TERCER DOMINGO
Se consagra a honrar el dolor y gozo de san José
en la circuncisión del Niño Jesús.
PARA COMENZAR TODOS LOS DOMINGOS:
Ejercicio de los siete domingos de san José.
Por la señal de la santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Poniéndonos en presencia de Dios, pidiendo el auxilio de la Virgen María y del Ángel Custodio, recita esta oración al Glorioso San José:
Oración a san José
Santísimo patriarca san José, padre adoptivo de Jesús, virginal esposo de María, patrón de la Iglesia universal, jefe de la Sagrada Familia, provisor de la gran familia cristiana, tesorero y dispensador de las gracias del Rey de la gloria, el más amado y amante de Dios y de los hombres; a vos elijo desde hoy por mi verdadero padre y señor, en todo peligro y necesidad, a imitación de vuestra querida hija y apasionada devota santa Teresa de Jesús. Descubrid a mi alma todos los encantos y perfecciones de vuestro paternal corazón: mostradme todas sus amarguras para compadeceros, su santidad para imitaros, su amor para corresponderos agradecido. Enseñadme oración, vos que sois maestro de tan soberana virtud, y alcanzadme de Jesús y María, que no saben negaros cosa alguna, la gracia de vivir y morir santamente como vos, y la que os pido particularmente en este ejercicio, a mayor gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.
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MEDITACIÓN
Composición de lugar. Represéntate a san José derramando la sangre de Jesús, e imponiéndole tan dulcísimo nombre.
Petición. Enseñadme, san José, a pronunciar devotamente el nombre de Jesús.
Punto primero. Cristo Jesús, que venía al mundo a dar cumplimiento a toda la ley, no quiso dispensarse de la ceremonia dolorosa y humillante de la circuncisión para nuestra edificación y para ejemplo de humildad profundísima. Era esta observancia ignominiosa a manera de un sacramento dado por Dios a Abraham para remedio del pecado original, y distintivo del pueblo de Dios. San José fue el ministro de esta dolorosa y sagrada ceremonia, en la cueva de Belén a los ocho días de haber nacido Jesús. El mismo José, sobreponiéndose a su inmenso amor al Niño Jesús, lleno de valor sobrenatural y de una fe más admirable que la de Abraham, aplicó el cuchillo de pedernal al cuerpo inmaculado del tierno Infante, derramando las primeras gotas de sangre del divino Cordero con sus propias manos. ¡Qué dolor tan subido para el corazón de san José! Los gritos y el llanto del Niño, las angustias de su pobre Madre desgarraban el corazón paternal de san José… Ponía el Santo la marca del pecador sobre el inocente Jesús; penetraba el inmenso dolor del Niño que, aunque infante, gozaba de la plenitud de la razón, y era como el preludio y ensayo de aquel drama sangriento que había de completarse en el Calvario. Mas san José ofrece con Jesús y María al eterno Padre la sangre de su Hijo que acaba de derramar, y le pide que sea salud del mundo y salve a todas las almas, ya que una sola gota bastaba a redimir mil mundos. Devoto josefino, tan amigo de tus comodidades y tan enemigo de toda mortificación, aprende del Santo a vencer tu sensibilidad y delicadeza, cuando se trata de cumplir con tu deber, y mirando a Cristo Infante recién nacido derramando sangre por ti, pecador, aprender a crucificar tus vicios y pasiones, y ciñe con el escudo de su mortificación a todo tu cuerpo. Mira que esta sangre divina te la has de aplicar tú con tu mortificación; si no, no dará fruto en tu alma.
Punto segundo. Contempla, devoto josefino, el gozo indecible de san José, al imponer el nombre adorable de Jesús al Hijo de Dios luego de haberle circuncidado, según el mandato que había recibido del cielo… San José fue el primero en pronunciar el nombre de Jesús, al cual doblan su rodilla los cielos, la tierra y los abismos. Más feliz que Adán, él fue el primero en saborear la dulcedumbre inmensa de este nombre celestial, que es, como dice san Bernardo, miel a los labios, melodía a los oídos, júbilo al corazón. San José saboreó las primicias de esta dulzura, y así como al oírse este nombre se obraron tantas maravillas en el mundo, ¿quién podrá comprender el golpe de luz, de ternura, armonía y amor que derramó en el alma purísima de san José? Figuraos que de toda la eternidad estaba representada y escondida la inmensidad de dulzura y luz amorosas que abarca este nombre, y que al pronunciarlo san José se derramó como un diluvio sobre la tierra, siendo el primero que se anegó y se vio sumergido en este océano de dulzura el santo patriarca. ¡Oh! Cosas son estas más para sentir que para decir. Gustad y veréis cuán suave es el nombre del Señor, aun para el alma ruin y pecadora, repitiendo muchas veces: Jesús, Jesús, Jesús… Pídele a san José, devoto josefino, que te enseñe a pronunciar debidamente este nombre, que es fuente de vida, consuelo del afligido, esfuerzo del tentado, luz de las almas, alegría de los ángeles, terror de los demonios, esfuerzo de los tentados, paz de los moribundos, gozo de los justos, corona y gloria de los bienaventurados… ¡Oh nombre dulcísimo de mi adorado Jesús, aceite derramado para curar nuestros males y dar salud a nuestras almas! Haced que en las tentaciones y peligros, en la paz y en los combates, en la tristeza y alegría, en vida y en la muerte repita sin cesar: ¡Viva Jesús mi amor, viva Jesús mi amor, viva Jesús mi amor! Jesús, Jesús, Jesús. Ayudadme san José, a pronunciar siempre con devoción este dulcísimo nombre de Jesús. Amén.
EJEMPLO
Uno de los asuntos más importantes de la vida es sin duda alguna la elección de estado, pues de su acierto depende casi siempre la felicidad temporal y eterna de las criaturas. San José, socorredor en toda necesidad, no se hace sordo a sus devotos, como lo demuestra el caso presente, escogido entre millares.
Una joven suspiraba por acertar con la elección de estado, y no sabiendo qué resolver, pues por un lado parecía la llamaba el mundo y por otro el Señor, determinó con el consejo de su confesor hacer los Siete Domingos a san José, para conocer con certeza su vocación. No se hizo sordo el Santo bendito, pues tan suavemente la inclinó a seguir la vocación religiosa y deshizo todo lo que parecía le podía atar al mundo, que ella misma no llegaba a comprender tan súbita claridad.
Mas no era esto lo más difícil. Los padres de la joven que mirando como sucede casi siempre, antes a su conveniencia que a la felicidad temporal y eterna de sus hijos, no quisieron darle su consentimiento de ningún modo para hacerse religiosa: “Cásate, le decían y te daremos buen dote, porque así estarás siempre a nuestro lado”. Pero como cuando es de Dios el llamamiento, si no le resentimos, al fin se vence todo, así sucedió en esta ocasión por intercesión de san José. Hizo otra vez la joven los Siete Domingos, y, antes de concluirlos, el padre de la joven, que era el que más se oponía, estaba, como escribió un devoto josefino, chocho de alegría porque su hija había escogido la mejor parte haciéndose religiosa. Quedaron todos maravillados de tan inesperada mudanza, más no la devota josefina, que agradecida al Santo decía con gracia: “¿Por qué se maravillan? Nombré agente de este negocio a mi padre y señor san José, y él lo había de hacer y lo ha hecho mejor que yo supe encargárselo. ¡Gloria a san José!”
Obsequio. Refrena tu lengua, y esta semana a lo menos no hables sin pensarlo bien y encomendarlo antes al Señor.
Jaculatoria. Jesús, José y María, recibid cuando yo muera el alma mía.
PARA FINALIZAR CADA DOMINGO:
Oración final para todos los días
Acordaos, oh castísimo esposo de la Virgen María, dulce protector mío san José, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio, haya quedado sin consuelo. Animado con esta confianza, vengo a vuestra presencia y me recomiendo fervorosamente a vuestra bondad. ¡Ah!, no desatendáis mis súplicas, oh padre adoptivo del Redentor, antes bien acogedlas propicio y dignaos socorrerme con piedad. Amén.
Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.
Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.
Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.
Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.
Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.
Ave María Purísima, Sin Pecado Concebida.
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Se puede acompañar este ejercicio de los Siete Domingos de san José, con las letanías del Santo, o con el rezo de los Gozos y Dolores de san José.