LA REVELACIÓN DE LA VERDAD
En esta majestad se me reveló una verdad, que es suma
de todas las verdades; no se decir cómo ocurrió porque yo no ví nada. Oí que me
decían, sin que yo viera quién, mas supe que hablaba la misma Verdad: "No
es poco esto que hago por tí, pues es una cosa que me debes mucho; porque todo
el daño del mundo procede por ignorancia de las verdades de la Escritura,
conocida con clara verdad; no dejará de cumplirse ni una de ellas".
A mí me pareció que siempre había creído
esto y que todos los fieles lo creían. Y me dijo: ¡Ay, hija, qué pocos me aman
de verdad, pues si me amaran, no les encubriría yo mis secretos. ¿Sabes qué es
amar de verdad? Comprender que todo lo que no es agradable a Mí, es mentira.
Con claridad verás esto que ahora no entiendes en el provecho que hace a tu
alma".
Y así lo he visto, sea el Señor alabado
que, desde entonces, todo lo que veo que no conduce al reino de Dios, me parece
vanidad y mentira, aunque no sabría decir cómo lo entiendo. Y me dan lástima
todos los que veo que están en la oscuridad e ingnorancia de esta verdad.
Además de estos efectos he recibido otras ganancias que diré, y otras que no
sabré decir.
Me dijo entonces el Señor una palabra de
grandísima ternura. Yo no se cómo ocurrió esto, porque no ví nada.
Dentro de mí quedó esculpida una verdad,
sin saber cómo ni qué, de la divina Verdad que se me reveló, que me hace
tener un nuevo respeto a Dios, porque da noticia de su majestad y poder de una
manera que no se puede decir: se entender que es una gran cosa.
Quedóme muy gran gana de no hablar más que
de cosas muy verdaderas, superiores a las que se hablan en el mundo, y así
comencé a tener pena de vivir en él. Me dejó gran ternura y regalo y humildad.
Creo que sin entender cómo, me dió el Señor en este momento mucho. Ninguna duda
me quedó de que fuera ilusión.
No vi nada, mas entendí el gran bien que
hay en no hacer caso de ninguna cosa que no nos sirve para acercarnos más a
Dios, y comprendí qué cosa es andar mi alma en verdad delante de la misma
Verdad.
Todo lo que he dicho lo entendí una veces
con palabras, y otras sin hablarme, y lo que se me decía sin palabras lo
entendía con mayor claridad que lo que se me decía con palabras.
Esta verdad que digo que se me dio a
entender es Verdad en sí misma, y es sin principio ni fin, y todas las demás
verdades dependen de esta verdad, como todos los amores de este amor y todas
las demás grandezas de esta grandeza; aunque esto lo digo muy oscuro, comparado
con la claridad con que a mí me lo dio a entender el Señor. ¡Y cómo se nota el
poder de esta Majestad, pues en tan poco tiempo deja tan gran ganancia y tales
cosas imprimidas en el alma! (V 40, 1-4).
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¡Oh saber sobre todos los saberes, la
misma Sabiduría; sois, Señor, la misma Verdad! (CE 37, 6).