DÍA VIGESIMOQUINTO
El corazón de San José recibía cada vez nuevos incrementos de alegría.
(continuación)
ORACIÓN
PARA COMENZAR LA MEDITACIÓN CADA DÍA
Por la señal de la santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Poniéndonos en la presencia de Dios, (breve silencio)
pidiendo el auxilio de la Virgen María (breve silencio)
y del Ángel Custodio, (breve silencio)
acudamos a la presencia del Glorioso San José y supliquemos:
Dios te salve, José, lleno de la gracia divina,
entre tus brazos descansó El Salvador
y ante tus ojos creció.
Bendito eres entre todos los hombres,
y bendito es Jesús,
el hijo divino de tu Virginal Esposa.
San José, padre adoptivo de Jesús,
ayúdanos en nuestras necesidades familiares,
de salud y de trabajo,
hasta el fin de nuestros días,
y socórrenos en la hora de nuestra muerte. Amén”.
DÍA VIGESIMOQUINTO
El corazón de San José recibía cada vez nuevos incrementos de alegría.
(continuación)
El tiempo de la vida es el tiempo de aquella negociación espiritual que nos recomienda Cristo en su Evangelio en la parábola de los talentos; negociación que, si se realiza con todo nuestro compromiso, nos permitirá adquirir grandes tesoros de mérito para la vida eterna. En este tiempo que nos concede la bondad de Dios debemos ocuparnos de hacer el bien, como nos exhorta San Pablo, y esta ocupación es la negociación que se nos enseña. ¡Qué importante es aprovechar incluso los más pequeños momentos y oportunidades de la vida para aumentar nuestros méritos! Pronto llegará aquella noche en que ya no será posible operar ni hacer nuevas adquisiciones de mérito. Con la muerte termina el tiempo de merecer, y el mérito de los santos deja de crecer en el momento en que pasan de este mundo a la eternidad. De esta manera su recompensa está determinada y su gozo, que es la esencia de la felicidad, no puede incrementarse. No se puede decir lo mismo de la bienaventuranza que disfrutó el glorioso San José en esta tierra a la par de los santos en el cielo. Mientras vivió en este lugar de exilio, estuvo siempre ocupado en la práctica de todas las virtudes que aumentaban su mérito a cada momento, y por eso no es de extrañar que sus alegrías y goces se duplicaran en cada hora de su vida y se hicieran cada vez mayores.
Además, el Salvador del mundo que habitó entre nosotros quiso adaptarse al orden de la naturaleza y manifestarse creciendo poco a poco como los demás hombres. Así, día tras día, a medida que avanzaba en edad, le revelaba a su querido padre algún nuevo rayo de sus perfecciones divinas. Un día el amable hijo daba una prueba de sabiduría infinita, otro hacía brillar su autoridad absoluta sobre sus criaturas, y en otra ocasión permitía que se revelara su magnificencia, o su prudencia, o su misericordia. Y aquella divina flor de los campos, ya no confinada en la raíz de Jesse, ya no encerrada en el retoño, ya no escondida en su capullo, ya no envuelta en hojas que la ocultaban a sus ojos, se desplegó, si puedo expresarme así, poco a poco y muy graciosamente en presencia de José, y exhaló en su corazón los perfumes más deliciosos y más dulces. Así, los goces celestiales de este Padre virginal crecieron y aumentaron en todos los momentos de su vida, y por eso en este sentido la Iglesia afirma que fue en cierto modo más bienaventurado en la tierra que los santos en el paraíso. ¿Y no tuvo de hecho consigo en todo momento al Verbo de Dios hecho hombre? ¿No tuvo siempre cerca de sí a la Madre del mismo Verbo y verdadera Esposa suya? ¿Y cuándo hubo jamás un hombre en el mundo que tuviera, como José, el paraíso en la tierra y una verdadera bienaventuranza capaz de aumentar cada vez más? ¡Oh bendito Santo, qué destino incomparable fue el tuyo!
¿Y por qué no nos esforzamos también nosotros, almas devotas, por hacernos de algún modo similares a él? ¿Por qué no nos apresuramos a crecer cada día en las virtudes propias de nuestro estado, por qué no recorremos con afán los caminos de la perfección cristiana, por qué no surge en nosotros un santo celo para formar un buen caudal de méritos, por qué no nos preparamos, a fuerza de continuos sacrificios y mortificaciones, para recibir esos consuelos celestiales, esos consuelos divinos que sirven para darnos nuevas fuerzas y vigor en el arduo compromiso en que nos encontramos? ¿Por qué no pasamos nuestra vida en compañía de Jesús, en quien están todos los tesoros de la ciencia y de la sabiduría divinas y la verdadera fuente de la dulzura eterna? ¿Por qué no nos acercamos cada vez más a la causa de nuestras alegrías espirituales, a María, aquella que es el gran medio de nuestra santificación? ¡Ah, roguemos a San José para que nos obtenga tan bellas gracias en la vida que Dios en su misericordia nos concede todavía para nuestra santificación!
JACULATORIA
Oh san José, que entregaste tu espíritu al Creador por las manos de Jesús y María, ruega por nosotros,
AFECTOS
Oh dignísimo San José, ha llegado también para ti el momento de rendir el tributo a la muerte, a ti que merecías vivir eternamente. Llegó el momento de separarte de Jesús y de María, después de haber cumplido dignamente la obra que el Padre Eterno te había confiado, para asistirlos a ambos con tu solicitud y amoroso cuidado. Y tú, viéndote reducido a la necesidad de dejar este mundo y con ella a aquellos que te eran incomparablemente más queridos que la vida misma, creíste tu deber dar tus más sinceras gracias a tu hijo y a tu esposa por los innumerables beneficios que habías recibido de ellos.
¡Oh, cuántos actos de fe, esperanza y amor practicasteis hacia ellos! ¡Pero qué ayuda, qué consuelos, qué promesas no recibisteis a cambio de ellos! Pediste la bendición del Bendito de todos los pueblos, y habiéndola recibido generosamente, abundantemente, y habiendo pronunciado con tierno afecto los santísimos nombres de Jesús y de María, como si quisieras darles tu último adiós, entregaste dulcemente tu espíritu al Creador en las manos de tu hijo putativo y de tu Virginal Esposa. ¡Oh dulcísima y preciosa muerte que tuvo por testigo y auxilio al Verbo de Dios hecho hombre y a su divina Madre! ¡Oh, que Jesús y María me concedan, amadísimo San José, una buena y santa muerte!
LETANÍAS A SAN JOSÉ
Indulgencia de 5 años, cada vez que se recitan. Indulgencia plenaria si diariamente se recitan devotamente durante un mes. Pio XI, 25 de marzo de 1935
Señor, ten misericordia de nosotros
Cristo, ten misericordia de nosotros.
Señor, ten misericordia de nosotros.
Cristo óyenos.
Cristo escúchanos.
Dios Padre celestial,
ten misericordia de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo.
Dios Espíritu Santo.
Santa Trinidad, un solo Dios.
Santa María,
ruega por nosotros.
San José,
ruega por nosotros.
Ilustre descendiente de David.
Luz de los Patriarcas.
Esposo de la Madre de Dios.
Casto guardián de la Virgen.
Padre nutricio del Hijo de Dios.
Celoso defensor de Cristo.
Jefe de la Sagrada Familia.
José, justísimo.
José, castísimo.
José, prudentísimo.
José, valentísimo.
José, fidelísimo.
Espejo de paciencia.
Amante de la pobreza.
Modelo de trabajadores.
Gloria de la vida doméstica.
Custodio de Vírgenes.
Sostén de las familias.
Consuelo de los desgraciados.
Esperanza de los enfermos.
Patrón de los moribundos.
Terror de los demonios.
Protector de la Santa Iglesia.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
escúchanos, Señor,
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
ten misericordia de nosotros.
V.- Le estableció señor de su casa.
R.- Y jefe de toda su hacienda.
Oremos: Oh Dios, que en tu inefable providencia, te dignaste elegir a San José por Esposo de tu Santísima Madre: concédenos, te rogamos, que merezcamos tener por intercesor en el cielo al que veneramos como protector en la tierra. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén
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