SEGUNDO DOMINGO
Se consagra a honrar el dolor y gozo de san José en el nacimiento del Niño Dios en el portal de Belén.
PARA COMENZAR TODOS LOS DOMINGOS:
Ejercicio de los siete domingos de san José.
Por la señal de la santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Poniéndonos en presencia de Dios, pidiendo el auxilio de la Virgen María y del Ángel Custodio, recita esta oración al Glorioso San José:
Oración a san José
Santísimo patriarca san José, padre adoptivo de Jesús, virginal esposo de María, patrón de la Iglesia universal, jefe de la Sagrada Familia, provisor de la gran familia cristiana, tesorero y dispensador de las gracias del Rey de la gloria, el más amado y amante de Dios y de los hombres; a vos elijo desde hoy por mi verdadero padre y señor, en todo peligro y necesidad, a imitación de vuestra querida hija y apasionada devota santa Teresa de Jesús. Descubrid a mi alma todos los encantos y perfecciones de vuestro paternal corazón: mostradme todas sus amarguras para compadeceros, su santidad para imitaros, su amor para corresponderos agradecido. Enseñadme oración, vos que sois maestro de tan soberana virtud, y alcanzadme de Jesús y María, que no saben negaros cosa alguna, la gracia de vivir y morir santamente como vos, y la que os pido particularmente en este ejercicio, a mayor gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.
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MEDITACIÓN
Composición de lugar. Contempla a san José adorando a Jesús recién nacido, con María, en la cueva de Belén, porque no había para ellos, pobrecitos, lugar en la posada.
Petición. Desprendedme, glorioso san José, de todo afecto desordenado a las criaturas.
Punto primero. Contempla a san José andando con María preñada de Nazaret a Belén más de treinta leguas en el rigor del invierno, con grandes incomodidades y cansancio… ¡Qué viaje tan penoso!... Mírale al Santo luego de llegar a la ciudad de su origen, pues eran de la estirpe real de David, mírale buscando posada por toda la ciudad entre parientes y conocidos; mas no la halló por ser pobres y estar llenas de ricos y forasteros todas las casas… Pondera el grandísimo dolor del Santo por estar María, su delicada esposa, cercana al parto, y no poder ofrecerle un pequeño lugar donde acogerse… Salió fuera de la ciudad, y hallando una cueva que servía de establo a las bestias de los pasajeros y pastores, entró en ella con María. Contempla al Santo bendito atareado en limpiar y aderezar la cueva, porque conocía que había de ser la cuna y el palacio del Rey de la gloria. Allí se acomodaron como pudieron, y después de haber cenado de sus pobres viandas, porque llegaron bien entrada la noche, san José, con el corazón traspasado de dolor, aunque resignado en medio de tanta pobreza y desamparo, se retiró a orar al Padre eterno que enviase al deseado de las gentes… Estate lo más que pudieres, devoto josefino, en esta cueva, y observa lo que piensa, lo que dice, lo que hace san José, hallándose desechado de todos sus parientes y conocidos, viéndose forzado a retirarse con María, tan cercana al parto, a morar y trasnochar en una cueva o establo sucio y hediondo… No se queja, no murmura el Santo, ni de Dios ni de los hombres; antes al contrario, se alegra de padecer algo por su Dios y le da gracias. Solo siente los padecimientos de María y del infante Jesús. ¿Cómo imitas tan santo ejemplo, devoto josefino? ¡Ay! Tal vez te impacientas, murmuras, te quejas y hasta culpas a la amorosa providencia de Dios, por un pequeño trabajo o contrariedad, por faltarte, no ya lo necesario, sino lo superfluo, no ya lo justo, sino algo de tu comodidad y regalo… ¿Por ventura no pecaste alguna vez, y merecías el infierno o al menos el purgatorio? Pues ¿cómo siendo pecador, te quejas como si no merecieses ningún castigo? Sufre estas pequeñas cruces por tus grandes pecados con resignación y paz. Considera qué más mereces… Mira a san José, hombre justo y santo, que calla y sufre resignado por tus pecados lo que él no merecía.
Punto segundo. Considera cuál sería el gozo inexplicable del Santo al ver nacido a Jesús del purísimo vientre de su inmaculada esposa María… Postrado en tierra le adora como a su Dios, le besa como a su Hijo adoptivo, le acaricia y le regala como a su Salvador y Redentor… Contempla estático al glorioso Santo, mirando y tornando a mirar al divino Niño, dando gracias al eterno Padre que le había elegido para padre y custodio de su unigénito Hijo en la tierra… Oye las palabras regaladísimas que el divino Infante hace resonar en el corazón de san José en medio de su silencio: In te projectus sum ex utero: de ventris Matris meae susceptor meus es tu. (Ps. XXI). Desde el seno de mi madre he sido arrojado en tus brazos: recíbeme como mi custodio y protector… Pondera cuánto se aumentaría este gozo del Santo al ver a los ángeles abatidos en la cueva entonando cánticos de gloria a su Dios, y a los pastores y magos venir de países distantes a rendirle adoraciones… Son más para sentir en silencio, que para desdorarlos con palabras tan tiernos misterios… Y tú, alma mía, ¿cómo adoras y reverencias y sirves y regalas a Jesús? ¡Ah! Más dichosa en esto que el santo patriarca, se te ha dado, no solo adorar y besar y estrechar entre tus brazos al divino Niño Jesús, sino el recibirle en tus entrañas, comerle y juntarle a tu corazón cuando comulgas… Mas ¿con qué fe y caridad lo haces? ¿Qué reverencia es la tuya en las iglesias? ¿Con qué modestia y fervor oyes Misa y asistes al templo? ¿Vas allí curiosa y vana, con trajes inmodestos? ¿Robas por ventura con tus atavíos inmoderados, con tus palabras y tus miradas, robas las atenciones y adoraciones de los fieles a Dios?... ¡Qué desgraciada serías si esto hicieres! La casa de Dios es casa de oración, de adoración, ¿y tú la convertirías en cueva de ladrones? Teme el látigo de Dios si tal hicieres.
EJEMPLO
Una señorita, muy devota del Santo patriarca, a quien obsequiaba con las prácticas de piedad más gratas al Santo, como son la oración, confesión y comunión frecuentes, cayó en una grave y penosa enfermedad, y a pesar de distar más de ocho meses de su fiesta, le pedía al Santo tres gracias: 1ª Morir en su fiesta; 2ª Morir con todo el conocimiento e invocando los nombres de Jesús, María y José; 3ª Que le asistiese quien esto escribe en su última hora. Y el Santo bendito todo se lo concedió. Contra el parecer de los médicos se alargó su enfermedad hasta el día del Santo (19 de marzo), conservó claro el conocimiento hasta el último instante invocando con gran devoción los dulcísimos nombres de Jesús, María y José, y, cosa providencial, para que nada faltase a sus súplicas, retirándose el confesor para tomar un poco de alimento, quien esto escribe tuvo precisión de quedarse para consolar a la enferma y animarla en aquella última hora y no dejarla sola, y contra la previsión de todos, expiró en el mismo día del Santo, en nuestros brazos, con la paz de los justos, yendo sin duda, piadosamente pensando, a cantar con los bienaventurados las misericordias del señor san José en el cielo en su misma fiesta. ¿A quién no animan estos hechos? De otros devotos de san José hemos visto lo mismo, esto es, morir plácidamente, o el día de san José, o el día 19, o el miércoles, todos días consagrados a san José. Animémonos con nuestras buenas obras, a merecer del Santo bendito este favor, el más grande de todos.
Obsequio. Ayuna un miércoles en obsequio de san José.
Jaculatoria. Jesús, José y María, amparadme en vida y en mi última agonía.
PARA FINALIZAR CADA DOMINGO:
Oración final para todos los días
Acordaos, oh castísimo esposo de la Virgen María, dulce protector mío san José, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio, haya quedado sin consuelo. Animado con esta confianza, vengo a vuestra presencia y me recomiendo fervorosamente a vuestra bondad. ¡Ah!, no desatendáis mis súplicas, oh padre adoptivo del Redentor, antes bien acogedlas propicio y dignaos socorrerme con piedad. Amén.
Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.
Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.
Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.
Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.
Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.
Ave María Purísima, Sin Pecado Concebida.
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Se puede acompañar este ejercicio de los Siete Domingos de san José, con las letanías del Santo, o con el rezo de los Gozos y Dolores de san José.