miércoles, 19 de marzo de 2025

DÍA 20. EL CORAZÓN DE SAN JOSÉ ESTUVO SIEMPRE LLENO DEL GOZO DE SU SEÑOR

DÍA VIGÉSIMO

El Corazón de San José estuvo en cada momento lleno del gozo del Señor.

 

ORACIÓN

PARA COMENZAR LA MEDITACIÓN CADA DÍA

 

Por la señal de la santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Poniéndonos en la presencia de Dios, (breve silencio)

pidiendo el auxilio de la Virgen María (breve silencio)

y del Ángel Custodio, (breve silencio)

acudamos a la presencia del Glorioso San José y supliquemos:

 

Dios te salve, José, lleno de la gracia divina,

entre tus brazos descansó El Salvador

y ante tus ojos creció.

Bendito eres entre todos los hombres,

y bendito es Jesús,

el hijo divino de tu Virginal Esposa.

San José, padre adoptivo de Jesús,

ayúdanos en nuestras necesidades familiares,

de salud y de trabajo,

hasta el fin de nuestros días,

y socórrenos en la hora de nuestra muerte. Amén”.

 

DÍA VIGÉSIMO

El Corazón de San José estuvo en cada momento lleno del gozo del Señor.

 

La alegría es un don del Espíritu Santo, y es un efecto muy dulce del amor divino. Encierra en sí dos bienes, el primero es un perfecto descanso y una plena satisfacción del corazón y de sus deseos, ya que habiendo encontrado lo que buscaba y poseyendo lo que deseaba, deja de inquietarse. La alegría es como una piedra grande que, habiendo caído de una montaña, va a su lugar, o como los elementos que, una vez que han llegado a su lugar, ya no están sujetos a agitación. El segundo bien es cierto gusto sensible por el bien conquistado. Nuestro paladar, al degustar un alimento muy sabroso, siente placer por la conformidad que existe entre ese objeto y la lengua. Así los oídos son seducidos por la armonía del sonido, los ojos encantados por la variedad de colores, el espíritu alimentado por la verdad y llevado al Bien supremo. Y es precisamente en esto donde consiste particularmente el placer y la alegría de nuestros sentidos y de nuestro corazón.

Establecido tal principio, digamos francamente que el corazón de san José se sintió abrumado en esta tierra por el gozo del Señor, por una paz interior profunda e inalterable. No hablo aquí sólo de aquel gozo interior, y de aquella tranquilidad en que estaba sumergido al reposar en Dios con la contemplación, ni de aquella dulce paz que sentía en la posesión del Bien supremo; sino de aquellas que era producto del cumplimiento de todos sus deseos. Este gran santo poseía para su felicidad a Jesús y María, y no tenía nada más que desear. Así que sin desgana salió de Judea rumbo a Egipto; es decir, abandonó prontamente su nación donde se adoraba al verdadero Dios, para ir a un país de idólatras: dejó parientes, amigos y conciudadanos para llevarse a vivir con extraños desconocidos y privado de todas las comodidades que podía tener en su patria: se expuso a la falta de todo, a un largo y duro viaje que terminó en tierras enemigas, y lo emprendió sin perder nada de su ordinaria tranquilidad, ni de aquella paz de espíritu que antes gozaba; porque llevó al Salvador del universo y a su Madre, y habiendo salvado estos dos tesoros de valor incalculable, prestó poca atención al resto. Contento así con su suerte, salió de la tierra prometida más rico de lo que entró el pueblo judío cargado de los despojos egipcios, porque José llevó consigo toda la riqueza de Judea. Durante los años que vivió en Egipto estuvo siempre tranquilo y contento sin enojarse, sin desear volver a su tierra natal. Habiendo traído consigo de Judea lo más precioso y deleitable en su destierro, no tiene deseo ni necesidad de volver, quedándose allí con la misma aceptación y deleite con que se hubiese quedado en su Nazaret natal.

El Espíritu Santo está dispuesto a conceder también a vuestro corazón, oh almas devotas, el don de la alegría y de la paz, si os preocupáis primero de buscar a vuestro amado Dios a través de laboriosas meditaciones, de las cuales pasaréis a la contemplación, y así reposarás en el sumo Bien. Con la meditación, pues, uno busca a Dios y lo encuentra, y habiéndolo encontrado lo ama; en la contemplación el corazón descansa en Dios que se ha convertido en su centro, y en Dios se encuentra la alegría y la verdadera felicidad. Y una vez que el corazón está feliz en tal estado, no tiene más deseos por las cosas terrenales; su deseo es Jesucristo y María su madre; todo lo demás a su alrededor lo mira con ojos de indiferencia o de desprecio; y así se vive feliz en todo lugar, en todo tiempo, en todo trabajo, en toda ocupación, en toda situación próspera o adversa, en dolores y en placeres, en privaciones y en ganancias, en salud y en enfermedad... Y, ¿no es esto es una anticipación de la bienaventuranza?

 

JACULATORIA

Oh san José, que inflamado en caridad meciste al niño Jesús en tu seno, ruega por nosotros.

 

AFECTOS

Felicísimo San José, mi corazón se llena de inefable consuelo cada vez que pienso en la suerte que te acaeció en este valle de lágrimas y de dolor al tener entre tus brazos al divino Infante: Aquel que es la alegría del paraíso y el gozo de toda la tierra. Dime, querido santo, ¿qué sentía tu corazón? Creo que ni tu sabrías decirlo, ya que si el Padre Eterno derramó torrentes de amor y de gozos inefables en tu corazón, éste ardía en llamas y fuego de caridad. Y si el mismo Padre Eterno no deja de repetir desde toda la eternidad: Este es mi hijo amado, en quien me complazco; Tú, su padre adoptivo, ciertamente habrás repetido las mismas palabras, y al complacerte en él habrás experimentado raptos inefables y éxtasis de amor. Si algún alma santa gozando de la presencia de Jesús y su compañía por medio de una sola visión imaginaria, se ha encontrado tan abrumada de amor, y penetrada por tales delicias, que se vio obligada a exclamar: Basta, oh Señor, es suficiente, si no me muero; ¿qué debo decir de ti, oh bienaventurado san José, que realmente tuviste a Jesucristo día y noche, y mientras era Niño lo tuviste entre tus brazos recostado contra tu pecho, dándole los más tiernos besos en su rostro? Oh glorioso Santo, dame una centellita de tu caridad para amar ardientemente al divino Salvador, ya que amándolo en el tiempo, lo amaré también en la eternidad.

 

LETANÍAS A SAN JOSÉ

Indulgencia de 5 años, cada vez que se recitan. Indulgencia plenaria si diariamente se recitan devotamente durante un mes. Pio XI, 25 de marzo de 1935

 

Señor, ten misericordia de nosotros

Cristo, ten misericordia de nosotros.

Señor, ten misericordia de nosotros.

 

Cristo óyenos.

Cristo escúchanos.

 

Dios Padre celestial,

ten misericordia de nosotros.

Dios Hijo, Redentor del mundo.

Dios Espíritu Santo.

Santa Trinidad, un solo Dios.

 

Santa María,

ruega por nosotros.

San José,

ruega por nosotros.

Ilustre descendiente de David.

Luz de los Patriarcas.

Esposo de la Madre de Dios.

Casto guardián de la Virgen.

Padre nutricio del Hijo de Dios.

Celoso defensor de Cristo.

Jefe de la Sagrada Familia.

José, justísimo.

José, castísimo.

José, prudentísimo.

José, valentísimo.

José, fidelísimo.

Espejo de paciencia.

Amante de la pobreza.

Modelo de trabajadores.

Gloria de la vida doméstica.

Custodio de Vírgenes.

Sostén de las familias.

Consuelo de los desgraciados.

Esperanza de los enfermos.

Patrón de los moribundos.

Terror de los demonios.

Protector de la Santa Iglesia.

 

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:

perdónanos, Señor.

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:

escúchanos, Señor,

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:

ten misericordia de nosotros.

 

V.- Le estableció señor de su casa.

R.- Y jefe de toda su hacienda.

 

Oremos: Oh Dios, que en tu inefable providencia, te dignaste elegir a San José por Esposo de tu Santísima Madre: concédenos, te rogamos, que merezcamos tener por intercesor en el cielo al que veneramos como protector en la tierra. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén

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