotros anteriormente tinieblas,
ahora que habéis llegado a ser luz en el Señor por el bautismo, o por el
retorno de una conversión sincera, mostraos como tales: producid los frutos de
la luz, en toda bondad, justicia y verdad. Sólo con esta condición podéis
esperar el reino de los cielos y llamaros ya en este mundo los discípulos de
esa Sabiduría del Padre que reclama para sí hoy nuestro amor. En efecto, dice
el Apóstol Santiago, como comentando el Evangelio de hoy, “¿acaso la higuera
puede dar uvas, o la vid producir higos? ¿acaso la fuente pueda dar agua amarga
y dulce a la vez? y ahora, ¿quién de nosotros pretende pasar por sabio?
Pruébelo que lo es, mostrando en todas sus obras y en toda su vida la dulzura
de la Sabiduría. Porque hay una sabiduría amarga y engañosa, que no es de lo
alto, sino terrena e infernal. La Sabiduría que viene de arriba, es
primeramente casta y pura y además amiga de la paz, modesta, sin apegarse a su
parecer, siempre concorde con los buenos, llena de misericordia y de frutos de
buenas obras, que no juzga a los demás, ni tiene segundas intenciones. Los
frutos de la justicia que produce, se siembran en la paz, en el seno de los pacíficos'”.