DÍA NOVENO
El Corazón de San José estaba adornado
con una fe perfecta y constante.
MES
EN HONOR
A SAN JOSÉ
Por un sacerdote
de la Congregación de la Misión
ORACIÓN PARA COMENZAR TODOS LOS DÍAS
Por la señal de la santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Poniéndonos en la presencia de Dios, (breve silencio)
pidiendo el auxilio de la Virgen María (breve silencio)
y del Ángel Custodio, (breve silencio)
acudamos a la presencia del Glorioso San José y supliquemos:
Dios te salve, José, lleno de la gracia divina.
Entre tus brazos descansó El Salvador
y ante tus ojos creció.
Bendito eres entre todos los hombres,
y bendito es Jesús,
el hijo divino de tu Virginal Esposa.
San José, padre adoptivo de Jesús,
ayúdanos en nuestras necesidades familiares,
de salud y de trabajo,
hasta el fin de nuestros días,
y socórrenos a la hora de nuestra muerte. Amén.”
DÍA NOVENO
El Corazón de San José estaba adornado
con una fe perfecta y constante.
Si se examinan bien aquellos pasajes del Evangelio acerca de nuestro santo patriarca, conviene persuadirse de que en toda ocasión y en todo tiempo creyó perfecta y constantemente en lo que le fue revelado por los ángeles de parte del Altísimo. Jamás la más mínima duda oscureció los destellos de su fe, ni hubo jamás un caso en que pidiera argumentos y seguridades de su fe, o les suplicara que se le apareciesen de nuevo para confirmarle las promesas, o para renovar las órdenes encomendadas. En ningún momento mostró deseo de saber antes de creer. Pero ¿cómo pudo suceder que nunca encontrara la más mínima dificultad para creer en misterios tan profundos como los que le proponían, siendo así que él, además de estar dotado por la naturaleza de un espíritu sumamente vivo y penetrante, lo había cultivado y fortalecido durante toda su vida con la meditación de las cosas celestiales? ¿Fue porque los ángeles le hicieron promesas cuyo cumplimiento parecía fácil, o le dieron órdenes cuyo cumplimiento podía llevarse a cabo sin dolor ni dificultad? El Evangelio muestra lo contrario. Se le hizo la imperceptible promesa de que su esposa daría a luz un Niño sin perjuicio de su pureza virginal; y se le dio la ardua orden de levantarse a medianoche y huir con el Niño y su madre a Egipto: hazaña que ciertamente no podría emprender sin que la prudencia presentara a su mente un viaje muy difícil y doloroso, un destierro insoportable por el trabajo, por las privaciones, por los peligros y por muchos otros inconvenientes de gran dolor no sólo para él, sino para el divino Infante y para su Santísima Madre, a quienes amaba mucho más que a sí mismo. Por el evangelista San Mateo, sabemos que el ángel mandó a José que fuera a Galilea, donde reinaba el joven Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande, por lo que tenía motivos fuertes y razonables para temer. Así aconteció que cuando el ángel propuso a José cosas tan extrañas de creer, tan difíciles de llevar a cabo, José, sin embargo, olvidó por completo todo lo que hace que las promesas del cielo parezcan increíbles, y la ejecución de los mandamientos poco menos que imposible. Cree en el mismo momento lo que el ángel le revela en nombre de Dios, y lo cree con tanta firmeza y perfección, como si todas las demostraciones posibles concurrieran a convencer su intelecto, y todas las experiencias posibles se unieran para triunfar sobre sus sentidos. ¿Y cuál es la causa de todo esto? La causa es aquel don de fe heroica, el más raro que Dios ha dispensado a una criatura: de aquella luz sobrenatural que, penetrando en aquella gran alma, somete el entendimiento a creer lo que Dios le revela: de aquella fe, en fin, que, por oscura que sea, produce sin embargo en el alma de José un día tan luminoso que no es muy diferente del gran día de la eternidad, producido por la luz de la gloria en el espíritu de los que entienden. Así que ya no me sorprende que los Padres siempre hayan admirado la excelencia de la fe de san José, y especialmente San Juan Crisóstomo y san Jerónimo, San Anselmo y otros, y que San Agustín comparó su fe a la de María, diciendo que esta bienaventurada Virgen tenía mayor derecho sobre la humanidad del Verbo que José, con todo esto este santo Esposo era muy semejante a ella en la excelencia de su fe. De manera que podemos decir que si María fue merecidamente llamada bienaventurada por su fe, igualmente podemos llamar a San José bienaventurado por su fe perfecta y constante. También nosotros podemos tomar parte de esta bienaventuranza si somos fieles en creer perfecta y constantemente todas las verdades reveladas. Es cierto que son oscuras, son superiores a nuestra razón, pero son propuestas por un Dios que, siendo esencialmente veraz, no engaña ni puede engañarnos. Bienaventurados, dijo Cristo a Tomás cuando le reprendió suavemente por su incredulidad, bienaventurados los que no ven, pero creen. Bienaventurados son en el tiempo por los muchos méritos que adquieran con su fe: serán bienaventurados en la eternidad porque serán admitidos a ver cara a cara a Dios, y penetrarán abiertamente aquellos misterios que creyeron y adoraron en la tierra.
JACULATORIA
Oh San José, dignísimo esposo de la Virgen María, ruega por nosotros.
AFECTOS
Fuiste dignísimo esposo de María, oh Purísimo san José, y vuestro matrimonio con la Reina de las vírgenes fue la ocasión y el principio de vuestra felicidad y de todas las ventajas que de ella resultaron. Y, en verdad, en consideración a este matrimonio fuiste elegido y constituido cabeza de la familia más sagrada del mundo, señor de María y padre de Jesús, y superior de ambos. En consideración a este matrimonio fuiste santificado en el vientre de tu madre, confirmado en la gracia, dada una pureza celestial, liberado de la lujuria inoportuna, preservado del pecado mortal, y declarado por Dios su fiel siervo y prudente, ministro de su casa. Con respecto a esta estrecha alianza, te convertiste en parte de todas las espirituales riquezas de tu esposa, con quien te hiciste un solo corazón, una sola alma, un solo espíritu, una sola voluntad con ella, y fuiste elevado a la santidad, más alto que cualquier otro hombre, así como fuiste en el ministerio más alto que cualquier otro.
LETANÍAS A SAN JOSÉ
Indulgencia de 5 años, cada vez que se recitan. Indulgencia plenaria si diariamente se recitan devotamente durante un mes. Pio XI, 25 de marzo de 1935
Señor, ten misericordia de nosotros
Cristo, ten misericordia de nosotros.
Señor, ten misericordia de nosotros.
Cristo óyenos.
Cristo escúchanos.
Dios Padre celestial,
ten misericordia de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo.
Dios Espíritu Santo.
Santa Trinidad, un solo Dios.
Santa María,
ruega por nosotros.
San José,
ruega por nosotros.
Ilustre descendiente de David.
Luz de los Patriarcas.
Esposo de la Madre de Dios.
Casto guardián de la Virgen.
Padre nutricio del Hijo de Dios.
Celoso defensor de Cristo.
Jefe de la Sagrada Familia.
José, justísimo.
José, castísimo.
José, prudentísimo.
José, valentísimo.
José, fidelísimo.
Espejo de paciencia.
Amante de la pobreza.
Modelo de trabajadores.
Gloria de la vida doméstica.
Custodio de Vírgenes.
Sostén de las familias.
Consuelo de los desgraciados.
Esperanza de los enfermos.
Patrón de los moribundos.
Terror de los demonios.
Protector de la Santa Iglesia.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
escúchanos, Señor,
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
ten misericordia de nosotros.
V.- Le estableció señor de su casa.
R.- Y jefe de toda su hacienda.
Oremos: Oh Dios, que en tu inefable providencia, te dignaste elegir a San José por Esposo de tu Santísima Madre: concédenos, te rogamos, que merezcamos tener por intercesor en el cielo al que veneramos como protector en la tierra. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén
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Querido hermano: si te ha gustado esta meditación del mes de san José, compártela con tus familiares y amigos.
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Ave María Purísima, sin pecado concebida.