domingo, 3 de febrero de 2019

EN MEDIO DE LA TEMPESTAD, OBEDECER. San Juan Baustista de la Salle



De la fidelidad a la obediencia, no obstante las más violentas tentaciones
PARA EL DOMINGO CUARTO DESPUÉS DE REYES
San Juan Bautista de la Salle

Mientras dormía Jesús dentro de una barca, surgió tan recia tormenta en el mar, que las olas cubrían la embarcación. Avisado de ello Jesús por sus discípulos, se incorporó, mandó a los vientos y al mar que se apaciguaran, y siguióse gran bonanza. Esto admiró tanto a los que allí se hallaban, que se decían: ¿Quién es este hombre a quien los vientos y el mar obedecen? (1).
Vivir en comunidad observante es hallarse en la barca con Jesús y sus discípulos; pues quienes moran en ella al dejar el siglo para ir en pos de Jesús, se han sujetado a su gobierno y cuentan en el número de sus seguidores. Allí viven a cubierto de las olas que se levantan en el mar tempestuoso del mundo; esto es, de muchas ocasiones que hay en él para ofender a Dios.
Con todo, no por eso se ven libres de penas y tentaciones. Entre éstas, las más peligrosas y más dañinas son las que inducen a no obedecer o a no hacerlo de modo conveniente; pues, como no debió venirse a la comunidad sino para obedecer, tan pronto como alguno se aparta de la obediencia, se ve destituido de las gracias que le son indispensables para perseverar en su estado. Por eso resulta de importancia que, quienes viven en comunidad tengan a mano medios eficaces para ponerse a cubierto de tan funestas tentaciones.
Y estando vosotros expuestos a ellas todos los días, os es muy conveniente contar con remedios que os saquen a salvo de sus malas consecuencias. En ello habéis de poner toda la aplicación y esmero; ya que, de ahí pende, por lo común, la fidelidad a vuestra vocación.
En consecuencia, lo que debéis pedir a Dios con más instancias es que os enseñe a obedecer y a obedecer bien, no obstante los estorbos y dificultades que el demonio suscitará en vosotros con el fin de inspiraros repugnancia hacia ello.
Las tentaciones y dificultades más peligrosas y ordinarias contra la obediencia se relacionan con el que manda o con sus mandatos.
Las relativas al que manda proceden de que se le considera como puro hombre, aun cuando sea para nosotros lugarteniente de Dios, única condición que debiera entonces tenerse en cuenta; ya que, según san Pablo, no hay poder alguno que no venga de Dios (2), máxime cuando se trata de disponer, mandar o prohibir algo concerniente a la salvación.
Sin duda, para inculcárselo así a los hombres y evitar que lo echen en olvido, cuando Dios formula en el Antiguo Testamento alguna orden, casi siempre añade seguidamente: Yo soy el Señor, o bien, Yo soy el Señor Dios vuestro (3).
Y pues no es lícito eximirse de obedecer a Dios, tampoco se puede en las comunidades negar al superior la obediencia, sin hacerse culpable de desobediencia a Dios
De donde se sigue que cualquiera dificultad que surja contra cualquier superior, ha de ceñirse siempre ésta a su persona, y nunca a su condición de superior; pues al acatar sus órdenes, no se le obedece a él personalmente, sino a Dios en él.
No aleguéis, pues, vuestras desavenencias con los superiores para excusaros de obedecerles, porque las haríais recaer sobre Dios mismo.
La segunda clase de tentaciones contra la obediencia debida a los superiores, y la más ordinaria, es que parezca a veces imposible ejecutar lo mandado ya por resultar en sí muy difícil, ya por inspirarnos repugnancia excesiva.
Pero ninguno de esos dos motivos puede excusar de obedecer, si se considera que lo mandado, y lo que obedeciendo se ejecuta, es voluntad de Dios.
Conoce Dios lo que podéis hacer, y no puede ordenaros cosas superiores a vuestras fuerzas. Si son difíciles en sí mismas, a El le toca facilitaros su ejecución, ya que, según san Pablo: a Dios corresponde concederos, no sólo el querer practicar lo bueno, sino, además, la gracia de ejecutarlo (4). Y cuando la voluntad está prevenida y sostenida por la gracia de Dios para el bien, no halla cosa difícil de realizar, ya que Dios allana todo obstáculo que pueda sobrevenir.
Así se ha hecho patente en aquellos súbditos que se arrojaron al fuego sin experimentar daño alguno, o ejecutaron otras cosas tan difíciles como ésa, al primer mandato de sus superiores. ¿Acaso no realizó por obediencia Jesucristo algo tan difícil para Él como morir en cruz por los pecados de todos los hombres?
Las repugnancias que inspira lo mandado deben superarse del mismo modo que las dificultades surgidas para su ejecución; pues limitarse a obedecer en aquello a que se siente uno inclinado, es hacer la propia voluntad, no la de Dios. Ahora bien, de esto tiene uno que estar persuadido: de que cumple la voluntad de Dios al obedecer. Así nos lo enseña san Pablo, el cual, dirigiéndose a quienes viven sujetos a obediencia, les dice: Haced de buena gana todo cuanto ejecutéis, como quien obedece, no a los hombres, sino a Dios (5). Casiano dice también que ha de cumplirse lo prescrito por los superiores como si fueran mandamientos que Dios intima desde lo alto del Cielo; los cuales, así entendidos, nadie dejaría, ciertamente, de cumplir con fidelidad.