domingo, 11 de julio de 2021

CUANTO IMPORTA LA BUENA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS. SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

COMENTARIO AL EVANGELIO

SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO


DE LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS

 SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

Non potest arbor, bona maios fructus, neque arbor mala bonos fructus facere.

«Un árbol bueno no puede dar frutos malos, ni un árbol malo darlos buenos».

(Matth. VII, 18)

Nos dice el Evangelio de hoy, que el árbol malo no puede producir frutos buenos, ni el bueno dar frutos malos. Por estas palabras debéis entender, oyentes míos, que los padres buenos crían a sus hijos buenos; pero si los padres son malos, ¿cómo podrán ser buenos los hijos? ¿Habéis visto jamás coger uvas de los espinos, o higos de las zarzas? Pues tan imposible es, o mejor decir, tan difícil, ver hijos de buenas costumbres educados por padres malos. Oid con atención esta plática, vosotros, padres y madres, porque es de mucha importancia para vuestra salvación eterna y la de vuestros hijos. Y atended también vosotros, ¡oh, jóvenes! los que todavía no habéis tomado estado. Si queréis casaros, oid las obligaciones que van a cargar sobre vosotros acerca de la educación de los hijos; y sabed que si no cumplís con ellas, vosotros y ellos os condenaréis para siempre. Dividiré, pues, esta plática en dos puntos, en los cuales os demostraré:

En el 1º: Cuanto importa la buena educación de los hijos.

En el 2º: Que diligencias deben practicar los padres para educarlos bien.

Punto 1

CUANTO IMPORTA LA BUENA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS

1. Dos son las obligaciones que tienen los padres para con los hijos: . La de alimentarlos, y, . La de educarlos bien. En cuanto a la primera, no me ocurre otra cosa que decir sino, que algunos padres son más crueles que las mismas fieras, porque las fieras no dejan de alimentar a sus hijos; y algunos padres desnaturalizados se comen y gastan en placeres y en el juego todo lo que poseen y ganan en su trabajo, y dejan morir de hambre en su casa a sus propios hijos. pero pasemos a tratar de la educación, objeto del presente discurso.

2. Es cierto, que la suerte futura de los hijos depende de la buena o mala educación. La misma naturaleza enseña a los padres a educar bien a sus hijos; los que les han dado el ser, deben procurar su felicidad. El fin porque Dios concede hijos a los padres no es para que le ayuden en sus faenas domésticas, sino para educarlos en el temor de Dios y dirigirlos por el camino de la salvación eterna.  Los padres tienen hijos, no para poder disponer de ellos a su antojo, sino como un depósito que Dios les ha confiado, y del cual han de dar cuenta estrecha a su tiempo. Consta de la santa Escritura, que cuando el padre vive con arreglo a la ley divina, será feliz él y sus hijos. La buena o mala vida del padre, se conoce claramente en la vida que llevan los hijos, así como el árbol se conoce por el fruto. Escribe el Eclesiástico, que el padre que muere dejando prole, no muere enteramente, porque deja después de si otros sus semejantes. Cuando se nota que el hijo es blasfemo, desvergonzado y ladrón, es señal de que el padre lo era también. Por eso dice el Eclesiástico (XI, 30) «al hombre se le ha de conocer en sus hijos».

3. Orígenes asegura, que los padres han de dar cuenta el día del juicio de todos los pecados de los hijos. (Orig. lib. 2 in Job). De donde se sigue, que el padre que instruye cristianamente a su hijo, al morir, no tendrá porque contristarse ni confundirse. «Y se salvará por medio de la buena crianza de los hijos». (I. Tim. II, 15). La muerte, al contrario, será triste y desgraciada para aquellos padres, que no se hayan ocupado en otra cosa que en aumentar su patrimonio y el honor de su casa, o que no hayan pensado sino en vivir en los placeres, sin haber tenido cuidado de las buenas costumbres de sus hijos. Semejantes padres son parecidos a los infieles, o acaso peores que ellos, como dice San Pablo por estas palabras: «Si hay alguien que no mira por los suyos, mayormente si son de la familia, este tal negado ha la fe, y es peor que un infiel». (I. Tim. v, 8) Aunque los padres hagan una vida devota, y se ocupen siempre en la oración, y comulguen todos los días, no se salvarán si descuidan la educación de sus hijos. ¡Ojalá algunos padres tuviesen cuidado tanto de sus hijos como lo tienen de sus caballos y propiedades y de sus animales domésticos! ¡Cuánto cuidado no tienen de que a éstos se les dé a tiempo la avena y el heno, y que estén bien cuidados! Pero esos mismos padres no cuidan de que sus hijos aprendan la doctrina cristiana, oigan misa y se confiesen. Hay padres -dice San Juan Crisóstomo- que cuidan más de los asnos y de los caballos, que de sus hijos. (Hom. 10, in Matth).

4. Si todos los padres velasen, como tienen obligación, por educar bien a sus hijos, no habría delitos ni ajusticiados, o, al menos, los habría pocos. Los padres son, dice el mismo santo, los que con mala educación que dan a sus hijos los precipitan en los vicios, que, al fin, los entregan a las manos del verdugo. Por esta razón los Lacedemonios, cuando se cometía algún delito no castigaban tanto a los hijos, como a los padres, que eran la causa principal de todos los desórdenes, por la mala educación que les habían dado. Es una gran desgracia para los hijos tener malos padres que no los sepan educar, y que viéndolos metidos en los fangos de los vicios y enredados en amistades peligrosas y en riñas y querellas, en vez de reprenderlos y castigarlos, hacen como que se apiadan de ellos y dicen: «¿Que se ha de hacer? Son jóvenes, ya pasará su juventud». ¡Lindas máximas por cierto! ¡Bella educación! Los que así hablan, ¿esperan acaso que sus hijos se enmendarán y entrarán por el buen camino cuando sean mayores?

Punto II

LO QUE DEBEN PRACTICAR LOS PADRES PARA EDUCAR BIEN A LOS HIJOS

5. San Pablo nos enseña en pocas palabras , en que consiste la buena educación de los hijos, diciendo: Educadlos corrigiéndolos e instruyéndolos según la doctrina del Señor. (Ephes. VI, 4) La corrección, o lo que es lo mismo, el buen régimen en las costumbres de los hijos, impone la obligación de instruirlos bien con las palabras y con ejemplos. Y lo primero que los padres han de enseñar de palabra a sus hijos es, el santo temor de Dios. Así lo hacía el Santo Tobías, con su hijo. Desde niño, le instruyó en el temor de Dios, y le enseñó a evitar las ocasiones de pecar. Dice el Sabio, que el hijo bien educado será el consuelo y las delicias de su padre. (Prov. XXIX, 17). Pero así como el hijo bien educado será las delicias de su padre, así el hijo ignorante y mal educado será la tristeza y le causará grandes disgustos. Porque la ignorancia de lo que debe saberse para vivir bien, le conduce a una vida depravada. Los padres deben instruir a los hijos en las cosas de la fe, y, ante todo en los cuatro misterios principales, que son: . Que hay un sólo Dios creador de cielo y tierra, y señor absoluto de todas las cosas. . Que este Dios es remunerador, el cual premia eternamente en la otra vida a los buenos con el Paraíso, y castiga a los malos con el Infierno. . El misterio de la Santísima Trinidad, es decir, que en Dios hay tres personas, y que estas tres son un sólo Dios, porque la esencia de las tres es una misma.. El misterio de la Encarnación del Verbo divino, hijo de Dios, y verdadero Dios, que se hizo hombre en las entrañas de su madre María, y sufrió y murió por nuestra salvación eterna. Si un padre, o una madre contestasen «Yo no sé nada de estas cosas», ¿podría por ventura valerle esta excusa? ¿Le valdrá un pecado, para excusarse de otro pecado? Si no las sabéis, hermanos míos, tenéis la obligación de saberlas y de enseñarlas a vuestros hijos. Cuando menos enviarlos a que aprendan la doctrina cristiana. Gran miseria es ver a tantos padres y madres, que no saben instruir a sus hijos, ni aún enlas cosas más esenciales de la fe, y en vez de enviarlos a la doctrina o al sermón, los ocupan en negocios domésticos; y después, cuando mayores de edad, hasta ignoran lo que es un pecado mortal, infierno o eternidad.

6. Los buenos padres, no solamente instruyen a sus hijos en estas cosas principales, sino que les enseñan también los actos que deben practicarse todas las mañanas al levantarse de la cama: 1º. Dar gracias a Dios por haberles conservado la vida durante la noche. 2º. Ofrecer a Dios todas las acciones buenas que hagan durante el día, y todas las incomodidades que sufran. 3º. Suplicar a Jesucristo y a María santísima que los preserven de aquél día de todo pecado mortal. Después deben enseñarles a hacer el examen de conciencia y el acto de contrición, a hacer cada día actos de Fe, Esperanza y Caridad, rezar el Rosario y visitar el santísimo Sacramento del altar. Algunos padres timoratos procuran, que sus hijos hagan todos los días en casa oración mental en compañía de toda la familia; leyendo algún libro de meditaciones. A esto los exhorta el Espíritu Santo cuando dice: Erudi illos, et curva eos a pueritia illorum. (Eccl. VII, 25). Procurad que desde la niñez se acostumbren a estas cosas, porque así practicarán después más fácilmente cuando sean mayores. Acostumbradlos también a confesarse y comulgar cada quince días, o cada mes; y cuidad que se confiesen desde que cumplen los siete años, y que comulguen a los diez, como aconseja san Carlos Borromeo.

7.También importa mucho incluir a los hijos desde la niñez máximas saludables y cristianas. ¡Cuánto daño hacen a sus hijos aquellos padres, que les inspiran máximas mundanas e inmorales! «Si alguno se burla de ti, rómpele la cabeza» dicen algunos padres. Por cierto que no nos enseñó esto Jesucristo. Cuando estaba pendiente de la cruz y lo insultaban los judíos, Él oraba por ellos a su eterno Padre, diciéndole: «Padre mío, perdónales, porque no saben lo que hacen». Y en todo su santo Evangelio no respira más que amor a los enemigos y olvido de las injurias. Los buenos padres enseñan a sus hijos las máximas evangélicas, y como perdonar al enemigo, a olvidar los ultrajes, y a guardarse del pecado. La reina Doña Blanca, madre de San Luis rey de Francia, solía decirle a menudo: «Hijo mío, antes quisiera verte muerto en mis brazos, que en pecado mortal». Del mismo modo debéis vosotros repetirles alguna máximas saludables como estas: «Lo que no quieras para ti, no lo quieras para nadie». «¿De que te servirá todo el mundo, si te condenas?» «Todo tiene fin menos Dios y la eternidad». Una de estas máximas que se imprima en sus tiernas almas es capaz de preservarlos de los mayores disgustos y del pecado.

8. Pero, no sólo deben instruir los padres con palabras, sino también con los buenos ejemplos. Si se los dan los malos, ¿qué motivos tendrán para creer que vivirán cristianamente? Por esto vemos que cuando se les reprende, suelen responder los hijos disolutos: ¿Que queréis que haga, si mi padre se portaba todavía peor que yo? Por lo mismo dice el Eclesiástico (41, 10): «Quéjense de su padre los hijos del impío, viendo que por culpa de él viven deshonrados. ¿Cómo es posible que tenga buenas costumbres el hijo, si vió que el padre blasfemaba, pronunciaba frecuentemente palabras obscenas y deshonestas, pasaba los días en el café, o en la taberna, frecuentaba casas sospechosas, y defraudaba al prójimo con su hacienda? ¿Cómo puede pretender un mal padre que su hijo se confiese a menudo, cuando él apenas se confiesa una vez por la Pascua. Los hijos viven de imitación; hacen lo que ven de sus padres.

9. Empero, supongamos que los corrijan: ¿de que sirve la corrección verbal de los hijos, cuando los padres le dan el mal ejemplo con sus obras? Los hombres dan más crédito a lo que ven, que a lo que oyen, como dice un concilio. Y San Ambrosio dice también: «Mejor me persuaden los ojos que ven, que puede persuadirme el oído que oye. (Serm. 23 de S. S.) Escribe Santo Tomás, que semejantes padres obligan con su ejemplo a sus hijos a vivir mal. Tales padres según San Bernardo, no son padres, sino homicidas de sus hijos, y no de sus cuerpos, sino de sus almas. (Ep. 94). Yerra el que cree que los vicios nacen con nosotros; los adquirimos. No nacen en efecto con nosotros, sino que se nos comunican con los malos ejemplos de los padres. Si tú, mal padre, hubieses dado buen ejemplo a tu hijo, no sería vicioso como lo es. Frecuenta tu los Sacramentos, escucha la palabra divina, reza todos los días el Santo Rosario, habla cristianamente, y no murmura ni riñe. Es preciso inspirar buenas costumbres a los hijos mientras son pequeños, como dijimos antes. Porque cuando son grandes y han contraído malos hábitos, será muy difícil que tu los enmiendes con buenos consejos y palabras.

10. La buena educación de los hijos exige igualmente, que los padres los aparten de las ocasiones de pecar; y para conseguirlo, deben prohibirles salir de casa de noche, frecuentar casas peligrosas, y, especialmente, tratar con malas compañías.  ¿Porqué dijo Sara a Abrahán: Ejice ancillam hanc et filium ejus: «Echa fuera a esta esclava y a su hijo». (Gen. XXI, 10). Quiso que fuese echado de casa de Ismael, para que su hijo Isaac no aprendiese las malas costumbres de Ismael. Los malos compañeros son la ruina de los jóvenes; y los padres no solamente deben arrancar de raíz los males que ve, sino que está obligado a indagar la conducta de sus hijos. Algunos padres se ocupan poco de estas cosas; y después, cuando el mal no tiene remedio, se vuelven contra los hijos, como si no supiesen, que si la estopa se acerca al fuego, tiene por fuerza que arder. ¡Oh cuantas madres veremos condenadas el día del juicio por el descuido que tuvieron de sus hijas! Ya que otra cosa no suceda, cuando menos, da que hablar esto a las gentes, y los padres han de dar cuenta a Dios de todo. Por tanto, padres y madres que tenéis hijas, enmendaos de semejantes descuidos, y confesadlos antes de que llegue el día terrible del juicio.

11. Otra obligación de los padres es, corregir las faltas de la familia. Discliplina et correptione. Hay algunos padres y madres que observan, pero no se atreven a hablar, por no disgustar a los hijos. Pero decidme, si vieseis caer en un lago profundo a un hijo vuestro y que se estaba ahogando, ¿no sería crueldad no librarle de la muerte por no asirle de los cabellos? Por esto dice Salomón: Quien escasea el castigo, quiere mal a su hijo. (Prov. XIII, 24). Si amáis a vuestros hijos, reprendedlos y castigadlos con rigor cuando ya son grandecitos, aunque no con barbarie, ni como cómitres de navío, sino como padres, evitando hacerlo cuando estáis poseídos de la cólera, porque entonces es fácil que os excedáis; y ningún fruto se saca del castigo, cuando los hijos conocen que se les castiga por movimiento de furor, y no para su corrección o enmienda. He dicho cuando son grandecitos, porque las correcciones y los castigos aprovechan muy poco, si se les dan cuando son demasiado grandes, y los malos hábitos han echado raíces profundas en su corazón. Absteneos entonces de las palabras y de los golpes, porque sólo servirán para endurecerlos más, y obligarles a que os pierdan el respeto. Quitadles la comida, o el vestido que más aprecian, o cerradlos en un aposento seguro. De lo que habéis oído decir en esta plática, podéis inferir oyentes míos, que en la otra vida serán duramente castigados los padres que hayan educado mal a sus hijos, y serán, al contrario, premiados aquellos que, a imitación del anciano Tobías, hayan cuidado de educarlos en las virtudes y en el santo temor de Dios; que es la obligación que tienen para con sus hijos todos los cristianos, como nos lo enseña nuestro divino Salvador Jesucristo en el santo Evangelio.

 

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