domingo, 15 de octubre de 2023

EL MUNDO ENFERMO Y SU REMEDIO. Dom Gueranger

 


EL MUNDO ENFERMO Y SU REMEDIO.

Dom Gueranger

 

El Evangelio se toma hoy de San Juan, y es la primera y la única vez en todo el curso de los Domingos después de Pentecostés. Del Oficial de Cafarnaúm recibe el nombre este vigésimo Domingo. La Iglesia le ha escogido porque no deja de haber cierta relación misteriosa en el estado del mundo, con los tiempos a que se refieren proféticamente los últimos días del ciclo litúrgico.

 

EL MUNDO ENFERMO. — El mundo va camino de su fin y empieza también a morir.

 

Minado por la fiebre de las pasiones en Cafarnaúm, la ciudad del lucro y de los placeres, no tiene ya fuerzas para ir por sí mismo ante el médico que podría curarle. Su padre, los pastores que le han engendrado por el bautismo a la vida de la gracia, los que gobiernan al pueblo cristiano como oficiales de la santa Iglesia, son los que tienen que presentarse ante el Señor a pedirle la salud del enfermo. El discípulo amado nos hace saber, al principio de su relato que encontraron a Jesús en Caná, la ciudad de las bodas y de la manifestación de su gloria en el banquete nupcial; el Hombre-Dios reside en el cielo desde que abandonó nuestra tierra, y dejó a sus discípulos, huérfanos del Esposo, ejercitarse por algún tiempo en la tierra de la penitencia.

 

EL REMEDIO. — El único remedio está en el celo de los pastores y en la oración de la porción del rebaño de Cristo que no se ha dejado arrastrar por las seducciones del libertinaje universal. Pero ¡cuánto importa que fieles y pastores, sin rodeos personales, entren de lleno sobre este punto en los sentimientos de la santa Iglesia! A pesar de la ingratitud más insultante de las injusticias, calumnias y perfidias de todo género, la madre de los pueblos olvida sus injurias para pensar sólo en la saludable prosperidad y en la salvación de las naciones que la insultan; ruega como lo hizo siempre y con más ardor que nunca, para que tarde en llegar el fin, pro mora finis.

 

EL PODER DE LA ORACIÓN. — P a r a responder a su pensamiento, “juntémonos, pues, como dice Tertuliano, en un solo regimiento, en una sola asamblea para ir al encuentro de Dios y sitiarle con nuestras oraciones como con un ejército. Le agrada esta violencia”. Pero a condición de que se base en una fe íntegra y que no vacile por nada. Si nuestra fe nos da la victoria sobre el mundo, ella es también la que triunfa de Dios en los casos más peligrosos y desesperados. Pensemos, como la Iglesia, nuestra Madre, en el peligro inminente de tantos desgraciados. No tienen disculpa, ciertamente: el último Domingo se les recordaba otra vez los llantos y el crujir de dientes que en las tinieblas exteriores están reservados a los despreciadores de las bodas sagradas. Pero son hermanos nuestros y no debemos conformarnos tan fácilmente con la pena de su pérdida. Esperemos contra toda esperanza. El Hombre-Dios, que sabía con ciencia cierta la inevitable condenación de los pecadores empedernidos, ¿no derramó también por ellos toda su sangre? Queremos merecer el unirnos a El por una semejanza completa. Resolvámonos, pues, a imitarle también en esto, en la medida que podamos; roguemos sin tregua ni reposo por los enemigos de la Iglesia y por los nuestros mientras su condenación no sea un hecho consumado. En este orden de cosas, todo es útil, nada se pierde. Suceda lo que sucediere, el Señor será glorificado por nuestra fe y por el ardor de nuestra caridad.

 

Pongamos todo nuestro esmero únicamente en no merecer los reproches que dirigía a la fe incompleta de la generación de que formaba parte el oficial de Cafarnaúm. Sabemos que no necesita bajar del cielo a la tierra para dar su eficacia a las órdenes emanadas de su voluntad misericordiosa. Si tiene a bien multiplicar los milagros y los prodigios en nuestro derredor, le quedaremos agradecidos por nuestros hermanos más flacos en la fe: de aquí debemos tomar ocasión para ensalzar su gloria, pero afirmando que nuestra alma no necesita ya para creer en El de las manifestaciones de su poder.