jueves, 10 de febrero de 2022

La Oración (II) Hora santa con san Pedro Julián Eymard

 

La Oración (II) Hora santa ... by IGLESIA DEL SALVADOR DE TOL...

 

LA ORACIÓN (2)

CONSEJOS DE VIDA ESPIRITUAL

 

Resoluciones positivas

En la oración no andéis divagando; tomad resoluciones positivas. Proponeos combatir un mismo defecto o practicar una misma virtud durante quince días, tres semanas, etc. Cierto que no siempre tendréis ocasión de practicar la virtud opuesta a ese defecto; pero siempre podréis practicar actos positivos de la misma y pedírselo a Dios.

Tened a vuestra disposición un libro que os guste; leedlo hasta que algún pensamiento os impresione y podáis evitar de esta suerte la pereza espiritual que impide conocerse a sí mismo.

Si notáis que divaga vuestro espíritu y que no trabajan vuestras facultades, cambiad de materia; si os halláis en un estado ordinario, leed algo adecuado en la Imitación; pero previamente preparado respecto al capítulo o número. Si os encontrarais en un estado extraordinario, leed algo análogo a vuestro estado, v. gr.: cuando estuviereis tristes, el capítulo XXI del libro I y los capítulos IX, X y XII del libro II; cuando os sintiereis con repugnancia al sacrificio, meditad los capítulos del amor, los tres del cielo, XLVII, XLVIII y XLIX; cuando tuvieres poco recogimiento, el capítulo I del libro II y los primeros del libro III, etc.

Cuando el alma pasa por estos estados no hemos de tratarla como se trata a un enfermo desganado para todo.

La gran resolución que debéis formular es esta: disposición a aceptar pronta y amorosamente, y tan luego como Dios os señale, los sacrificios de desprendimiento que Él os pedirá en el curso del día.

Hecho esto no os resta más que vigilar el momento del sacrificio, o mejor todavía, estar siempre dispuestos a decir a Dios: Dios mío, mi corazón está presto a cumplir vuestra santísima voluntad.

Pero este estado de alma ha de ser libre, sin esclavitud ni amedrentamientos; es la vela del amor; el amor no se cansa, vela en el sueño, vela en el trabajo; toda su perfección consiste en hacerlo todo como Dios quiere y según el espíritu de Dios.

 

Una deliciosa contemplación

Mas para llegar a esta oración llena de vida, menester es trabajar mucho en olvidarse a sí mismo y en no buscarse a sí mismo en la oración; sobre todo se ha de simplificar el trabajo del espíritu con la contemplación sencilla y sosegada de las verdades divinas.

Porque, en efecto, Dios nos atrae tan sólo por su bondad y nos une consigo por esos dones tan suaves de su amor.

El corazón compara todos los bienes y se entrega al mayor bien conocido, y saboreado.

Aspirad en la oración a nutriros de Dios, más que a purificaros o a humillaros; a este respecto, alimentad vuestra alma de la verdad personificada en la bondad de Dios para con vosotros, de su ternura y amor personales. El secreto de la verdadera oración consiste en profundizar la acción y el pensamiento de Dios en su amor para con nosotros. Entonces el alma, admirada y extasiada, exclama: “¡Qué bueno sois, Dios mío! ¿Qué haré por vos? ¿Qué es lo que os agradaría?” Esta es la llama del fuego.

Cuando el alma llega a sentir esta realidad, la oración es, a no dudarlo, una deliciosa contemplación en la que rápidamente se desliza la hora.

 

Hablad con Dios

Id a Dios por el corazón, por la expansión del corazón, por la conversación íntima del alma para que podáis adquirir esa paz que lo abarca todo, ese sentimiento de Dios que suple todo, esa mirada amorosa a Dios que anima todo.

Sabed hablar con Jesús y María con esa intimidad con la que habláis con vuestra querida madre; aprended a dar a nuestro Señor cuenta detallada de vuestra alma, de vuestra vida; exponed a Dios lo que pensáis, lo que deseáis, lo que sufrís.

Hablad con nuestro Señor con sencillez y sinceridad, como si hablarais con un amigo. Sed hijos cariñosos y generosos con el buen maestro.

En este trabajo del amor no habléis siempre; sabed callaros a los pies de Jesús; sentíos felices de verle, contemplarle, oírle, de estar junto a Él: el lenguaje del amor es más bien interno que externo.

No necesita Dios de nuestras reflexiones ni de nuestras palabras para enseñarnos a amarle u otorgarnos su gracia. Con todo, quiere que hagamos cuanto podamos ante su majestad soberana y que le demostremos nuestra buena voluntad. Luego, cuando se agota nuestra pobreza, se llega hasta nosotros y nos concede sus gracias.

Cuando meditéis no reflexionéis tanto; ejercitaos más bien en actos de las virtudes. Por ejemplo: cuando meditéis en la pasión de nuestro señor Jesucristo, haced, ante todo, un acto de amor al contemplar todo lo que el Salvador ha sufrido por vosotros; después formulad un acto de agradecimiento por haberos amado tanto y sufrido tanto por vosotros, y por haberos hecho conocer sus sufrimientos.

A continuación, haced un acto de amor a vuestros sufrimientos y particularmente al que habéis de sufrir en aquel momento; pedid luego gracia y amor para padecer por su amor.

Recurrid asimismo a la santísima Virgen y a los santos, pidiéndoles os alcancen la gracia que anheláis, y tomad la resolución de sufrir callando tal o cual sacrificio.

Esta es una excelente meditación.

Cuando se llega a conversar de esta suerte con nuestro Señor, ¡qué felicidad se siente! Es un tesoro que se lleva por doquiera. Es el centro de nuestro corazón y de nuestra vida. Sin Jesús no hay dicha en la tierra; por lo cual, no os resta más que vivir con Jesús, el esposo, el padre, y la vida de nuestra alma.

Pedid a la santísima Virgen la gracia de la oración: ésta es la gracia de las gracias.