domingo, 16 de julio de 2023

DÍA 17. LA SANGRE DE JESÚS LAVA LOS PECADOS EN LA CONFESIÓN

DÍA DECIMOSÉPTIMO

LA SANGRE DE JESÚS LAVA LOS PECADOS EN LA CONFESIÓN

 

En el nombre del Padre, y del Hijo , y del Espíritu Santo. Amén.

 

ORACIÓN INCIAL PARA TODOS LOS DIAS

¡Oh Sangre Preciosísima de vida eterna!, precio y rescate de todo el universo, bebida y salud de nuestras almas, que protegéis continuamente la causa de los hombres ante el trono de la suprema misericordia, yo os adoro profundamente y quisiera compensar, en cuanto me fuese posible, las injurias y ultrajes que de continuo estáis recibiendo de las creaturas humanas y con especialidad de las que se atreven temerariamente a blasfemar de Vos. ¡Oh! ¿Quién no bendecirá esa Sangre de infinito valor? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor a Jesús que la ha derramado? ¿Qué sería de mí si no hubiera sido rescatado con esa Sangre divina? ¿Quién la ha sacado de las venas de mi Señor Jesucristo hasta la última gota? ¡Ah! Nadie podía ser sino el amor. ¡Oh amor inmenso, que nos ha dado este bálsamo tan saludable! ¡Oh bálsamo inestimable, salido de la fuente de un amor inmenso! Haced que todos los corazones y todas las lenguas puedan alabaros, ensalzaros y daros gracias ahora, por siempre y por toda la eternidad. Amén.

 

DÍA DECIMOSÉPTIMO

 

CONSIDERACIÓN:

LA SANGRE DE JESÚS LAVA LOS PECADOS EN LA CONFESIÓN

 

I. Previendo Jesús que el hombre se habría perdido, cometiendo pecados después del Bautismo, instituyó el Sacramento de la Confesión para lavárnoslos y librarnos de la pena merecida. Pero ¿quién da a este Sacramento la virtud de borrar las manchas que empañan el alma? La Sangre de Jesús, responde Santo Tomás (Suma Teológica, Parte III, cuestión 86, articulo 6). La Sangre de Jesús verdaderamente «nos lava de todos los pecados, si nos confesamos», dice el apóstol San Juan (I San Juan I, 7-9); y San Pablo agrega: «La Preciosísima Sangre de Cristo limpia nuestras conciencias de las obras pecaminosas» (Hebreos IX, 14). Por esto no nos dejemos vencer jamás de la malhadada vergüenza; antes bien confesemos toda culpa, por grave y vergonzosa que sea, a fin de que quede borrada por medio de la Sangre Preciosa.

  
II. Jesús derramó toda su Sangre para destruir el pecado y salvar al pecador, como que tiene sumo horror contra la culpa e inmenso amor hacia el hombre. Encendidos también nosotros de odio al pecado y de amor a Jesús, debemos acercarnos al Sacramento de la Penitencia, con arrepentimiento de haber ofendido a Dios y propósito de no ultrajarlo más, si queremos ser justificados por la Sangre Divina. Quien se confesara sin dolor, o sin propósito de no volver a pecar, en vez de justificarse, se haría reo de mayor pecado.

  
III. Los antiguos reyes de Egipto mataban a sus súbditos, para prepararse un baño con su sangre a fin de librarse de la lepra (Pablo Señeri, El Cristiano Instruido, Parte III r. 23, n. 21.). Por el contrario, Jesús con Su Sangre Divina nos ha preparado un baño a nosotros para limpiarnos de la lepra del pecado («Lavó nuestros pecados con su Sangre», Apocalipsis I, 5). Pues como nos enseña San Leonardo de Puerto Mauricio, «Cuando el sacerdote alza el brazo para absolvernos, derrama sobre nuestra cabeza la Preciosísima Sangre» (Manual Sagrado, p. I, n. 18.), mediante la cual borra en nosotros la culpa. Y el doctor San Francisco de Sales, agrega: «Delante del Padre espiritual imaginaos hallaros en el Calvario, a los pies del Crucificado, cuya Sangre Preciosa destila de todas partes, para lavar vuestras iniquidades: porque el mérito de aquella Sangre inunda copiosamente a los penitentes en derredor de los confesionarios» (Introducción a la vida devota, Parte I, capítulo 19). ¡Y sin embargo hay tantos que, en vez de lavarse en ella, viven semanas y meses con el pecado en el alma! ¡Infelices! ¡Si la muerte les sorprendiera en tal estado, se condenarían sin remedio! No seamos nosotros tan insensatos; sino al contrario, confesémonos a menudo y bien para no exponernos a tamaño destino.

 
EJEMPLO
Era el año 1895. Un sacerdote llamado a confesar a un enfermo en Roma, oyó que éste le decía: «Padre, sea bendita para siempre la Sangre Preciosísima de Jesús: ella ha sido siempre mi salvación. He tenido una cierta devoción hacia ella desde mis tiernos años, y aunque siendo joven me inscribí en la masonería y luego renegué de todo principio religioso; he mantenido siempre esta querida devoción. En 1848 fui a la guerra de Lombardía, y en la noche, estando fatigado de los combates del día y a pesar de ser motejado por mis compañeros, nunca me entregaba al reposo sin haber tributado algún homenaje a la Sangre Preciosa; y esta devoción me libró cien veces de la muerte. Como que yo veía frecuentemente, a diestra y siniestra, caer muertos mis compañeros, mientras yo permanecía ileso. Y ahora esta devoción me ha compungido el corazón, y por esto quiero hacer una buena confesión; esta Sangre borrará de mi alma los enormes pecados que la deforman». Y no solo se confesó, sino que también recibió la Santa Comunión con admirable devoción (Tal me fue narrado por un digno sacerdote, al cual sucedió el hecho). ¡Oh saludable efecto y gracia especial que la devoción a la Preciosísima Sangre obró en tan gran pecador!

        
Se medita y se pide lo que se desea conseguir.

 

OBSEQUIO: Si estáis en pecado, confesaos inmediatamente, o al menos haced un acto de contrición con propósitos de confesaros lo más pronto que podáis.

 
JACULATORIA: Por la divina Sangre Señor, perdona, y a quienes te ofendieron, Tu gracia dona.


ORACIÓN PARA ESTE DÍA

Amado Salvador mío, no solo habéis querido satisfacer por mis pecados, derramando vuestra Sangre en los tormentos, sino que con esta misma Sangre me habéis aparejado un baño saludable, lavándome mediante el Sacramento de la Confesión, quedo limpio de toda culpa. ¿Qué habría sido de mí, si Vos no hubierais instituido este Sacramento? De nada me habría servido la Redención, consumada por Vos con vuestra muerte y efusión de Sangre; pues, habiendo pecado yo después del Bautismo, no habría tenido un medio tan eficaz para purificarme de las faltas cometidas, y por tanto me había perdido eternamente. ¡Oh Sangre Preciosísima, baño saludable de nuestras almas!, en vos quiero a menudo lavarme, confesándome con las debidas disposiciones; a fin de que, teniendo el alma limpia de pecado, pueda entrar al reino celestial, adonde no es admitido el que está manchado de cualquiera culpa. Amén.