DÍA VIGÉSIMO QUINTO
MES DEL
SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
extractado de los escritos de la
B. MARGARITA MARÍA DE ALACOQUE
ORACIÓN PARA COMENZAR TODOS LOS DÍAS:
Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Poniéndonos en la presencia de Dios, adoremos su majestad infinita, y digamos con humildad:
OFRECIMIENTO AL PADRE ETERNO.
Oración de Santa Margarita María Alacoque
Padre eterno, permitid que os ofrezca el Corazón de Jesucristo, vuestro Hijo muy amado, como se ofrece Él mismo, a Vos en sacrificio. Recibid esta ofrenda por mí, así como por todos los deseos, sentimientos, afectos y actos de este Sagrado Corazón. Todos son míos, pues Él se inmola por mí, y yo no quiero tener en adelante otros deseos que los suyos. Recibidlos para concederme por sus méritos todas las gracias que me son necesarias, sobre todo la gracia de la perseverancia final. Recibidlos como otros tantos actos de amor, de adoración y alabanza que ofrezco a vuestra Divina Majestad, pues por el Corazón de Jesús sois dignamente honrado y glorificado. Amén.
Se meditan los textos dispuestos para cada día.
DÍA VIGÉSIMO QUINTO
El amor del Sagrado Corazón inspira el celo de la salvación de las almas
Un día de comunión, en la acción de gracias, sintió la Beata un vivo deseo de hacer alguna cosa por su Dios. Este amado de su alma le dijo interiormente, si no se tendría por feliz en sufrir todas las penas que merecían los pecadores, para que Él fuese glorificado de todas esas almas «Al mismo tiempo, dice ella, le ofrecí mi alma y todo mi ser en sacrificio, para hacer su santa voluntad, estando contenta con que mis penas durasen hasta el día del juicio, con tal que Él fuese glorificado.
Mi Soberano me dio a entender que cuando quisiese abandonar alguna de las almas, por las cuales quería que yo padeciese, me haría soportar el estado de un alma reprobada, haciéndome sentir la desolación en que se encuentra a la hora de la muerte; jamás he experimentado nada más terrible; no encuentro términos con qué expresarlo. Algunas veces con el rostro pegado a la tierra, le decía: Herid, Dios mío, cortad, quemad, consumid cuanto os desagrada, no perdonéis ni mi cuerpo, ni mi carne, ni mi sangre, con tal de que salvéis eternamente esta alma.
Mi Soberano dueño me ha hecho sentir varias veces estas disposiciones dolorosas entre ellas, habiéndome mostrado una vez los castigos, que quería ejecutar con algunas almas, me arrojé a sus pies, diciéndole: «¡Oh Salvador mío! Descargad sobre mi toda vuestra cólera borrándome del libro de la vida, antes que perder a esas almas, que os han costado tan caras». Él me respondió: «Pero si no te aman y no cesarán de afligirte» «No importa, Dios mío, con tal que os amen a Vos; yo no quiero cesar de implorar su perdón» «Déjame castigarlas no las puedo sufrir más tiempo». Abrazándole más estrechamente, le dije: «No, Dios. mío; no os dejaré, hasta que las hayáis perdonado». Él me dijo entonces: «Yo las perdonaré, con tal que tú respondas por ellas».
Sí, Dios mío, yo lo haré; pero no os pagaré más que con vuestros propios bienes, que son los tesoros de vuestro Sagrado Corazón. Con esto quedó satisfecho.
«Otra vez me mostró cinco corazones que el suyo amoroso estaba próximo a rechazar, no mirándolos ya sino con horror. Lejos de desear saber de quienes eran, le pedía no tener conocimiento de ello. No dejaba de derramar lágrimas, diciéndole: «¡Oh Dios mío! Vos podéis destruirme y anonadarme, pero yo no os dejaré, hasta que me hayáis concedido la conversión de estos corazones».
En otra ocasión, me respondió este divino Salvador: «Carga tú con ese peso y participa de las amarguras de mi Corazón; derrama lágrimas de dolor por la ingratitud de estos corazones, que he escogido para consagrarlos a mi amor; de lo contrario, déjalos abismarse en su perdición y ven tú a gozar de mis delicias.» Dejando todas las dulzuras, di rienda suelta a mis lágrimas, sintiéndome cargada con estos corazones, que iban a ser privados de su amor. Libre en mi elección, y siendo continuamente invitada a gozar del santo amor, me postré delante de la soberana bondad, presentándole estos corazones, para que los penetrase con su divino amor. Mucho tuve que padecer hasta conseguirlo; porque ni el infierno es más terrible, que el estado de un corazón, privado del amor de este amado mío.
Bajo la impresión del ardiente celo que la abrasaba, exclamaba la Beata: «¡Mi Señor y mi Dios! Es preciso que alojéis en vuestro Corazón divino a todas las almas infieles, para que se justifiquen y os glorifiquen eternamente.»
Fervientes exhortaciones de la Beata para ayudar a las almas en el gran negocio de la salvación
Acordaos, escribía a un alma que resistía a la gracia, que tenéis un Esposo celoso, que quiere en absoluto vuestro corazón, o de lo contrario no le quiere. Si no arrojáis de él a las criaturas, Él saldrá; si no las dejáis, si no dejáis su amor, Jesús os quitará el suyo. No hay término medio; Él quiere o todo o nada. Su corazón merece bien el vuestro ¿No os llenáis de confusión al disputarle un bien que le pertenece? En verdad, no sé cómo no se ha cansado de vuestras resistencias; es preciso que os tenga un grande amor. Os digo esto, como a mi querida amiga en el Sagrado Corazón de Jesucristo, a fin de que veléis sobre vosotras y seáis más fiel en adelante a los movimientos de la gracia».
A otra: «Vuestro corazón tiene demasiada expansión con las criaturas, y se fija más en ellas que en el Creador» El amor de las criaturas es un veneno que mata en vuestro corazón el amor de Jesucristo; cuando buscáis el afecto de las criaturas y queréis ganar su gracia, perdéis la del Sagrado Corazón, que a medida que os enriquecéis de los bienes creados, os empobrece de sus tesoros. Los contentos humanos agotarán para vosotros el manantial de las gracias del Corazón de Jesús, y el vuestro se mantendrá como una tierra árida, seca y estéril». No disputéis más con la gracia, os lo suplico, por el amor del Sagrado Corazón nuestro Señor Jesucristo; porque es preciso no hacerse ilusiones; esta gracia que nos insta ahora tan vivamente, se debilitará., poco a poco, se apartará de nosotros, dejándonos fríos e insensibles para nuestro propio mal. En vano más tarde la buscaremos y pediremos; el Sagrado Corazón de Jesús se desentenderá de nosotros, como nosotros nos desentendimos de su gracia ¡Dios nos libre de esta, desgracia! Os digo esto, para que viváis prevenida y no os suceda jamás. Recordad frecuentemente estas palabras: «Si oís hoy la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón.
«No tenemos necesidad de médico si no queremos curarnos, o usar de los remedios que nos ordena, ni abstenernos de lo que nos hace enfermar. Pero como el mal, una vez conocido, está medio curado, no es necesario más que decir de veras: «Yo lo quiero» y todo irá bien. En fin, se trata de la salvación de vuestra alma, muy querida de nuestro Señor Jesucristo, y por la cual puedo aseguraros no hay nada que yo no quisiese hacer o sufrir, fuera del pecado, por dársela toda a Aquel, que la ha creado para su gloria. Pero nadie puede trabajar en esto mejor que vosotros, sirviéndoos de las luces que os da, para obrar el bien y evitar el mal».
El amor divino es suficiente para impedirnos hacer cosa alguna, que pueda desagradar al amado de nuestras almas; pues yo no puedo comprender, cómo un corazón que es de Dios y que le quiere amar verdaderamente, pueda ofenderle con deliberación. Os aseguro que las faltas voluntarias me son insoportables, porque hieren al Corazón de Dios. Guardaos bien de cometerlas, yo os lo suplico, porque os privan de muchas gracias, cuya pérdida enfría vuestro corazón y debilita mucho vuestra alma en el camino de la perfección.
¡Ay, si pudiésemos comprender el gran perjuicio que hacemos a nuestra pobre alma, privándola de tantas gracias, y exponiéndola a un peligro tan evidente con estas frecuentes caídas voluntarias, que la hacen perder la amistad de Dios, el cual no puede oírla, ni aun a los que piden por ella, porque ella rehúsa escucharle, y convertirse toda a Él! Le cierra la puerta de su Corazón Sagrado, porque ella le ha echado del suyo. Aprovechémonos del tiempo que nos concede y no nos detengamos más.
«¡Oh qué penas se atrae el siervo, que, conociendo la voluntad de su dueño, no la sigue! Espero que vuestro buen corazón no echará en olvido esto, a fin de no aventurar la corona que os está preparada, y de no privaros de tantas gracias; de las que no cesareis de dárselas a Dios en la hora de la muerte, la cual no está tan lejos como pensamos.»
Aspiración sublime de la Beata: «Yo no sé si me engaño, pero me parece que mi mayor placer sería amar a mi amable Salvador con un amor tan ardiente, como el de los Serafines sin que me importase, según creo, que fuese en el mismo infierno, donde así le amase. El pensamiento de que hay un lugar en el mundo, donde durante toda una eternidad, un número infinito de almas, resucitadas con la sangre preciosa de Jesucristo, no amarán de modo alguno a este amable Redentor; este pensamiento, repito, me aflige algunas veces con exceso. Yo quisiera, divino Salvador mío, si fuese vuestra voluntad, padecer todos los tormentos del infierno, con tal de amaros tanto, como os hubiesen amado en el cielo todos los desgraciados, que sufrirán siempre y que no os amaran jamás».
Aspiraciones de amor hacia el Corazón de Jesús
«¡Oh amorosísimo Corazón del único amor mío Jesús! No pudiendo amaros, honraros y glorificaros, según la extensión del deseo que me dais, yo convido al cielo y a la tierra para que lo hagan por mí; y me uno a los ardientes Serafines para amaros ¡Oh Corazón abrasado de amor! ¿Por qué no inflamáis el cielo y la tierra con vuestras puras llamas y consumiendo cuanto encierran, hacéis que todas las criaturas no respiren más que vuestro amor? Haced que o sufra o muera, o a lo menos hacedme toda corazón, para que os ame y me consuma en vuestros ricos ardores. ¡Oh fuego divino, oh llamas purísimas del Corazón de mi único amor Jesús! ¡Abrasadme sin piedad, consumidme sin resistencia! ¡Ay! ¿Por qué no lo hacéis, puesto que no merezco más que el fuego, ni sirvo más que para ser quemada? ¡Oh amor del cielo y de la tierra, venid todo sobre mi corazón, para reducirle a cenizas! ¡Oh fuego devorador de la divinidad, venid, venid, caed sobre mil! Abrasadme, consumidme en medio de vuestras llamas vivas, que dan la vida a los que mueren». Así sea.
PARA FINALIZAR
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Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.
Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.
Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.
Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.
Santa Margarita María de Alacoque, ruega por nosotros.
Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.
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Ave María Purísima, sin pecado concebida.