DÍA VIGESIMOTERCERO
El Corazón de san José estaba siempre lleno de alegría, porque estaba siempre unido a Jesús, su hijo putativo.
ORACIÓN
PARA COMENZAR LA MEDITACIÓN CADA DÍA
Por la señal de la santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Poniéndonos en la presencia de Dios, (breve silencio)
pidiendo el auxilio de la Virgen María (breve silencio)
y del Ángel Custodio, (breve silencio)
acudamos a la presencia del Glorioso San José y supliquemos:
Dios te salve, José, lleno de la gracia divina,
entre tus brazos descansó El Salvador
y ante tus ojos creció.
Bendito eres entre todos los hombres,
y bendito es Jesús,
el hijo divino de tu Virginal Esposa.
San José, padre adoptivo de Jesús,
ayúdanos en nuestras necesidades familiares,
de salud y de trabajo,
hasta el fin de nuestros días,
y socórrenos en la hora de nuestra muerte. Amén”.
DÍA VIGESIMOTERCERO
El Corazón de san José estaba siempre lleno de alegría, porque estaba siempre unido a Jesús, su hijo putativo.
Un alimento delicado y sabroso nunca podrá agradar al paladar si no se acerca a la boca y no se saborea. Del mismo modo un corazón no puede gozar de la alegría de su Señor si no está cerca de Él y perfectamente unido. El corazón de san José estaba siempre lleno de alegría porque entre él y Jesús había siempre una unión muy estrecha, y no había nada que pudiera desunirla o separarla. No podía separarlo el pecado, sabiendo perfectamente que era incapaz de cometerlo. No podía el amor natural a las criaturas, que es el primer obstáculo para la perfección de las almas inocentes, pues ningún santo estuvo jamás tan desprendido de la tierra como nuestro San José. Por otra parte, su corazón hacía a cada momento nuevos esfuerzos para unirse inseparablemente a aquel amado Hijo con los vínculos de la caridad. Ningún padre estuvo jamás tan perfectamente unido a su hijo como José a Jesús, pues después de haberse donado mutuamente sus corazones, vivieron casi la misma vida y sus corazones descansaron uno dentro del otro, a no ser que queramos decir más bien que su unión fue tan excelente, que José había pasado a esa transformación perfecta a la que pueden aspirar en esta vida los más perfectos contemplativos.
Siendo por tanto el corazón de San José perfectamente puro e inocente, y habiendo buscado todo su gozo en Jesucristo, a quien vivió siempre estrechamente unido, hay que decir que gozaba de delicias de algún modo semejantes a las que los santos gustan en el cielo. Y es por esta razón, dice San Ireneo, que San José siempre prestó sus servicios a Jesús con constante alegría. Y un docto escritor no tuvo dificultad en afirmar que José había muerto antes que el Salvador, porque ya no podía soportar los excesos de alegría que le causaba su divina presencia.
Solemos envidiar santamente la suerte que tuvo San José de unirse a Jesús de tal manera por amor que se hizo uno con Él, y no reflexionamos sobre la suerte que tenemos nosotros de unirnos a Él de una manera tan íntima y cercana que el mismo San José tendría envidia. Este camino es la Sagrada Comunión, mediante la cual, según Crisóstomo, se logra una unión suprema.
¡Excelente! exclama el mismo Santo, aquel gran Señor en quien los ángeles no se atreven a fijar la mirada se une a nosotros, y nosotros nos unimos a él de tal manera que llegamos a ser con él un solo cuerpo y una sola alma. ¿Y qué pastor alimenta sus ovejas con su propia sangre? ¿Acaso las propias madres no entregan sus hijos a las nodrizas para que los alimenten? Pero Jesús nos nutre en el Sacramento de su Amor con su propia sangre, y nos une a sí mismo para que esta unión forme una sola cosa entre nosotros y él. ¡Cuán grande -añade aquí asombrado san Lorenzo Justiniano-, oh Dios mío, es tu amor hacia nosotros, pues has querido unirte tan estrechamente a nuestro cuerpo, hasta tener un solo corazón contigo! Almas devotas, las comuniones que hacéis son innumerables, y por eso debéis repetir con San Pablo: Vivo yo, pero no soy yo, sino que Cristo vive en mí. Nuestra vida debe ser la vida de Jesús, y debe suceder lo que Él dijo en el Evangelio: El que me come, vive por mí; el que come mi carne y bebe mi sangre, vive y habita en mí y yo en vosotros: expresiones todas que indican unión.
¿Cómo estamos unidos a Cristo? ¿Cómo sentimos los efectos de esta unión, que son alegría y felicidad? Mi corazón y mi carne, debemos decir con David, después de haber comulgado, exultan en el Dios vivo. Y en cambio, la mayor parte del tiempo nos encontramos tan tibios y fríos, que somos como insensibles a las alegrías del Señor. Confundámonos y enmendémonos, pues el mismo San Juan Crisóstomo afirma que las comuniones frías son muy peligrosas.
JACULATORIA
Oh San José, que con tus solicitudes y trabajos alimentaste a Jesús nuestro Señor, ruega por nosotros.
AFECTOS
¡Oh dignísimo Patriarca, cuán bellas y eminentes fueron tus ocupaciones! Las esferas celestes y las estrellas, la tierra y los demás elementos emplean su virtud natural y la que reciben de los ángeles que presiden su gobierno para nutrir a los animales, pero tú, oh José, nutres con el trabajo de tus manos a quien da y conserva el ser a los cielos y a las inteligencias. Mil veces dichosos, pues, vuestros trabajos que tuvieron como fin, como espectadores y como testigos a Jesús y a María. ¡Felices vuestros sudores de padre que se mezclaron con los del hijo! ¡Bienaventurados los trabajos que fueron santificados por las más puras y sublimes intenciones! ¡Felices las fatigas que fueron ofrecidas al Padre Eterno sirviendo al Verbo encarnado! ¡Felices los trabajos que muchas veces fueron interrumpidos por los amorosos besos y caricias del divino Niño! ¡Felices los sudores que fueron secados por sus adorables manos! Pero sobre todo, feliz y precioso todo el conjunto de sudores y trabajos que, se puede decir, os han merecido el título y la calidad de cooperador junto con Jesús y María en la redención del género humano. ¿Y no contribuisteis precisamente con vuestras oraciones, sino mucho más, proporcionando al Cordero Inmaculado el alimento que acrecentó la sangre derramada después por nosotros en el altar de la Cruz? ¡Oh querido santo, cuánto te debemos! ¡Oh! ruega por nosotros para que esta sangre sea nuestro rescate, nuestra esperanza y nuestra salvación eterna.
LETANÍAS A SAN JOSÉ
Indulgencia de 5 años, cada vez que se recitan. Indulgencia plenaria si diariamente se recitan devotamente durante un mes. Pio XI, 25 de marzo de 1935
Señor, ten misericordia de nosotros
Cristo, ten misericordia de nosotros.
Señor, ten misericordia de nosotros.
Cristo óyenos.
Cristo escúchanos.
Dios Padre celestial,
ten misericordia de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo.
Dios Espíritu Santo.
Santa Trinidad, un solo Dios.
Santa María,
ruega por nosotros.
San José,
ruega por nosotros.
Ilustre descendiente de David.
Luz de los Patriarcas.
Esposo de la Madre de Dios.
Casto guardián de la Virgen.
Padre nutricio del Hijo de Dios.
Celoso defensor de Cristo.
Jefe de la Sagrada Familia.
José, justísimo.
José, castísimo.
José, prudentísimo.
José, valentísimo.
José, fidelísimo.
Espejo de paciencia.
Amante de la pobreza.
Modelo de trabajadores.
Gloria de la vida doméstica.
Custodio de Vírgenes.
Sostén de las familias.
Consuelo de los desgraciados.
Esperanza de los enfermos.
Patrón de los moribundos.
Terror de los demonios.
Protector de la Santa Iglesia.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
escúchanos, Señor,
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
ten misericordia de nosotros.
V.- Le estableció señor de su casa.
R.- Y jefe de toda su hacienda.
Oremos: Oh Dios, que en tu inefable providencia, te dignaste elegir a San José por Esposo de tu Santísima Madre: concédenos, te rogamos, que merezcamos tener por intercesor en el cielo al que veneramos como protector en la tierra. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén
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