martes, 25 de marzo de 2025

DÍA 26. EL CORAZÓN DE SAN JOSÉ SE LLENO DE ALEGRÍA EN LA TIERRA AL VER A SU JESÚS

DÍA VIGESIMOSEXTO

El corazón de San José se llenó de alegría en esta tierra al ver a su Jesús

 

ORACIÓN

PARA COMENZAR LA MEDITACIÓN CADA DÍA

 

Por la señal de la santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Poniéndonos en la presencia de Dios, (breve silencio)

pidiendo el auxilio de la Virgen María (breve silencio)

y del Ángel Custodio, (breve silencio)

acudamos a la presencia del Glorioso San José y supliquemos:

 

Dios te salve, José, lleno de la gracia divina,

entre tus brazos descansó El Salvador

y ante tus ojos creció.

Bendito eres entre todos los hombres,

y bendito es Jesús,

el hijo divino de tu Virginal Esposa.

San José, padre adoptivo de Jesús,

ayúdanos en nuestras necesidades familiares,

de salud y de trabajo,

hasta el fin de nuestros días,

y socórrenos en la hora de nuestra muerte. Amén”.

 

DÍA VIGESIMOSEXTO

El corazón de San José se llenó de alegría en esta tierra al ver a su Jesús.

 

Las delicias, los gozos, las alegrías del Señor ocuparon el corazón de José en esta tierra de manera admirable y prodigiosa, por cuanto tenían una amplitud mayor que las que gozan los bienaventurados en el cielo. Sólo el alma de los bienaventurados está perfectamente feliz; pero sus cuerpos están encerrados en tumbas, o a lo sumo colocados en nuestros altares, privados de vida y, por tanto, de todo gozo. Con nuestro san José no ocurrió lo mismo. Su alma estaba embriagada de consuelos espirituales y comunicaba una felicidad especial a su cuerpo. Y así como el Precursor de Cristo se llenó de alegría en el momento que comprendió que tenía cerca de él a su Salvador, así también cada vez que José se acercaba al Salvador, o el Salvador se acercaba a José, su corazón se sentía lleno de delicias celestiales y de alegrías indescriptibles.

 Y para comprender mejor en qué consiste esta bienaventuranza sensible, debemos reflexionar que si contemplar a Jesús será un día la bienaventuranza de nuestros ojos, José obtuvo la deseada posesión de ella en este mundo; y si Jesús llama bienaventurados los ojos que le vieron aquí en la tierra, ¡cuál no habrá sido el placer de un santo que con extraordinaria luz contempló tan a menudo y con tanta facilidad el rostro adorable del Salvador, el más bello de los hijos de los hombres, el más amable de todas las bellezas creadas! Abraham deseaba ardientemente ver al Mesías, y cuando lo vio, no pudo evitar llenarse de alegría. Pero el gran Patriarca sólo podía verlo de lejos y con ojos muy débiles, porque apenas podía distinguirlo en la oscuridad de tantos siglos futuros. ¿Y qué decir de San José, que lo veía siempre de cerca y lo contemplaba continuamente, no con la mirada obscurecida por la distancia, como Abraham, sino con claridad, distinta e inmediatamente? ¿Moisés, qué oraciones no ofreció al cielo para obtener la gracia de ver a Dios? Pero Dios no quiso mostrarle su rostro. Pero San José a todas horas contemplaba con agrado aquel rostro del paraíso que los ángeles desean contemplar; y al mirarle volvía siempre a aquel gran pensamiento que le arrebataba en dulcísimo éxtasis y que le hacía repetir: He aquí el hijo amado del Eterno Padre y el objeto de sus eternos deleites. ¡Aquí está Jesús, a quien también yo puedo llamar mi hijo, mi hijo amado y gran objeto de mi complacencia! ... ¡Oh Jesús, hijo mío... mi único tesoro... mi bien... mi amor... mi todo!

 ¡Y mientras lo repetía, un río de delicias celestiales inundaba su corazón!

¡Oh Jesús, verdadera fuente de alegría y de todos nuestros bienes! no tengo la fortuna de verte, pero espero tenerte dentro de mi corazón por medio de la gracia, donde pueda contemplarte con los ojos de la fe, y a través de ellos te vea con certeza en la Sagrada Eucaristía, pero ¿de qué me sirve esto si no te amo ardientemente? ¡Ah! ¿Y cuándo será mi corazón todo tuyo? Éste es mi hermoso deseo y el de muchas almas devotas, que sin embargo nunca vemos realizado, y por lo tanto nuestro corazón nunca queda plenamente satisfecho. Todo esto proviene de la falta de oración: no se ora tanto como se debería y, por lo tanto, no se ama tanto como se debería. Si el deseo fuera verdadero y sincero, nuestra oración sería ferviente y continua, y con ella obtendríamos la gracia de amarte mucho como san José y, al mismo tiempo, obtendríamos esa plena alegría del corazón que es su consecuencia. Oremos, pues, e imitemos a aquellas almas que hacen tres visitas cada día al Santísimo Sacramento con la intención de obtener la gracia de un verdadero amor a Jesús, dirigiendo la primera al Padre Eterno, la segunda al Hijo, la tercera al Espíritu Santo; y así obtienen grandes beneficios. Oremos mucho, oh almas bondadosas, a la Trinidad celestial, y dirijámonos también a la Trinidad terrena, a Jesús, José y María, y obtendremos la gracia deseada.

 

JACULATORIA

Oh Santo José, que después de tu muerte anunciaste a las almas de los justos su próxima salvación y redención, ruega por nosotros.

 

 

AFECTOS

Alma santísima y dichosa de San José, que sin dolor ni pena te desprendiste de los lazos que te tenían atada en un cuerpo mortal, y te lanzaste al limbo, donde cambiaste en certeza la esperanza de los antiguos justos que suspiraban tantos siglos; ¡Ah! también tú eras como una tenue y hermosa aurora que aparecía en medio de aquellas tinieblas, y disipaba sus horrores anunciando la inminente venida del Eterno Sol de justicia, que pronto aparecería para visitarlos, para consolarlos e introducirlos en la Jerusalén celestial. ¡Oh! ¿Quién puede decir con qué transportes de alegría fuiste acogido por los piadosos antepasados ​​del divino Mesías, con qué inefable contento indagaron y oyeron de ti los más precisos y más tiernos detalles de la vida oculta del divino Salvador en Nazaret, y de las sublimes virtudes de María?

¡Cuáles no serían los más vivos gozos de los santos Joaquín y Ana, y el agradecimiento por haberte mostrado tan atento y amoroso para con su amadísima hija! ¡Se puede decir con franqueza que vuestra presencia en calidad de padre adoptivo del divino Salvador habrá aliviado inmensamente los dolores de todas aquellas almas justas que aún no habían tenido la fortuna de verlo después de haberlo esperado tanto tiempo! Te convertiste, pues, en alegría y consuelo del Limbo y, en cierto modo, en precursor de Jesucristo en su venida inminente, y recibiste el homenaje de todos, que seguramente exclamaron: Bendito el que viene en nombre del Señor.

 

LETANÍAS A SAN JOSÉ

Indulgencia de 5 años, cada vez que se recitan. Indulgencia plenaria si diariamente se recitan devotamente durante un mes. Pio XI, 25 de marzo de 1935

 

Señor, ten misericordia de nosotros

Cristo, ten misericordia de nosotros.

Señor, ten misericordia de nosotros.

 

Cristo óyenos.

Cristo escúchanos.

 

Dios Padre celestial,

ten misericordia de nosotros.

Dios Hijo, Redentor del mundo.

Dios Espíritu Santo.

Santa Trinidad, un solo Dios.

 

Santa María,

ruega por nosotros.

San José,

ruega por nosotros.

Ilustre descendiente de David.

Luz de los Patriarcas.

Esposo de la Madre de Dios.

Casto guardián de la Virgen.

Padre nutricio del Hijo de Dios.

Celoso defensor de Cristo.

Jefe de la Sagrada Familia.

José, justísimo.

José, castísimo.

José, prudentísimo.

José, valentísimo.

José, fidelísimo.

Espejo de paciencia.

Amante de la pobreza.

Modelo de trabajadores.

Gloria de la vida doméstica.

Custodio de Vírgenes.

Sostén de las familias.

Consuelo de los desgraciados.

Esperanza de los enfermos.

Patrón de los moribundos.

Terror de los demonios.

Protector de la Santa Iglesia.

 

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:

perdónanos, Señor.

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:

escúchanos, Señor,

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:

ten misericordia de nosotros.

 

V.- Le estableció señor de su casa.

R.- Y jefe de toda su hacienda.

 

Oremos: Oh Dios, que en tu inefable providencia, te dignaste elegir a San José por Esposo de tu Santísima Madre: concédenos, te rogamos, que merezcamos tener por intercesor en el cielo al que veneramos como protector en la tierra. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén

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