DÍA VIGÉSIMO
MES DEL
SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
extractado de los escritos de la
B. MARGARITA MARÍA DE ALACOQUE
ORACIÓN PARA COMENZAR TODOS LOS DÍAS:
Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Poniéndonos en la presencia de Dios, adoremos su majestad infinita, y digamos con humildad:
OFRECIMIENTO AL PADRE ETERNO.
Oración de Santa Margarita María Alacoque
Padre eterno, permitid que os ofrezca el Corazón de Jesucristo, vuestro Hijo muy amado, como se ofrece Él mismo, a Vos en sacrificio. Recibid esta ofrenda por mí, así como por todos los deseos, sentimientos, afectos y actos de este Sagrado Corazón. Todos son míos, pues Él se inmola por mí, y yo no quiero tener en adelante otros deseos que los suyos. Recibidlos para concederme por sus méritos todas las gracias que me son necesarias, sobre todo la gracia de la perseverancia final. Recibidlos como otros tantos actos de amor, de adoración y alabanza que ofrezco a vuestra Divina Majestad, pues por el Corazón de Jesús sois dignamente honrado y glorificado. Amén.
Se meditan los textos dispuestos para cada día.
DÍA VIGÉSIMO
Felicidad del alma que recibe en la Santa Eucaristía. el Corazón de nuestro Señor Jesucristo
La Beata se abrasaba sin cesar en el deseo de recibir en la sagrada comunión al Dios de su Corazón y al Corazón de su Dios. Desde su infancia, este amor por la Sagrada Eucaristía había dominado su alma. Al dejar el mundo, dice ella, mi mayor alegría era pensar que comulgaría con frecuencia; porque en Él rara vez me lo permitían, aunque me hubiese tenido por la más dichosa del mundo comulgando a menudo y pasando las noches sola delante del Santísimo Sacramento. Sentía allí tanta seguridad, que a pesar de ser en extremo miedosa, al verme en este lugar de delicias me olvidaba de todo y nada temía. Las vísperas de comunión, me sentía abismada en un silencio tan profundo, por la grandeza de la acción que iba a hacer, que no podía hablar sino con gran violencia; después de este acto, hubiese querido no comer ni beber, ni oír, ni ver, ni hablar; tal era mi consuelo y mi paz en este tiempo. En cuanto me era posible, me ocultaba de todo para aprender a amar a mi Soberano bien, que me instaba fuertemente a que le devolviese amor por amor. Este ardiente amor, debía aumentarse en el claustro.
Tengo un deseo tan vivo de la santa comunión, decía, que, aunque tuviese que atravesar con los pies desnudos por un camino de llamas, me parece que no me causaría pena alguna, comparada con la que siento en la privación de la comunión. Nada es capaz de causará mi alma una alegría sensible, más que este pan de amor; después de recibirle, quedo como anonadada delante de mí Dios, con una alegría tan grande, que algunas veces, durante la acción de gracias, todo mi interior está sumergido en un silencio y respeto profundo para escuchar la voz de Aquel que causa toda la alegría de mi alma.
Mi Soberano ha puesto en mi alma un deseo tan ardiente de amarle, que todos los objetos que veo me parecen debieran convertirse en llamas de amor, a fin de que fuese amado en su Santísimo Sacramento. Es un martirio para mí, el pensar que es tan poco amado y que hay tantos corazones que rehúsan su puro amor, le olvidan y le desprecian. Si yo al menos le amase, mi corazón hallaría consuelo en su dolor; pero soy la más ingrata e infiel de todas las criaturas, porque llevo una vida sensual entregada al amor de mí misma.
El deseo que tengo de morir es más fuerte que nunca; no podría resolverme a pedir a Dios más años de vida a no ser que fuese con la condición de que había de emplearlos en amar al Sagrado Corazón de Jesús en el silencio y la penitencia, sin ofenderle más, y permaneciendo noche y día delante del Santísimo Sacramento, donde este divino Corazón es todo mi consuelo en la tierra.
Poder de los deseos del alma sobre el Corazón de Jesús
Un día de Viernes Santo, sintiendo un ardiente deseo de recibir a Nuestro Señor, le dije con muchas lágrimas estas palabras: «Amable Jesús, quiero que me consuma el deseo de recibiros, y no pudiendo este día poseeros, no cesaré de desearos». Vino a, consolarme con su dulce presencia, diciéndome: «Hija mía, tu deseo ha penetrado tan dentro de mi Corazón, que si no hubiese instituido este Sacramento de amor, por tu amor sólo lo sustituyera, por tener el placer de habitar en tu alma y tomar mi amoroso reposo en tu corazón». Esto me penetró tan vivamente, que sentía mi alma toda trasportada y no podía expresarme sino por estas palabras ¡Oh amor! ¡Oh exceso del amor de un Dios con una tan miserable criatura! Nuestro Señor me dijo aún: Encuentro tanto placer en ser deseado en el Sacramento de mi amor, que tantas veces como el Corazón forma este deseo, otras tantas le miro amorosamente para atraerle a mí. Estas palabras me impresionaron tanto, que experimenté una gran pena al ver a mi Jesús tan poco amado y deseado en el Santísimo Sacramento. Sobre todo, cuando veo que se apartan de Él, o que hablan con frialdad o indiferencia, me causa una pena insoportable. Un día que el deseo de recibir a Nuestro Señor me atormentaba, le dije: «Señor mío, enseñadme lo que queréis que os diga». Nada, me respondió, más que estas palabras: «Dios mío, mi Único, mi Todo, Vos sois todo para mí y yo soy toda para Vos». Ellas te librarán de toda suerte de tentaciones, ellas suplirán a todos los actos que desees hacer y te servirán de preparación en tus acciones.
Práctica de la Beata propia para las almas consagradas a Dios
La Beata expresa así una de las gracias con que Nuestro Señor la favoreció en uno de sus ejercicios: «Mi Soberano Maestro, dice, me hizo la misericordia de prodigarme las gracias con tanta profusión, que me sería muy difícil expresar. Se desposó con este alma en el exceso de su, amor dándome a entender, que habiéndome destinado a tributar un continuo homenaje a su estado de hostia y de víctima en el Santísimo Sacramento, debía en estas mismas cualidades inmolarle continuamente mi ser por amor, adoración, anonadamiento e indiferencia santa a la vida, o a la muerte que tiene en la Eucaristía, practicando mis votos sobre este sagrado modelo, el cual está en un tal estado de despojo de todo, que se ha puesto en estado de recibir de sus criaturas todo cuanto quieran darle y devolverle.
Lo mismo en el voto de pobreza, no debo estar solamente despojada de los bienes y comodidades de la vida, sino hasta de todos los placeres, consuelos, deseos, afectos y de todo interés propio, dejándome dar o quitar todo, como si fuese insensible o estuviese muerta a todo.
Hay nada más obediente que mi Jesús en la Sagrada Eucaristía, donde se halla en el mismo instante que el Sacerdote pronuncia las palabras sacramentales, sea este bueno o malo y haga de Él el uso que quiera, sufriendo ser llevado a corazones llenos de pecados, a los cuales tiene tanto horror de la misma suerte, quiere que yo me abandone en las manos de mis superioras, sean las que sean, para que dispongan de mi a su gusto, sin que yo manifieste la menor repugnancia, por contrario que sea a mis inclinaciones, diciendo: Jesús fue obediente hasta la muerte de cruz: yo quiero obedecer hasta el último suspiro de mi vida, para rendir homenaje a la obediencia de Jesús en el Santísimo Sacramento. La blancura de la hostia, me enseña que es necesario ser una víctima pura, para serle inmolada; sin mancha para poseerle, pura de cuerpo, de corazón, de intención y de afecto. Para transformarse toda en Él, es necesario llevar una vida sin curiosidad de amor, de privación, regocijándome al verme despreciada y olvidada, para reparar el olvido y desprecio, que mi Jesús reciba en la hostia.
Invocación al Sagrado Corazón de Jesús
¡Oh Corazón altísimo, delicias de la Divinidad, yo os saludo desde el destierro en que habito, yo os invoco en mi dolor, y os llamo para que remediéis mi fragilidad! Corazón misericordioso, Corazón buenísimo de mi Padre y de mi Salvador, no rehuséis vuestro socorro a mi pobre corazón.
Vos, Dios de mi corazón, que me habéis criado para ser el objeto de vuestros amores y el motivo de vuestras inefables bondades ¡Oh Corazón divino! Venid a mí, o atraedme a Vos. Venid, el más tierno, el más fiel, el más dulce, el más amable de todos los amigos, venid a mi corazón. Yo os suplico por vuestra amistad incomparable y por vuestra palabra, que vengáis a aliviarme. Venid, y no permitáis que yo os dé motivo de que me dejéis. Venid, vida de mi corazón, alma de mi vida, único apoyo de mi alma; venid, dadme la vida vuestra y en Vos, pero eficazmente ¡Oh única vida mía y todo mi bien! Venid, mi Dios y mi todo.
PARA FINALIZAR
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Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.
Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.
Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.
Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.
Santa Margarita María de Alacoque, ruega por nosotros.
Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.
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¡Querido hermano, si te ha gustado esta meditación, compártela con tus familiares y amigos!
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Ave María Purísima, sin pecado concebida.