sábado, 1 de marzo de 2025

2 DE MARZO. BEATO PEDRO DE ZÚÑIGA, AGUSTINO Y MÁRTIR (1580-1622)

 


02 DE MARZO

BEATO PEDRO DE ZÚÑIGA

AGUSTINO Y MÁRTIR (1580-1622)

A misión providencial de España en la historia ha sido .la de evangelizar al orbe y propagar el reino de Cristo, «dando a la Iglesia cien pueblos por cada uno que le arrebataba la herejía», en frase broncínea de Menéndez y Pelayo. Y nunca faltaron en nuestro suelo paladines de la Fe, capaces de afrontar esta empresa, aunque espiritual, de titanes, con entrega plena y gloriosa...

El Beato Pedro de Zúñiga fue uno de los que llevaron injertos en su alma la inquietud misionera, junto a la reciedumbre y el afán de aventura de nuestros Conquistadores del siglo XVI.

Nació en Sevilla en 1580, cuando Sevilla era puerta del mar. Profesó en el convento de Ermitaños de San Agustín, en 1604. Dos virtudes pueden resumir su fisonomía moral: una santa intrepidez y una fe roquera. No sabemos nada de su primera edad.

Un día de 1609, el Padre Diego de Guevara, apóstol agustino en el Japón, llega a Sevilla para hacer una leva de misioneros. Uno de los primeros en dar su nombre es el joven sacerdote Pedro de Zúñiga, hijo de don Álvaro Manrique de Zúñiga, Marqués de Villamanrique y sexto Virrey de Nueva España. Su señora madre remueve a Roma con Santiago para impedir su embarque. i Dura lucha entre el amor filial y el amor a las almas! Triunfa el más puro. Pedro defiende denodadamente su vocación misionera, y, espíritu gigante, divino soñador, se lanza a la grande y hermosa aventura.

Las incomodidades del largo viaje no le hacen perder su habitual buen humor. Aún le sobra virtud para sazonar con ayunos, oraciones y caridades las molestias de la navegación. Con buenos y malos vientos surcan las naos el Océano, y el 4 de junio de 1610 arriban al puerto de Manila, donde les espera una gran contrariedad. No podrán, de momento, entrar en el Japón. Xongusana —«el señor altísimo» — ha promulgado nuevas leyes persecutorias contra los misioneros católicos, y más de uno ha muerto ya a fuego lento. En resumen: deberán refrenar por ahora sus ímpetus y someterse a los designios de la Providencia.

Pedro de Zúñiga se pone en seguida al frente de las cristiandades filipinas de Porac y Sesmoán, en la provincia de Pampanga. Ocho años de trabajos, de caridad, de apostolado infatigable. Al fin, se abren las puertas del Celeste Imperio —nunca mejor empleado este nombre—, y se parte para allá en compañía del Padre Bartolomé Gutiérrez.

La noticia de su entrada en el Japón se difunde rápidamente. El gobernador de Nagasaki trama su arresto. Los dos misioneros han de cambiar a menudo de residencia, reducir su morada a una choza de follaje escondida en el bosque y escabullirse entre los riscos de apartadas montañas, para escapar a los enemigos que los acosan como a celosos propagandistas del Evangelio.

En diciembre de 1618, Feyzo —un apóstata —, revela su paradero y son aprehendidos. Pero el comisario Conrucó, enterado de que el Padre Zúñiga es de familia noble, le facilita el regreso a Filipinas. Ha sido la aurora rosada y bella del martirio...

La visión fascinante de la dorada mies había agigantado su espíritu y sus ansias, y no pudo contenerse. En junio de 1620 salió nuevamente para el Japón con el dominico Luis de Flores, en una nave mercante cuyo capitán —Joaquín Firayama— era ferviente cristiano. El mar estaba revuelto. El navío anduvo a la deriva. Faltaron los víveres, el agua. Fue una travesía rabiosa, pródiga en riesgos. Llegaron a Formosa. Con vientos favorables se hicieron otra vez a la mar. Van en bonanza, a velas desplegadas, abierto el corazón al ideal, soñando con la gracia divina de una proa inédita... De pronto, en lontananza, una nave pirata. Han caído en manos de sus peores enemigos, los discípulos de Calvino y de Enrique VIII. Desde la cárcel de la factoría holandesa de Firando, escribe el de Zúñiga una carta que será un documento inestimable en el proceso de su Beatificación:

«Hannos llevado a muchos tribunales, donde hemos sido preguntados sobre muchas cosas y nosotros respondido lo que Nuestro Señor nos ha dictado: nos han puesto en cuestión de tormentos, mandándonos desnudar... Estamos esperando la sentencia muy contentos, aunque en ásperas prisiones, entendiendo que lo que fuese, será la voluntad de Dios; y si me cortasen la cabeza o quemasen vivo por su santo Nombre, dichoso yo •mil veces...».

A ser quemados vivos los condenaron a él, al Padre Luis de Flores y al capitán Firayama, sobre una colina de Nagasaki.

El espectáculo es impresionante. Abrazados los tres, rezan el Credo en alta voz, mientras la fibra acerada de su espíritu vibra con acentos triunfales. Los atan a sendos postes. Sube al cielo el siniestro resplandor de las hogueras.

— Glorioso San Agustín, ayudadme — exclama Fray Pedro.

— ¿Qué decís? —interrumpe el Padre Flores— ¿No le veis? ¿No le veis que está aquí?

El de Zúñiga se vuelve hacia el bravo Capitán:

— Joaquín, desde hoy serás capitán del cielo.

Las llamas suspenden el sublime diálogo, y los Mártires, uno tras otro, son recogidos en triunfo por los ángeles.

Era el 19 de agosto de 1622. El cielo del Japón. tenía tres estrellas más...