MES DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE JESÚS
Día 18
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
ORACIÓN PARA COMENZAR CADA DÍA
Jesús mío, acepta todas aquellas buenas obras
que durante este mes me inspires;
en reparación por tantos desprecios,
ingratitudes y blasfemias cometidas por los hombres,
y para que la acción del maligno enemigo
no destruya el deseo y conocimiento de tu Amor
por parte de tus hijos.
Que la Devoción a la Divina Sangre
acerque las almas a tu Sagrado Corazón. Amén.
DÍA 18
LA REINA DE LA PRECIOSA SANGRE
Nuestra Señora es el regalo más hermoso que Dios nos ha dado, después de la eucaristía. Ella no sólo es la Madre de Dios, la obra maestra de la redención, la llena de gracia, la bendita entre las mujeres, ¡sino que también es nuestra dulce Madre! Los cristianos se regocijan con su nombre y se refugian a la sombra de su manto. Ahora bien, toda la grandeza de María brota de la preciosísima sangre: la carne de Cristo es la carne de María, la sangre de Cristo es la sangre de María; por ello la invocamos con el hermoso título de Reina de la preciosísima sangre. Concebida sin pecado original María fue la fuente más pura de la que brotaría la sangre de Jesús, en anticipación de los méritos de la preciosa sangre. Alegrémonos de haber recibido de Dios una Madre tan excelente y dulce y mirémosla al pie de la cruz, donde ofrece al eterno Padre la sangre de su amado Hijo por nuestro rescate. Su alma está atravesada por la espada del dolor y sus lágrimas son las más amargas que una madre haya derramado en la tierra. ¡Miremos con cuánto amor acoge a toda la humanidad que Jesús le confía en la persona del apóstol San Juan! ¡Veamos cómo esa sangre cae sobre ella para derramarla sobre nosotros, pobres pecadores! Consideremos cómo Dios la convirtió en un canal de gracia, dispensadora de sus tesoros y digámosla: ¡Oh María Reina de la preciosísima sangre, haz que mi alma se tiña con la sangre divina de tu Hijo, defiéndeme de los asaltos del diablo, especialmente en el momento de la muerte, obtén para mí la contrición de los pecados y la perseverancia final! Amén.
EJEMPLO
Una de las devociones más entrañables de San Gaspar del Búfalo fue la de la reina de la preciosa sangre. Tenía él una imagen de la Virgen pintada con el Niño Jesús sobre sus rodillas sosteniendo el cáliz de su sangre en la mano. La Virgen demostró, con muchos prodigios, lo querida que para ella era esa devoción a la preciosa sangre. En muchas ocasiones, durante los sermones, el santo detuvo la lluvia bendiciendo el cielo con esa imagen prodigiosa. A un grupo de devotos, que habían venido de lejos para escucharlo y que no podían regresar porque había estallado una furiosa tormenta, les entregó ese cuadro y ellos, mientras caminaban bajo la lluvia, llegaron perfectamente secos a sus casas. Frente a esa efigie, tras la recitación de tres Avemarías, instantáneamente curó a un granjero que se había lastimado gravemente el dedo. En Albano, Laziale, invocando el Nombre de la Virgen, salvó de una muerte segura a un hermano misionero que había caído en un carruaje desde lo alto de un puente. Muchas veces mientras predicaba, se vio una luz misteriosa que descendía del cielo e inundaba tanto la imagen de la Virgen como el rostro del santo.
Imitemos a San Gaspar en esta devoción tan poderosa, unamos nuestro amor a la Virgen a nuestro amor a la preciosa sangre y, sin duda, estaremos colmados de favores celestiales. Pero, de manera especial, evitemos todo pecado, pues ellos renuevan las perforaciones del adorable corazón de nuestra Madre celestial.
INTENCIÓN: Celebraré las fiestas de Nuestra Señora con devoción y especialmente la de la Virgen de los Dolores.
JACULATORIA: Santa Madre de Dios y Madre nuestra, que las llagas del Señor queden grabadas en mi corazón.
ORACIÓN PARA TERMINAR CADA DÍA
Oración de San Gáspar de Búfalo
Oh, preciosa sangre de mi Señor,
que yo te ame y te alabe para siempre.
¡Oh, amor de mi Señor convertido en una llaga!
Cuán lejos estamos de la conformidad con tu vida.
Oh Sangre de Jesucristo, bálsamo de nuestras almas,
fuente de misericordia, deja que mi lengua,
impregnada por tu sangre
en la celebración diaria de la misa,
te bendiga ahora y siempre.
Oh, Señor, ¿quién no te amará?
¿Quién no arderá de agradecido afecto por ti?
Tus heridas, tu sangre, tus espinas, la cruz,
la sangre divina en particular,
derramada hasta la última gota,
¡con qué elocuente voz grita a mi pobre corazón!
Ya que agonizaste y moriste por mí para salvarme,
yo daré también mi vida, si será necesario,
para poder llegar a la bendita posesión del cielo.
Oh Jesús, que te has hecho redención para nosotros,
de tu costado abierto, arca de la salvación,
horno de la caridad,
salió sangre y agua, signo de los sacramentos
y de la ternura de tu amor,
¡Seas adorado y bendecido por siempre, oh Cristo,
que nos has amado y lavado en tu preciosísima sangre!
Amén.
V/. Alabada sea la Preciosísima Sangre de Jesús.
R/. Sea por siempre bendita y alabada.