lunes, 19 de julio de 2021

MES DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE JESÚS. DÍA 20

MES DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE JESÚS

Día 20

 

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

ORACIÓN PARA COMENZAR CADA DÍA

Jesús mío, acepta todas aquellas buenas obras

que durante este mes me inspires;

en reparación por tantos desprecios,

ingratitudes y blasfemias cometidas por los hombres,

y para que la acción del maligno enemigo

no destruya el deseo y conocimiento de tu Amor

por parte de tus hijos.

Que la Devoción a la Divina Sangre

acerque las almas a tu Sagrado Corazón. Amén.

 

DIA 20

LOS MINISTROS DE LA SANGRE

Jesús fue el primer sacerdote que ofreció su sangre al divino Padre para la remisión de nuestros pecados. Para perpetuar su ofrenda en la última cena, después de la institución de la eucaristía, instituyó también el sacerdocio: “Haced esto en mi memoria” (Lc 22,19). Esta verdad es confirmada por los apóstoles y por la tradición perenne de la Iglesia. “El sacerdote -dice Santo Tomás- teniendo que ser ministro de la preciosa sangre es consagrado por la sangre de Cristo”. En la consagración recibe los poderes más amplios: consagra el Cuerpo y la sangre de Cristo, absuelve de los pecados, confiere la gracia administrando los sacramentos y ora por el pueblo y en nombre del pueblo cristiano ante Dios. Verdaderamente es “el Señor de la sangre” (Santa Catalina). ¿Quién llama al sacerdote a tan sublime cargo? Uno no se hace sacerdote por propia voluntad, sólo aquellos que son llamados por el Señor pueden subir al altar. Dios no tiene preferencias por los hombres de linaje ilustre, al contrario, casi siempre elige a sus sacerdotes de entre las familias más humildes y pobres. Si la responsabilidad del sacerdote es grande, también lo es la dignidad y el respeto que se les debe. “Si al sacerdote le corresponde ser ministro de la sangre de Cristo, esta función diviniza su dignidad y establece la deuda de reverencia de todos: reverencia que se dirige a Dios mismo y a la sangre gloriosa” (Santa Catalina). ¡Cuántos méritos los del sacerdocio católico! Tanto en el campo de la caridad como en el de la ciencia y el progreso siempre ha estado a la vanguardia hasta el heroísmo más sublime. Sin embargo, el sacerdote es el hombre más odiado y perseguido. Pero él, siguiendo el ejemplo de Cristo, debe perdonar a sus perseguidores y alegrarse de poder unir su sangre a la de Cristo que se ofrece cada día en el altar.

 

EJEMPLO

El cardenal Massaia en 1863 en Abisinia (Etiopía) tuvo un encuentro con dos nuevos conversos, marido y mujer, que le pedían constantemente ser admitidos a la sagrada comunión. Finalmente los satisfizo y en su cabaña, decorada de la mejor manera, comenzó la celebración de la santa misa. Inmediatamente después de la consagración del cáliz, la mujer comenzó a gritar ¡Fuego, fuego! El sacerdote, al término de la celebración, le preguntó el motivo de esos gritos y ella dijo: - Cuando vuestra merced levantó el cáliz, vi un rayo de fuego descender del cielo y pude ver cómo sus manos y el mismo cáliz estaban en llamas.

El cardenal Massaia pensó en una alucinación o exaltación de la pobre mujer y la puso a prueba. Después de la consagración, primero levantó una hostia y un cáliz, no consagrados, luego los consagrados, y tuvo que cambiar de opinión, porque la mujer seguía viendo solo la Hostia y el Cáliz consagrados enrojecidos por el fuego. ¿No dijo Jesús que había venido a traer fuego a la tierra? El fuego de su amor, para que el mundo entero arda con él; ordenó a sus sacerdotes que lo mantuvieran vivo en todas las almas, llenándolas de su preciosa sangre.

 

INTENCIÓN: Respeta y ama al sacerdote, porque él dispensa los tesoros de la sangre de Cristo.

 

JACULATORIA: ¡Oh, Jesús eterno y sumo sacerdote! ofrezco tu preciosa sangre al Padre eterno, para que envíe sacerdotes santos y fervientes a su Iglesia.

 

ORACIÓN PARA TERMINAR CADA DÍA

Oración de San Gáspar de Búfalo

Oh, preciosa sangre de mi Señor,
que yo te ame y te alabe para siempre.
¡Oh, amor de mi Señor convertido en una llaga!
Cuán lejos estamos de la conformidad con tu vida.
Oh Sangre de Jesucristo, bálsamo de nuestras almas,
fuente de misericordia, deja que mi lengua,
impregnada por tu sangre

en la celebración diaria de la misa,
te bendiga ahora y siempre.
Oh, Señor, ¿quién no te amará?
¿Quién no arderá de agradecido afecto por ti?
Tus heridas, tu sangre, tus espinas, la cruz,
la sangre divina en particular,

derramada hasta la última gota,
¡con qué elocuente voz grita a mi pobre corazón!
Ya que agonizaste y moriste por mí para salvarme,
yo daré también mi vida, si será necesario,
para poder llegar a la bendita posesión del cielo.
Oh Jesús, que te has hecho redención para nosotros,
de tu costado abierto, arca de la salvación,

horno de la caridad,
salió sangre y agua, signo de los sacramentos

y de la ternura de tu amor,
¡Seas adorado y bendecido por siempre, oh Cristo,
que nos has amado y lavado en tu preciosísima sangre!
Amén.

 

V/. Alabada sea la Preciosísima Sangre de Jesús.

R/. Sea por siempre bendita y alabada.