martes, 1 de febrero de 2022

RECONOCÍO AL NIÑO Y CON ÉL SE CONVIRTIÓ EN NIÑO. San Agustín

 

2 de febrero Purificación de la BVM

Lecciones del II Nocturno de Maitines

Sermón de San Agustín, Obispo.

Sermón 13 del Tiempo, después del principio.

Había sido profetizado: Un hombre da el nombre de madre a Sion: “Porque en ella se había hecho hombre, y es el mismo Altísimo quien la ha fundado”. ¡Oh omnipotencia de un niño recién nacido! ¡Oh magnificencia de un Dios que viene del cielo a la tierra! Residía en el seno materno, y ya Juan le saludaba desde el seno de Elisabet. Presentado en el templo, y le reconoce Simeón, anciano venerable por su reputación y por su edad, hombre probado, coronado de méritos. Este santo varón le reconoció y le adoró; fue entonces cuando dijo: “Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto ya al Salvador”.

Dios había diferido sacarlo del mundo para que viera, nacido entre nosotros, al creador del mundo. Reconoció al Niño, y con Él se convirtió en niño; rebosando su alma de piedad le comunicaba una segunda juventud. Simeón llevaba al Niño Jesús, y Jesús niño guiaba la ancianidad de Simeón. Dios prometió a Simeón que no moriría hasta haber visto al Ungido del Señor hecho hombre. Nació, pues, Cristo, y se cumplió el deseo del anciano en la vejez del mundo. Porque Jesucristo encontró al mundo en la vejez, vino a los brazos de un hombre de edad avanzada.

No deseaba Simeón permanecer mucho tiempo en el mundo; ansiaba ver a Jesucristo, y repetía las palabras del Profeta: “Manifestadnos, Señor, vuestra misericordia, y dadnos vuestro Salvador”. Y para que sepamos que en esto consistía su gozo y su consuelo, añadió finalmente: “Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto ya al Salvador”. Los profetas habían anunciado que el Creador del cielo y de la tierra vendría a habitar entre los hombres. Un Ángel trajo la noticia de que el Creador de la carne iba a revestirse de un cuerpo. Desde el seno de Elisabet, Juan Bautista saluda al Salvador encerrado en el seno de la Virgen. Finalmente, el anciano Simeón reconoce a este niño como Dios.