jueves, 20 de marzo de 2025

21 DE MARZO SAN BENITO ABAD Y FUNDADOR (480-547)

 


21 DE MARZO

SAN BENITO

ABAD Y FUNDADOR (480-547)

HAY en el santoral figuras de tan soberana grandeza, que no pasarían sin mengua por los estrechos límites de estas desvaídas semblanzas. Una de ellas es San Benito —«bendito por la gracia y por su mismo nombre»— Ave Fénix de la civilización —«Padre de la Europa cristiana», le llamó Dom Guéranger—, Patriarca de las naciones y del monacato occidental, nuevo Moisés, legislador, taumaturgo y profeta, gran Capitán de la gloriosa constelación benedictina y alta estrella de sabiduría y santidad, que ha merecido el lauro de catorce siglos. Su Santidad Pío XII, en la encíclica Fulgens radiatur —publicada en memoria del decimocuarto centenario de la muerte del Patriarca—, une su autorizada voz al coro unánime de las generaciones, para decirnos que Benito «brilló como un astro en medio de un siglo en el que estaba gravemente comprometida, no sólo la Iglesia, sino la civilización política y humana de Europa…»

Nacido de noble raza —la Gens Anícia— en la provincia de Nursia, desde su primera juventud se traslada a Roma para estudiar ciencias liberales. Es un gallardo mozo, lleno de rectitud, a cuyos ojos puros se asoma un alma grande. Su primer contacto con la voluptuosa juventud romana que «llora y ríe», ciega de errores y herejías. pone a prueba su recio carácter. La belleza de la joven Mérula «hace vibrar breves instantes la arcilla de su corazón». El mundo le sonríe como rosa recién abierta. Pero, advertido por la Gracia, dulce y tenazmente, renuncia a los estudios literarios, abandona la casa paterna, da un cordial adiós a las comodidades de la vida y a los empleos honoríficos a los que su edad y jerarquía le dan derecho, y busca una manera santa de vivir en las alturas del monte Subiaco. ¡Cuántos elegidos antes y después de él, se sintieron fascinados por la misteriosa atracción de los montes! Recordad el Sinaí, el Carmelo, el Tabor, el Calvario, Ain- Karim, el Alberna, el Senario... Allí, a la vista de la cinta plateada del Anio, todo presta alas al espíritu. Benito, reducido al pensamiento de Cristo, se dedica durante tres años a la prédica evangélica y a los ejercicios de una excelsa santidad. Un día en que el enemigo de los hombres lo atormenta con los aguijones de la concupiscencia, él alma fuerte y noble— se arroja en medio de abrojos y ortigas y ahoga en sangre la rebeldía de la pasión. Su morada es una angosta caverna: el Sacro Spèco. Su ideal, conocerse a sí mismo y sondear los repliegues del espíritu' humano, para asentar sobre ese conocimiento los fundamentos de la perfección cristiana. «Dios arrojó entre peñascos a aquel joven —dice un autor — para que se desposara con la pobreza y engendrara • de ella una raza de héroes, que habían de yencerlo todo, restaurarlo todo y resistirlo todo. Aquella gruta era el abrigo de la civilización... Allí se había 'de formar el gran seminario de Cristo, plantel de obispos, de papas, de civilizadores y maestros del mundo».

Pronto la viva luz que emerge de la oscura gruta de Subiaco descubre la santidad del serafín que en ella mora. «Comenzaron a correr hacia él personas nobles y piadosas, que Je entregaban a sus hijos para que los educara en el savicio de Dios». Mauro y Plácido aprenden en aquella «escuela de vida» la ciencia de los santos. Las muchedumbres corren a ver tan excepcional aventura de santidad —al «hombre lleno del espíritu de todos los Santos», en expresión de San Gregorio— y a presenciar los prodigios que realiza. ¿Quién no habla ya del tamiz restaurado en Eufide con el arte de su oración, p del vaso quebrado en sus manos, continente de la ponzoña con que los monjes de Vicovaro quisieron envenenarle?...

¡Grandes motores la fe y la caridad! El deseo de endulzar la soledad por medio de la comunidad' fraterna hace a Benito el más glorioso fundador. En veinte años de sudores surgen en torno a Subiaco una docena de monasterios. El de Montecasino —todo el mundo lo sabe— es la morada principal del santo Patriarca y el teatro de su acción prodigiosa, renovadora y santa. Es el más célebre del universo, el «Sinaí de las Órdenes Monásticas», cuna de la civilización, fragua de sabios y de santos, refugio del antiguo saber y de la virtud cristiana, baluarte de la Iglesia y «luz que resplandece en la montaña». Desde esta cima sagrada, Benito dominará al mundo con su Regla sublime — «eminente por su discreción y rica doctrina»— que, escrita al dictado del Espíritu y modelada según el carácter occidental, inaugura una nueva era para Europa: porque es un código perfecto de educación social y santidad monástica, «suma del Cristianismo —en labios de Bossuet— resumen docto y misterioso del Evangelio y de los Padres, donde alcanzan su cima más alta la prudencia y la simplicidad, la humildad y el valor, la severidad y la dulzura, la libertad y la sumisión», genial, en suma, por su universalidad y amplitud...

San Benito, cuyos ojos proféticos leían el porvenir, presintió también la brisa de la eterna felicidad, y la expresión de su espíritu refinado revivió en un gesto litúrgico de suprema elegancia espiritual, haciéndose conducir a la iglesia, para dar allí, con la vida, la máxima lección, un 21 de marzo del 547.

¿No es cierto que este hombre colosal, que seis días antes de morir manda abrir su tumba y entrega de pie y orando, como un héroe, el último aliento, nos sobrecoge con su perfil hierático, casi inaccesible?