DÍA VIGESIMOPRIMERO
El corazón de San José contribuyó a colmar su alegría permaneciendo siempre puro e inocente.
Para que el gozo y la alegría del corazón provenientes de la posesión del objeto amado, que es el sumo Bien, que es el único proporcionado y digno de él, sea espiritual, vivo, penetrante, es necesario que concurran tres cosas, que seguiremos desarrollando en tres reflexiones distintas. La primera es que el corazón sea del todo limpio, casto y purificado, porque así como la lengua untada de bilis jamás saboreará con gusto un alimento, por delicado que sea, así un corazón manchado jamás podrá saborear las delicias de cielo. Y tal era precisamente el corazón de José, es decir, purísimo e inocente. Este gran Santo, según el abad Ruperto, no sólo tenía un horror extremo al pecado grave, sino a la más mínima sombra de pequeñas faltas, hasta el punto de querer abandonar a la Santísima Virgen por temor a que, quedándose con ella durante su embarazo, cuyo misterio aún no había conocido, no se manchase su conciencia con alguna transgresión de la Ley. Hasta su ancianidad, nunca dejó de observar todos los preceptos que Dios había dado por medio de Moisés con aquella exactitud digna del que era padre de Aquel que vino del cielo a la tierra para cumplir la ley, no para abolirla.
Se sometió también a todas las verdades de la fe de Jesucristo, y del Evangelio no dejó de observar aquellos consejos que dan completa perfección a nuestras obras, de modo que, según Simón de Casia, unió en su persona a un excelente discípulo de Moisés, a un perfectísimo un cristiano y a un hombre verdaderamente espiritual. Pero para persuadirnos mejor de esta verdad, examinemos el abismo casi infinito que hay entre su corazón y cualquier clase de culpa.
El antiguo patriarca José, en cuya persona obraba admirablemente la gracia, teniendo que representar en figura lo que un día debió ser el José del Evangelio, se encontró en una terrible prueba de pecar por instigación de la mujer de su amo, a la que inmediatamente respondió con franqueza y resolución: ¿Y cómo es posible que yo cometa este mal y peque contra mi Dios? De estas palabras, se desprende que estaba muy unido y cerca de Dios por los muchos favores y gracias que había recibido de él, que se encontraba en un estado de no poder ofenderlo, y estaba obligado a serle fiel. Si tal fue la figura, ¿cómo será aquel de quien era imagen? Sumergido en la luz de la fe más viva que descubre la bondad, santidad y amabilidad de Dios, y la obligación que tenemos de servirlo y amarlo, y cuán horrible y espantosa es la más mínima ofensa a Dios, San José se sintió todo movido a amar y servir a Dios y cuidarse de la más mínima falta. Además de esto fue fortalecido por la dulce presencia de Jesús y María que lo pusieron como en la imposibilidad de oponerse a la voluntad divina, y estando en tan estrecha relación con personas impecables, uno por naturaleza y la otra por la gracia, también él debió ser impecable, pues no parecía conveniente que una estrella errante dirigiese el movimiento de aquellos dos hermosos astros, Jesús y María, en los que no había mancha alguna ni movimiento desordenado. Su alma, según san Juan Crisóstomo, nunca fue manchada por la menor corrupción: su alma era totalmente irreprensible, merecidamente llamada por los católicos griegos en sus himnos “todo santo”; es decir, sus pensamientos, afectos, obras y palabras eran santos y él era santo en todas las cosas, y por tanto maravillosamente dispuesto a gozar de los consuelos del cielo.
Aprendemos de san José a vivir siempre inmunes de toda culpa, no sólo mortal sino también venial, no sólo de fragilidad sino también de malicia, es decir, cometida con voluntad deliberada, si queremos recibir los consuelos divinos. Toda falta, sea grave o leve, trae al alma o al cuerpo alguna satisfacción y placer, por pequeños y momentáneos que sean. Ahora bien, ¿cómo es posible que Dios comparta el don del gozo celestial con estas almas ingratas, mientras están ocupadas en placeres pecaminosos? ¿Cómo es posible que los que resisten a Dios y se oponen continuamente a lo divino gocen de consuelo y paz? ¡Oh! Vivamos siempre unidos a Dios, oh almas devotas, purifiquemos a menudo nuestra conciencia de toda mancha con el arrepentimiento y la confesión sacramental, y seremos admitidos a gustar el gozo del Señor.
JACULATORIA
Oh San José, que, traspasado por el dolor junto con tu virginal Esposa, buscaste a Jesús durante tres días, ruega por nosotros.
AFECTOS
Jesús, mi Divino Salvador, adoro tu voluntad en la terrible prueba a que sometiste a tu santísima Madre y a tu padre putativo al separarte de ellos por tres días; y te suplico que nunca me abandonéis, inculcando en mí un vivo horror al pecado, que te obliga a abandonar a los que lo cometen.
¡Oh María, oh José, perdisteis sin vuestra culpa el querido objeto de vuestro amor, pero cuántas veces lo he perdido yo por mi culpa. Ah, qué nunca más incurra en tan grande desgracia, y si por mi torpeza caigo en ella, conseguidme que le busque con todo cuidado y perseverancia, hasta que pueda hallarle y reconciliarme con Él por una sincera penitencia. Que poseyéndolo ahora en el tiempo, y conservándolo siempre en mi corazón, pueda llegar a gozar de él con vosotros allá arriba en el cielo.