jueves, 24 de febrero de 2022

La Santa Voluntad de Dios (II). Hora Santa con San Pedro Julián Eymard

La Santa Voluntad de Dios (... by IGLESIA DEL SALVADOR DE TOL...


LA SANTA VOLUNTAD DE DIOS (2)

CONSEJOS DE VIDA ESPIRITUAL

 

Como Dios quiera

Nuestro Padre, que está en los cielos, tiene fija su amorosa mirada en nosotros, y su providencia divina lo prevé y lo ordena todo a nuestro mayor bien. Caminad en todo como lo quiera Dios, a la claridad del sol, al resplandor de la luna o de las estrellas, o a tientas en medio de la noche obscura, guiados por el hilo conductor de la obediencia; es esta una norma segura. No cobréis la afición a tal o cual medio que os pueda llevar a Dios, sino sólo a Dios y a su voluntad del momento actual. Dejad al divino maestro que os trate de mil maneras, que os atienda o abandone, que os consuele y os aflija como guste; no tengáis más consolaciones que las del amor a su divina voluntad.

Ved a Dios, su pensamiento, su deseo, su voluntad en cada cosa. Acercaos cuanto podáis a la vida íntima de Dios por la unión de vuestro corazón y por la adhesión de vuestra voluntad a todo lo que quiera de vosotros en todo momento.

Toda la vida de un alma interior está comprendida en una de estas dos leyes: Dios lo quiere o Dios no lo quiere.

La perfección del amor está en hacer cada cosa como Dios lo quiera y según el espíritu de Dios. Dios no necesita de vuestro trabajo; mas busca vuestro corazón y vuestros sacrificios.

Esta ha de ser vuestra labor diaria. Glorificaréis a Dios no haciendo nada, o mejor todavía, haciendo lo que Él quiera.

¡Ánimo! Dejaos conducir por el divino maestro como un niño sin voluntad, sin otro amor que el suyo, que todo lo torna amable.

Procurad no ver, ni oír, ni gustar, ni desear más que la santísima voluntad de Dios de cada instante; asíos a la mano de nuestro Señor y decidle: “Llevadme por donde queráis”.

¡Qué feliz se siente uno cuando no piensa, ni desea, ni quiere más que una cosa: la voluntad de Dios!

Meditad a menudo sobre esta materia: es la mina de oro de la caridad, el surtidor del amor que da y que recibe.

 

 

Señor, Tú sólo eres bueno

Una vez entregados a la voluntad de Dios, no reparéis en lo poco que puede la pobre naturaleza humana. Olvidad la pobre miseria humana, sus palabras, sus intenciones, sus obras naturales: todo ello no pesa lo que un cabello en la balanza de la divina providencia. Ved en todo lo que Dios quiere de vosotros y los actos de virtud que espera del concurso de vuestra libertad y de su gracia.

Sí; el mundo es injusto; siempre lo ha sido, aun con su creador y salvador.

No es el mundo quien recompensa los buenos servicios, ni las cualidades morales, ni la abnegación cristiana. ¡Cuánto bien hace, en esos momentos de injusticia y de ingratitud, levantar los ojos al cielo y decirse: “Padre mío, hágase tu santísima voluntad; todo ha sido para mí mayor bien y para hacerme ver que Tú sólo eres bueno”!

Si con frecuencia no comprendemos la razón divina de las cosas, lo es para que adoremos el misterio de la divina providencia y seamos de este modo recompensados con creces.

El amor a la voluntad santísima de Jesús vale más que todos los dones y todos los bienes de nuestra voluntad.

 

La norma suprema de la vida

La santísima voluntad de Dios del momento presente, indicada por la necesidad o la conveniencia de atender al prójimo, es la mayor de las gracias; vale más que todas las obras de celo y aún más que la misma Comunión, porque en ella se cifra toda nuestra santidad.

Debe ser, por tanto, la norma suprema de nuestra vida.

Considerad las obligaciones de vuestro estado y de vuestra vida como leyes actuales de la voluntad divina, y las exigencias de vuestras obligaciones y conveniencias de vuestra posición como señales de dicha voluntad.

Entregaos generosamente a la divina y amabilísima providencia.

Dejaos conducir por los acontecimientos, por las exigencias de vuestro estado y de vuestro deber y, sobre todo, obedeced al soplo de la gracia. Que vuestra alma, cual vela de un navío, se abra a las suaves influencias de la brisa celestial y se deje llevar de ella. Dejad que nuestro Señor os lleve como a un niño, sin otro deseo que su santo beneplácito y persuadidos de que no tendréis más que seguir a nuestro Señor que os precede y convencidos que os basta seguir sus huellas divinas.

 

Unión con sólo Dios

No debéis cobrar afición ni a vuestro hogar, ni a vuestra tierra, ni a nada exterior, ni a vosotros mismos, ni aun a las gracias transitorias: todo pasa. Vosotros debéis estar unidos tan sólo a Dios, a su santa voluntad actual, porque Dios os ama infinitamente y no quiere sino vuestro mayor bien en todo y mediante todo lo que os suceda. Por tanto, todo cuanto os aconteciere viene de lo alto, menos el pecado; y así, toda transformación sufrida en vuestra vida ha sido regulada desde lo alto.

El aire de la voluntad de Dios es siempre bueno para nuestra navecilla; llevad la vela desplegada y fuertemente amarrada a Jesucristo, que irá delante de vosotros.

Dejad que Dios conduzca la navecilla a cualquiera orilla; a vosotros toca el remar a sus órdenes.

Pero, sobre todo, no os precipitéis en los acontecimientos.

Estad indiferentes a todo lo que no sea la voluntad de Dios; sed condescendientes y amables con el prójimo, primeramente con los de vuestra familia.

Sed siempre libres en el deber y en la caridad; sed todo para todos cuando Dios lo quiera. Nada más que Dios y todo para sólo Dios, según la ley del amor.

En la divina voluntad actual y personal encontramos la gracia especial que nos santifica; esta gracia especial está vinculada a cada hora y a cada obra. Una vez pasada la hora, el tiempo de la obra; deja de comunicársenos la gracia.

¡Cuán bella y fácil es la regla del amor! Contentaos con la santísima voluntad actual de Dios.

Estad dispuestos a todo y a nada; a todo, cuando Dios lo quiera, y a nada, cuando a Él no le plazca. Estad para con todos y para con todas las cosas a merced del beneplácito divino.

Vivid día por día; aún es demasiado; vivid instante por instante.

Dad a Dios el todo por el todo, en lo grande y en lo pequeño.