sábado, 26 de febrero de 2022

QUINTO DOMINGO DE SAN JOSÉ. Textos de san Enrique de Ossó

QUINTO DOMINGO

Se consagra a honrar el dolor y el gozo de san José

en la huida a Egipto.

 

PARA COMENZAR TODOS LOS DOMINGOS:

 

Ejercicio de los siete domingos de san José.

 

Por la señal de la santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Poniéndonos en presencia de Dios, pidiendo el auxilio de la Virgen María y del Ángel Custodio, recita esta oración al Glorioso San José:

 

Oración a san José

Santísimo patriarca san José, padre adoptivo de Jesús, virginal esposo de María, patrón de la Iglesia universal, jefe de la Sagrada Familia, provisor de la gran familia cristiana, tesorero y dispensador de las gracias del Rey de la gloria, el más amado y amante de Dios y de los hombres; a vos elijo desde hoy por mi verdadero padre y señor, en todo peligro y necesidad, a imitación de vuestra querida hija y apasionada devota santa Teresa de Jesús. Descubrid a mi alma todos los encantos y perfecciones de vuestro paternal corazón: mostradme todas sus amarguras para compadeceros, su santidad para imitaros, su amor para corresponderos agradecido. Enseñadme oración, vos que sois maestro de tan soberana virtud, y alcanzadme de Jesús y María, que no saben negaros cosa alguna, la gracia de vivir y morir santamente como vos, y la que os pido particularmente en este ejercicio, a mayor gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.

***

 

MEDITACIÓN

 

Composición de lugar. Contempla a la Sagrada Familia descansando bajo la palmera en el desierto, y acompáñales en su destierro.

 

Petición. Desterrad de mi alma, glorioso san José, el pecado, para que siempre viva en ella Jesús por gracia.

 

Punto primero. Cumplidas las ceremonias de la purificación y presentación, y algo recelosos de la crueldad de Herodes al verse burlado de los Magos, salieron cuanto antes de Jerusalén san José con la Virgen y el Niño Jesús a Belén, para desde allí dirigirse a su casa de Nazaret y descansar en ella en paz. Mas Herodes, despechado por no haber vuelto a ver a los Magos, mandó degollar a todos los niños desde dos años abajo, para matar a Jesús. Por esto un ángel se aparece en sueños, de noche a san José; y le dice: Levántate, toma al Niño y a su Madre y huye a Egipto, pues Herodes buscará al Infante para matarle. Ya empieza a cumplirse la profecía de Simeón.

 

Todos convienen que un viaje largo es una molestia continuada para los que pueden proveerse de todo; ¿qué sería para la Sagrada Familia, que apenas pudo prevenir nada? Más de dieciséis jornadas necesitaba la Sagrada Familia para llegar a Egipto, y dos meses empleó en el viaje: ¡Cuántos dolores, penas, trabajos, angustias y sobresaltos había de experimentar tan santa familia! El viaje fue muy trabajoso, pues los caminos eran ásperos, despoblados, espantosos, desconocidos, llenos a trechos de bosques, a trechos de arenales. El tiempo el más desapacible del año, sin guía, sin provisiones. Había el Santo comprado un asnillo con el precio de las pocas alhajas vendidas de su casita de Nazaret; y con unas pocas provisiones que la premura del tiempo le consintió, pues todo su afán era salvar a Jesús y a María, emprendió el viaje. Las noches las habían de pasar muchas veces debajo de un árbol o dentro de alguna choza, y muchas veces al raso, cubriendo san José con su pobre capa al tierno Infante… Contempla a estos ilustres viajeros. Cosa mejor no la tienen los cielos y la tierra. Admira la majestad del divino Niño, la modestia de la bellísima Madre y la afabilidad y contentamiento del padre… Mírales fugitivos en la oscuridad de la noche, sobresaltados a veces por miedo de ladrones y de sus perseguidores, pero confiados siempre en la providencia de Dios y alentados por su poder. ¡Pobrecillos! El Niño tiene pocas semanas; la Madre, tierna y delicada, apenas cuenta dieciséis abriles y huyen de su patria a país extranjero que odió a sus padres, de los fieles adoradores del verdadero Dios a los adoradores del diablo, de la compañía de parientes y amigos a la de gente extraña y odiosa. ¡Pobre padre! ¡Pobre esposo san José! ¿Puede imaginarse mayor sacrificio?, exclama el Crisólogo. ¿Cómo lo harán estos pobres consortes? ¡No tienen ni sirvientes, ni criada; solitos por aquellos andurriales! ¿De qué comerán los pobrecillos, si no es de la pobreza que lleve el santo patriarca, de lo que recojan de limosna? ¿Dónde se acogerán u hospedarán durante la noche, sobre todo al atravesar las cien millas de arenoso desierto, en cuyo tránsito no mora persona humana? No obstante, el Señor, que no abandona a las avecillas del cielo, les proveyó: los árboles les inclinaban sus ramas ofreciéndoles sombra, y las palmas sus dulces frutos a los divinos caminantes. Dios no abandona jamás a quien le sirve.

 

Punto segundo. Considera, devoto josefino, que el Señor, que es ayudador en tiempo oportuno en las necesidades, y que está siempre con los atribulados, no dejó sin consuelo al glorioso san José en este paso. Solo recordar el Santo que con estos trabajos libraba de la muerte al Hijo de Dios, le era colmada recompensa. Además, el padecer en compañía de Jesús y de María, aliviaba en gran parte su dolor. El llevar el Niño Jesús colgado del cuello y recostado sobre su pecho envuelto en su pobre capa, le era un premio que resarcía sobradamente sus penas. Pero lo que más inundó de gozo su corazón de padre fue el ver que los demonios, apenas hubo pisado el Niño Dios la tierra de Egipto, huyeron sobrecogidos de terror; enmudecieron los oráculos forzosamente, cayeron los ídolos de sus altares de mármol y de oro, rindiendo homenaje al verdadero Hijo de Dios, según Isaías (cap. XIX): “He aquí que subirá el Señor sobre ligera nube (María y José), y entrará en Egipto, y a su presencia los simulacros de los dioses serán derribados”. En Egipto oyó san José pronunciar la primera palabra al Hijo de Dios, llamándole padre. En Egipto vio dar el primer paso y abalanzarse a él con amor inexplicable al Niño Dios, y darle el primer abrazo, y colmarle de indecibles delicias… En Egipto vio crecer en edad, sabiduría y gracia al Niño Dios, y se vio obedecido y ayudado por Él… ¿Qué más? Vio poblarse, merced a la gracia que derramaba su hijo Jesús, vio en espíritu poblarse las soledades de Egipto de miles de miles de solitarios santos, y convertirse aquel erial espinoso de vicios e idolatría en un remedo del cielo por las angelicales virtudes de sus pobladores: y aquella región que estaba sentada como esclava de Satanás en las tinieblas y sombras de la muerte, semejó un cielo sembrado de inmensa variedad de estrellas que publicaban día y noche la gloria del redentor Jesús. He ahí el fruto del destierro a Egipto y del ejemplo de Jesús, María y José. ¿No es verdad, devoto josefino, que podía gozarse san José viendo el fruto santo de sus dolores y los de Jesús y María? Así serán los tuyos, devoto del Santo, si trabajas, sufres y padeces por Jesús y por su gloria.

 

EJEMPLO: San José socorre en toda necesidad

 

De una persona que nos merece toda confianza, por su carácter y por la amistad con que nos honra, publicamos la siguiente carta que no es de poca edificación para todos los devotos josefinos. “Sé, nos escribe, que trata Vd. de recoger ejemplos en honra de san José, y yo le puedo suministrar a cientos y a millares, y no de casa ajena, sino de la propia. Con más razón tal vez que la santa josefina Teresa de Jesús, puedo decir que me cansaría y cansaría a todos si hubiese de referir muy por menudo las gracias que debo a san José. Apuntaré algunas. Molestado de una grave tentación contra la santa pureza, acudí al Santo, y hasta hoy no me ha molestado más, pareciendo haberse extinguido el estímulo de la carne. Pedile conocimiento y amor y trato íntimo con Jesús, y hallo mi espíritu inundado a veces de tal conocimiento y luz interior que sin sentirlo me hallo todo movido de alabanzas y amor de Dios. Cada año en su día le pido alguna gracia y siempre la veo cumplida mejor que yo la he sabido pedir. En dos o tres graves enfermedades, el Santo bendito me ha dado salud mejor que los médicos y cuidados de los hombres. En algunos apuros de honra, fama y necesidades temporales san José me ha socorrido siempre, y a veces de un modo tan portentoso, que hasta los mismos que tienen poca fe se han visto obligados a confesarlo. Una vez, sobre todo, que todos los caminos en lo humano estaban cerrados, el Santo mostró gallardamente que ninguno de los que han acudido con confianza a su protección ha quedado burlado. Creo que esto basta para que pueda servirle en algo para mover a la devoción del santo patriarca, toda vez que a mí, pecador y ruin, miserable, así me ha asistido siempre. Otro día, concluye, le daré más detallada relación de algunas gracias bien singulares que me ha dispensado el glorioso san José”. ¿Quién no se anima con estos ejemplos a acudir con confianza a la protección del Santo?

 

Obsequio. Vive hoy más retirado del trato de gentes y date a la lectura espiritual.

 

Jaculatoria. Jesús, José, María, Joaquín y Ana, en vida y en muerte amparad mi alma.

 

PARA FINALIZAR CADA DOMINGO:

 

Oración final para todos los días

Acordaos, oh castísimo esposo de la Virgen María, dulce protector mío san José, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio, haya quedado sin consuelo. Animado con esta confianza, vengo a vuestra presencia y me recomiendo fervorosamente a vuestra bondad. ¡Ah!, no desatendáis mis súplicas, oh padre adoptivo del Redentor, antes bien acogedlas propicio y dignaos socorrerme con piedad. Amén.

 

Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.

Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.

Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.

Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.

Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.

Ave María Purísima, Sin Pecado Concebida.

 

***

Se puede acompañar este ejercicio de los Siete Domingos de san José, con las letanías del Santo, o con el rezo de los Gozos y Dolores de san José.