sábado, 22 de julio de 2023

DÍA 23. LA SANGRE DE JESÚS FUNDÓ LA IGLESIA Y LA SOSTIENE

DÍA VIGÉSIMOTERCERO

LA SANGRE DE JESÚS FUNDÓ LA IGLESIA Y LA SOSTIENE

 
En el nombre del Padre, y del Hijo
, y del Espíritu Santo. Amén.

 

ORACIÓN INCIAL PARA TODOS LOS DIAS

¡Oh Sangre Preciosísima de vida eterna!, precio y rescate de todo el universo, bebida y salud de nuestras almas, que protegéis continuamente la causa de los hombres ante el trono de la suprema misericordia, yo os adoro profundamente y quisiera compensar, en cuanto me fuese posible, las injurias y ultrajes que de continuo estáis recibiendo de las creaturas humanas y con especialidad de las que se atreven temerariamente a blasfemar de Vos. ¡Oh! ¿Quién no bendecirá esa Sangre de infinito valor? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor a Jesús que la ha derramado? ¿Qué sería de mí si no hubiera sido rescatado con esa Sangre divina? ¿Quién la ha sacado de las venas de mi Señor Jesucristo hasta la última gota? ¡Ah! Nadie podía ser sino el amor. ¡Oh amor inmenso, que nos ha dado este bálsamo tan saludable! ¡Oh bálsamo inestimable, salido de la fuente de un amor inmenso! Haced que todos los corazones y todas las lenguas puedan alabaros, ensalzaros y daros gracias ahora, por siempre y por toda la eternidad. Amén.



DÍA VIGÉSIMOTERCERO

 

CONSIDERACIÓN:

LA SANGRE DE JESÚS FUNDÓ LA IGLESIA Y LA SOSTIENE


I. Dios hizo dormir a Adán para sacarle una de sus costillas, y habiendo formado con ella a la mujer, semejante a aquél, se la dio por esposa. Igualmente, dice San Agustín, «habiendo Jesús inclinado la cabeza, murió en la Cruz, y de su costado abierto se formó una esposa, la Iglesia, con aquella última efusión de su Sangre (San Agustín. Ver la lección VII del oficio de la Preciosísima Sangre). La verdadera Iglesia es, por consiguiente, la que nació junto a la Cruz, en medio del luto y del dolor, y es en todo semejante a su sacrificado Esposo, de quien recibió en herencia persecuciones y trabajos (San Gregorio, Sobre el I libro de los Reyes, cap. I; Exposición lib. I). Pero así como Jesús resucitó glorioso de la muerte, así también la Iglesia saldrá gloriosa de las tribulaciones. El verla, por tanto, perseguida, no debe desanimarnos, sino más bien aumentar en nosotros el amor y respeto hacia ella, reconociéndola, en tal manera, por la única y verdadera esposa del Dios crucificado.

  

II. Excepto solo dos (Eleuterio y Dionisio), todos los otros 29 Papas de los tres primeros siglos, juntamente con millones de fieles, fueron bárbaramente muertos por la fe; pero tanta sangre no fue bastante a ahogar la Iglesia, que siempre se dilató y gloriosa sobrevivió. En cada siglo, hasta el presente, nuevas persecuciones se han sucedido para arruinarla; mas cuando se creía destruida, más vigorosa se ha erguido. Todas las furias del mundo y del Infierno no han logrado vencerla, ni la vencerán jamás. Jesús, que la redimió con su Sangre, dice San Bernardo, la sostendrá («Librará a su esposa, el que la redimió con su sangre». Epístola a Conrado, 244), volviéndola siempre victoriosa hasta la consumación de los siglos. Por esto nosotros, como hijos de tan excelsa madre, debemos ofrecer sin cesar esta Sangre, a fin de obtener la perseverancia de vivir hasta la muerte en su materno seno.

  

III. Dice San Pablo que Jesús oró con voz eficaz por la gloriosa resurrección de su cuerpo, y fue escuchado. Esta voz eficaz fue la efusión de su Sangre; nos lo asegura San Anselmo (Hebreos V, 7. (Ver la lección VI del oficio de la Oración en el Huerto). Su cuerpo, por el cual oró, no fue solo el real, sino también el místico, es decir, la Iglesia; tal afirma San Buenaventura («La Sangre corría por la tierra, para manifestar que oraba por la Iglesia». Sobre San Lucas XXII, 44). «Esta, pues, por los méritos de la Sangre Preciosa, ha sido siempre gloriosa»; agrega el mismo doctor seráfico (Suplemento sobre el Apocalipsis XII, 11). Demos, pues, siempre gracias al Señor por habernos hecho nacer en el gremio de la verdadera Iglesia, vuelta invencible en virtud de la efusión de su Sangre divina; y no nos avergoncemos jamás de aparecer como sus verdaderos hijos, antes venzamos todo respeto humano en el cumplimiento de nuestros deberes de cristianos y católicos.

 
EJEMPLO
El año 1290 un judío en París se apoderó de una hostia consagrada y comenzó a herirla; y viendo salir Sangre de las heridas, la puso en un vaso de agua, que luego se tiñó de Sangre. Habiéndola echado al fuego, de él salió ilesa, quedando suspendida en el aire, y apareciendo en ella un crucifijo. Ante tamaño prodigio, si bien el judío quiso morir obstinado; en cambio su mujer e hijos conocieron que la nuestra es la verdadera Iglesia, y entraron en su seno, recibiendo el Bautismo. La prodigiosa partícula fue llevada al tempo de San Juan en Gréve; y la casa en que Jesús había sido tan ultrajado, fue convertida en Capilla, para que allí fuera siempre honrado (René François Rohrbacher, Historia Universal de la Iglesia, libro 76). Honremos y bendigamos también nosotros al Dios Humanado, mostrándonos dignos hijos de la Iglesia, que él adquirió con su Sangre.

        
Se medita y se pide lo que se desea conseguir.

 

OBSEQUIO: Visitad a Jesús Sacramentado, rogando por las necesidades de la Santa Iglesia.

 

JACULATORIA: Viva la Sangre que ha defendido la Santa Iglesia todos los siglos.

 

ORACIÓN PARA ESTE DÍA

¡Oh divino Esposo de mi Madre la Iglesia!, volved sobre ella los misericordiosos ojos, mirad las tribulaciones que la afligen, las persecuciones de que es blanco, y libradla de las manos de sus enemigos, que anhelan su exterminio. Recordad que ha sido formada con Vuestra Sangre, que con Sangre la habéis adquirido, y dadle cada vez mas espléndido triunfo. Jesús mío, cuanto es cierto, según vuestra promesa, que de en medio de las persecuciones la Iglesia se levantará cada vez más bella y más gloriosa, otro tanto es incierta mi fidelidad hacia ella. ¡Oh! Cuánto debo andar temeroso de volverme hijo rebelde suyo, alejándome de su seno, como lo he merecido ya por mis pecados! ¡Ah!, no permitáis, amado salvador mío, que yo me separe de vuestra Iglesia, os lo pido por la Sangre vuestra, y por eso no me lo podéis negar. ¡Ea!, haced que yo viva siempre como devoto hijo suyo, y como tal yo muera. Amén.