DÍA DECIMONOVENO
El Corazón de San José, aunque inocente, fue traspasado por la pérdida de su Jesús.
ORACIÓN
PARA COMENZAR LA MEDITACIÓN CADA DÍA
Por la señal de la santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Poniéndonos en la presencia de Dios, (breve silencio)
pidiendo el auxilio de la Virgen María (breve silencio)
y del Ángel Custodio, (breve silencio)
acudamos a la presencia del Glorioso San José y supliquemos:
Dios te salve, José, lleno de la gracia divina,
entre tus brazos descansó El Salvador
y ante tus ojos creció.
Bendito eres entre todos los hombres,
y bendito es Jesús,
el hijo divino de tu Virginal Esposa.
San José, padre adoptivo de Jesús,
ayúdanos en nuestras necesidades familiares,
de salud y de trabajo,
hasta el fin de nuestros días,
y socórrenos en la hora de nuestra muerte. Amén”.
DÍA DECIMONOVENO
El Corazón de San José, aunque inocente, fue traspasado por la pérdida de su Jesús.
Entre los pensamientos angustiosos y molestos que podría haber pasado por la mente de san José en la pérdida de su Jesús, y traspasado en lo más profundo su corazón, pudo estar el pensar que el rey Arquelao, sucesor de Herodes, lo había secuestrado astutamente para llevar a cabo el proyecto de su cruel progenitor; pero todavía más el pensar que el divino Niño descontento con su administración, en castigo de alguna falta o negligencia suya, se había separado voluntariamente de él por algún tiempo. La profunda humildad de san José pudo insinuarle un pensamiento tan doloroso, como su incomparable humildad pudo habérselo insinuado también a María. Pero nuestra mente se retrae de esta suposición, que sería demasiado ofensiva para ambos, y por eso diremos con San Alberto el Grande, que por causas ajenas a ellos, Jesús se separó de María y José, y que su extrema aflicción fue una disposición de la sabiduría divina, no como castigo por sus defecto; si no como incentivo más fuerte para su amor. De hecho, la pérdida de Jesús estimuló y encendió el corazón de san José con el más ardiente deseo de buscarlo, y lo hizo con la más viva solicitud, y con un afecto incomparablemente más acalorado que el de la esposa del Cantar de los Cantares, en su afán por encontrar a su amado recorriendo el campo y las calles de la ciudad; porque José amaba a su hijo Dios inmensamente más de lo que dicha esposa amaba a su esposo. Y si los ángeles fueron testigos de las solícitas búsquedas y vueltas de la novia, la Reina de los ángeles quiso ser la compañera, y quiso estar cerca de su esposo afligido y doliente en cuanto pudo, y ser testigo de sus dolores y sus suspiros. Entonces lloró con él y tuvo tanta compasión que se vio movida a hacer un reproche lleno de amor y respeto hacia su divino Hijo al encontrarlo en el Templo: Hijo mío, le dijo, ¿por qué nos has hecho esto? He aquí, tu padre y yo te hemos buscado con gran dolor.
El Hijo de Dios no quiso descubrir el motivo que le llevó a separarse por algunos días de la compañía de San José sin su conocimiento y a costa de sus muchas lágrimas; pero se puede pensar con san Bernardino de Siena, que uno de los principales motivos del Salvador al quedarse en el templo, sin separarse de Él en su Corazón, fue dar ocasión al cielo y a la tierra de admirar el gran amor que San José le tenía, de lo cual dio clara señal en el ardiente deseo de su corazón de estar siempre unido a Él, no soportando separarse de Él ni siquiera por breve espacio de tiempo sin ser penetrado por el más vivo dolor, y sin dar a conocer los más profundos ardores que tenía hacia Jesús, con los que puede inflamarse un corazón.
Viendo en la persona de San José el testimonio más claro de afecto hacia el divino Jesús, nos vemos obligados a confesar que este gran Santo tuvo un amor infinitamente tierno hacia su adorable Hijo, hasta donde es capaz una criatura; y que, si la Santísima Virgen es merecidamente llamada Madre del Amor hermoso, también José merece ser llamado de algún modo Padre del Amor hermoso, porque su corazón estuvo siempre encendido por aquel mismo fuego en que arden los Serafines allá arriba en el cielo.
Con respecto a nosotros, debo referir aquí la opinión de un escritor devoto y erudito sobre la grandeza de San José acerca de la pérdida del niño Jesús durante tres días. «Es creíble que Jesús haya querido, con el ejemplo del cuidado amoroso y solícito de su padre putativo, confundir la insensibilidad de aquellas almas que, teniendo a veces la desgracia de abandonar a Jesús, no se toman la molestia de encontrarlo de nuevo mediante una verdadera y pronta conversión». Una desgracia tan fatal puede ocurrir más fácilmente a un alma devota dedicada a la piedad, pero tibia en ella, que a un gran pecador, ya que éste llega a conocer más fácilmente el estado miserable y deplorable de su alma que el otro, que no cae en la gravedad del pecado mortal del que es culpable. Por lo tanto, el estado de éste puede llegar a ser más desastroso que el de aquél, tanto por parte suya como por parte de Dios, ya que a Él le disgusta mucho semejante ingratitud. Quien haya perdido a Jesús, que imite a San José, y sin dilación, se aplique a buscarlo ahora que fácilmente lo puede hacer; porque de otra manera cuando quisiéramos buscarlo, no lo podremos encontrar, como dijo expresamente Jesús: Me buscaréis, y moriréis en vuestro pecado.
JACULATORIA
Oh San José, que fuiste después de María el primero en adorar a Jesús recién nacido lleno de alegría y de profunda humildad, ruega por nosotros.
AFECTOS
Oh bienaventurado San José, que fuisteis destinado a ser el primer hombre cristiano y a ser el primero, después de vuestra virginal esposa, en adorar al divino Niño que fue dado a luz en medio de las tinieblas de la gruta de Belén.
¿Quién podrá describir la gran conmoción de tu espíritu cuando, recobrado del dulce éxtasis en que estabas arrebatado por la contemplación, fuiste llamado por María a contemplar al esperado Salvador del universo tendido sobre el heno? ¿Quién podrá imaginar los sentimientos de tu espíritu y el torrente de afectos que inundó tu purísimo corazón? ¿Con qué actos de alegría, de humildad, de tiernísimo amor os postrasteis para adorarlo y reconocerlo como verdadero Dios y hombre a la vez? ¡Oh, aquel establo se transformó para vos en un verdadero paraíso, y llegasteis a ser un serafín de caridad, representando de algún modo a todo el género humano en el acto de reconocer y adorar al Mesías esperado! Estimado san José, fuisteis puramente bienaventurado al meditar que este divino Niño era vuestro hijo, ¡y Vos comenzabais a actuar como su padre adoptivo! ¡Estos pensamientos me causan una impresión profunda como debieron haberlo hecho en vos! ¡Si en aquella noche bendita no moristeis de amor, fue por un puro milagro! ¡Oh! Comunicadme una centellita de ese fuego para que desde ahora en adelante también yo pueda vivir de amor, para morir en el amor de Jesucristo, y llegar a amarlo eternamente en el paraíso.
LETANÍAS A SAN JOSÉ
Indulgencia de 5 años, cada vez que se recitan. Indulgencia plenaria si diariamente se recitan devotamente durante un mes. Pio XI, 25 de marzo de 1935
Señor, ten misericordia de nosotros
Cristo, ten misericordia de nosotros.
Señor, ten misericordia de nosotros.
Cristo óyenos.
Cristo escúchanos.
Dios Padre celestial,
ten misericordia de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo.
Dios Espíritu Santo.
Santa Trinidad, un solo Dios.
Santa María,
ruega por nosotros.
San José,
ruega por nosotros.
Ilustre descendiente de David.
Luz de los Patriarcas.
Esposo de la Madre de Dios.
Casto guardián de la Virgen.
Padre nutricio del Hijo de Dios.
Celoso defensor de Cristo.
Jefe de la Sagrada Familia.
José, justísimo.
José, castísimo.
José, prudentísimo.
José, valentísimo.
José, fidelísimo.
Espejo de paciencia.
Amante de la pobreza.
Modelo de trabajadores.
Gloria de la vida doméstica.
Custodio de Vírgenes.
Sostén de las familias.
Consuelo de los desgraciados.
Esperanza de los enfermos.
Patrón de los moribundos.
Terror de los demonios.
Protector de la Santa Iglesia.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
escúchanos, Señor,
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
ten misericordia de nosotros.
V.- Le estableció señor de su casa.
R.- Y jefe de toda su hacienda.
Oremos: Oh Dios, que en tu inefable providencia, te dignaste elegir a San José por Esposo de tu Santísima Madre: concédenos, te rogamos, que merezcamos tener por intercesor en el cielo al que veneramos como protector en la tierra. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén
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